Empiezan las clases y el bullying
Por la Lic. en Psicopedagogía María Zysman, directora de Libres de Bullying (www.libresdebullying.com.ar), autora de «Bullying. Cómo prevenir e intervenir en situaciones de acoso escolar», «Ciberbullying. Cuando el maltrato viaja en las redes» y «Grooming. Cómo enseñar a los chicos a cuidarse en la web».
Estamos regresando a las aulas y comienza un nuevo ciclo lectivo pleno de ilusiones, proyectos e ideas. Estudiantes y familias se organizan para este inicio; los docentes se reencuentran y planifican, se capacitan, se emocionan.
Surge, nuevamente, la pregunta acerca de cómo mejorar la convivencia en las escuelas. Qué proyectos se pueden concretar para que todos disfrutemos del estar juntos.
La problemática del bullying se hace presente una y otra vez. Los chicos expresan a través del hostigamiento un malestar que excede las aulas y aparece entonces en las escuelas un modo de vincularse que está naturalizado en muchos otros espacios. El destrato y la humillación que subyace a las dinámicas de bullying es permanentemente potenciado desde los modelos adultos de estar con otros.
Urge revisarnos a nosotros mismos. Más allá del rol que tengamos en la vida de los jóvenes, debemos preguntarnos qué de nosotros puede estar potenciando la aparición del bullying. Luego, desde ya, es preciso saber diferenciar qué es bullying y qué no lo es, poder estar atentos a los primeros signos de que algo de esto podría estar sucediendo y así intervenir de la mejor manera, con el bienestar de los chicos siempre como faro.
El bullying consiste en humillar intencionalmente, de manera reiterada, sostenida y creciente, a un par que no puede reaccionar de manera tal que interrumpa esta dinámica. Para que esta humillación exista, debe haber público-testigos-espectadores que la confirmen y, además, un «vacío» de cuidado, una ausencia de adultos que intervengan a tiempo.
Con esa dinámica en mente, invito a que pensemos en los pequeños gestos descalificadores de los otros que nosotros mismos realizamos. En cómo nos miramos, cómo valoramos o no el trabajo y la opinión de colegas, pares, familiares. Es imposible enseñar a los chicos a tratarse bien si no nos ven hacerlo.
Ojalá este año quienes hacemos la escuela recibamos a los chicos con propuestas, con ideas y proyectos que los inviten a «bientratarse», que al ingresar sientan que los adultos «ya pensamos» qué podemos hacer. Que no sea una campaña ocasional y una expresión de deseos. Que todos podamos percibir la intención, la acción y el corazón que ponemos en que nadie venga a sufrir a la escuela. Los chicos tienen derecho a sentirse seguros y cuidados por nosotros, familias y educadores.
Sin dudas, es importante también que estemos atentos a la detección del malestar y sufrimiento ocasionado por el bullying. Cualquier cambio de comportamiento de los chicos, cualquier expresión de malestar o queja en relación a la escuela, debe ser registrado. Esto no significa que sepamos a ciencia cierta qué sucede. Los mismos signos pueden responder a distintas causas.
Pero si un niño o adolescente presenta cambios abruptos de conducta, llanto o irritabilidad frecuente y aparentemente inmotivada, si se aleja de actividades que antes disfrutaba, si desea faltar a la escuela, si surgen trastornos del sueño, pesadillas, miedos… tenemos que abrir interrogantes.
En esos casos, lo mejor es hablar con nuestro hijo brindándole todo el tiempo que necesite y ofreciendo la certeza de que nos manejaremos con confidencialidad y sin desbordes. Es preciso mostrarle que respetaremos sus pedidos de espera, de cuidadosa intervención, de no agresión al docente y no exposición en redes. Los chicos humillados tienen mucho miedo a que sus familias o docentes los expongan públicamente y agraven el problema.
Escucha, confidencialidad, ternura y «des-culpabilización» son las palabras que deben guiar nuestra intervención.
Encontrémonos con los chicos con todo el cuerpo. Sin pantallas que alejan, sin juicios y prejuicios que condenan y con propuestas concretas que les den seguridad y confianza en nosotros y en el mundo que habitan.
Fuente: Télam