Entrevista a un gran mago argentino
Quién es Adrián Lacroix, el mago argentino que fascina a David Copperfield. Revolucionó la magia en pandemia con la creación de un espectáculo por videollamada en el que los trucos aparecían en la casa del espectador. Así llamó la atención y conoció a los magos más importantes del mundo. Por qué cree que la magia no es para chicos.
POR ROMINA CALDERARO
23-09-2022 | 05:50
Los buenos magos no esperan el aplauso como recompensa por un buen truco. Confirman que lograron maravillar al público cuando después de hacer una ilusión se produce un silencio o una larga expresión de asombro.
Adrián Lacroix es un ilusionista y mentalista argentino que está en el apogeo de su carrera autodidacta, que empezó a los ocho años cuando se maravillaba mirando a David Copperfield por televisión y trababa de copiarle los trucos.
Nunca se hubiera imaginado que décadas después y en plena pandemia, el mago más rico y conocido del mundo lo iba a querer conocer por la revolución que Lacroix generó en el universo del ilusionismo cuando se le ocurrió hacer magia por zoom en la época en la que la gente no podía moverse de su casa. Su genialidad fue haber ideado un modo de que los espectadores del show «recibieran» el truco en su casa, por videollamada, de manera que el mago perdía el control del artificio y los espectadores se convertían en protagonistas.
También conoció al ilusionista y escapista estadounidense David Blaine, con quien generó un vínculo tan estrecho que le dejó las llaves de su departamento de Nueva York en una ocasión en la que vajaba a París.
¿Pero por qué Lacroix eligió la magia como modo de vida? «Nacemos y crecemos en situación de asombro. Todo nos parece mágico. Después, crecemos y nos vamos vistiendo con capas de escepticismo. Por eso lo que me interesa de la magia es generar en el espectador la situación de asombro», dijo Lacroix a Télam, después de un mini show en una vinería para presentar un adelanto de lo que va a ser «Nomad», su espectáculo que comienza el 20 de octubre con una función en el teatro ND y con el que piensa recorrer el mundo.
A juzgar por las expresiones de asombro que generó en el público, no es difícil advertir que va a tener mucho éxito.
Adrián Lacroix, el mago argentino que deslumbra a Copperfield
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La magia no es para chicos
Lacroix se metió al público en el bolsillo muy rápidamente, pero logró el momento consagratorio con un truco en el que le hizo cerrar los ojos a una mujer elegida al al azar entre el público y pensar en el nombre de una persona querida a la que no viera hace tiempo.
Cuando la mujer pasó unos segundos con los ojos cerrados, le preguntó si la estaba visualizando a la persona en un especio abierto y la mujer dijo que no.
Después le preguntó si en el lugar había sonido ambiente y la mujer volvió a negar.
Cuando los espectadores pensaron que el truco estaba por naufragar, Lacroix escribió un nombre en un papel, le pidió que abriera los ojos y dijera en voz alta el nombre de la persona en la que había estado pensando. La mujer dijo «José» y él dio vuelta el papel en el que tenía escrito ese nombre.
Todos pensaron que sí fue magia.
«La gente piensa en la magia como algo para chicos, pero nada que ver. Los chicos están en estado de magia, no necesitan un estímulo para sorprenderse. En una fiesta infantil, si un mago hace aparecer un conejo, los pibes están más interesados en acariciarlo que en saber cómo apareció», ejemplificó.
Lacroix considera que la magia es un arte rico para un público intelectual y que debería estar ubicado en una posición de mayor respeto. Un arte para adultos.
«Es importante que el adulto tenga un bagaje de conocimientos que le permita descartar posibles soluciones para el truco. Por ejemplo, si ve levitar a un ilusionista, primero puede pensar que hay espejos y descartarlo, luego que lo sostienen hilos y descartar la tesis. Y cuando descartó todas sus teorías y se dijo para sí ´esto es imposible´ es cuando sucede la magia».
La psicología de la percepción, una aliada
–¿Qué porcentaje de psicología hay en lo que hacés? Porque también sos mentalista…
-La magia se nutre mucho de la psicología del engaño, de la psicología de la percepción. Pero engaño en el sentido de que el ilusionismo saca ventaja de cómo funciona la cabeza habitualmente. Uno lleva la atención al foco que le interesa y hace que el espectador pierda la atención en lo que no quiere que vea.
-¿Y Qué rol ocupa el lenguaje corporal para leer a una persona respecto de la palabra?
-Yo uso la lectura del lengiaje corporal a modo de presentación, pero con la certeza de un conocimiento inicial que ya tengo. Uno puede usar técnicas en frío pero no son infalibles y nadie haría un show basado en eso porque puede fallar. Sí lo uso en un contexto en el cual yo controlo la situación al 100 por ciento.
Porque el lenguaje corporal puede ser engañoso. Imaginemos que arrestan a un tipo por un delito que no cometió. Por ahí va a estar nervioso como si lo hubiera cometido, pero por la situación. De sus nervios no se puede colegir que sea el autor del hecho. Hay que tener cuidado con eso.
El éxito de sus espectáculos no depende sólo de él. Lacroix pregunta siempre al principio del show quiénes son las personas más escépticas. Las que levantan la mano y quieren participar no lo van a conseguir porque no las va a elegir.
«Los entusiastas que levantan la mano para participar suelen ser una pesadilla. Por eso elijo a gente que en principio no parezca interesada en interactuar conmigo», confesó.
Truco aprendido para los aspirantes a asistentes de mago en un espectáculo: si quieren ser parte del espectáculo, no levanten la mano.
Un compacto de «Nomad»
Lacroix presentó para la prensa una especie de adelanto de lo que va a ser su show. Además del truco de José, hizo muchos con cartas, transfirió una cruz que dibujó en su mano a la mano de una participante, se metió un tornillo en la nariz sin lastimarse y dejó para el final un truco matemático en el que participaron todos los presentes.
Él había adelantado que un ilusionista no puede predecir todo, pero sí asegurar que con el último número termina el show, cuya finalización estaba anunciada para las 21 horas.
Les pidió a todos los presentes que sacaran sus calculadoras que vienen en los celulares, empezó a pedirles que tiraran números al azar y pedía sumas o multiplicaciones, en algunos casos les decía que apretaran cualquier número o uno favorito mientras el resto seguía sumando o multiplicando las cifras sin la más mínima posibilidad de que hubiera una trampa.
Cuando le pidió a la gente que apretara la tecla «=», el número que salió fue 20.59.59, la hora exacta de finalización del show. Obtuvo como recompensa el asombro generalizado, pero también el aplauso final, porque lamentablente la magia había llegado a su fin y cada uno de los presentes volvió a su vida prosaica, donde el asombro no suele estar al alcance de la mano.
En casa de herrero…
Los seres humanos, sobre todo si trabajan de algo que les interesa, suelen mirar el mundo desde la óptica de su profesión, lo que suele denominarse deformación profesional.
En el caso de un ilusionista, cuyo mayor placer es generar asombro, es interesante saber si en la vida cotidiana se deja ilusionar o busca descubrir el truco por deporte o para hacer control de daños para prevenir lo que puede ser una desilusión posterior.
«Nadie es inmune a ilusionarse con algunas cosas, igual por default tengo una mirada escéptica de las cosas, tiene que ver con tratar de tener una visión objetiva. Laboralmente tengo que diseñar la ilusión, en la vida la cosa viene cruda«, respondió.
Un lenguaje que trasciende fronteras
Lacroix dice que hay algunas diferencias culturales en cómo las culturas responden al efecto mágico, pero que en general nadie es indiferente.
«En Haití te pueden tener miedo porque creen en la magia negra, pero en líneas generales la magia rompe las barreras. Nadie es inmune al asombro. Podés ver a un empleado de seguridad que mide dos metros saltando como un nene. La magia no es el tío simpático que hace dos trucos en los cumpleaños. Es lo que era René Lavand y es David Copperfield. Es un arte rico para un público intelectual, debería estar ubicado en una posición de mayor respeto».
Fuente: Télam