La historia de cine Gaumont
Nació a comienzos del siglo pasado, pero su emblemático edificio racionalista data de 1946; en los noventa se convirtió en un complejo con varias pantallas y en 2013 fue adquirido por el Incaa
Se lo conoce como “la casa del cine argentino”. Es uno de los símbolos que enmarca la Plaza del Congreso, junto con el monumental palacio legislativo, el histórico teatro Liceo -la sala privada en actividad más antigua de América Latina– y la Confitería Del Molino, recientemente restaurada, pero solo abierta para esporádicas recorridas del público. En Rivadavia 1635, el cine Gaumont es parte de ese tejido declarado de “protección histórica”, donde desemboca la Avenida de Mayo, vértebra cívica relevante que une con la Plaza de Mayo.
De estricto estilo racionalista, el Gaumont es uno de los cines más antiguos de la ciudad de Buenos Aires que sigue en pie y uno de los pocos que mantiene sus atributos arquitectónicos originales, más allá de su desdoblamiento en tres salas. Su nombre ha permitido las más variadas pronunciaciones.
Hasta la década del 80, el Gaumont “competía” con el Callao y el Savoy, salas vecinas que se encontraban a pocos metros, sobre la avenida Callao. De ninguna de ellas quedan rastros. Mejor suerte corre el bonito teatro Empire, sobre Hipólito Yrigoyen y Combate de los Pozos, pero sin la estelaridad de sus colegas de la cercana calle Corrientes.
En la década del cuarenta, Tita Merello y Luis Sandrini solían ser habitués del lugar. La muy buena programación -una característica histórica de este espacio- también atraía la presencia de directores y cinéfilos como Leopoldo Torre Nilsson y Leonardo Favio. La sala mayor lleva el nombre del realizador de Crónica de un niño solo.
Todo para hacerse
Roque Sáenz Peña gobernaba el país cuando, en 1912, el Gaumont encendió, por primera vez, sus proyectores. A decir verdad, en ese tiempo se llamó Cinematógrafo de la Plaza del Congreso, dado su emplazamiento frente al espacio verde que enaltecía el carácter higienista con el que se expandía la ciudad. De hecho, la popular plaza que enfrenta al Congreso Nacional se encuentra lindante con las plazas Mariano Moreno y Lorea, esta última un pequeño recorte verde donde desemboca la Avenida de Mayo, a metros del edificio La Inmobiliaria.
La celebración del centenario de la Revolución de Mayo encontraba a Buenos Aires con obras de envergadura que le daban carácter europeo. El edificio del Gaumont se inscribía dentro de esa lógica.
Mirando al otro lado del océano, poco tiempo después de su “primera fundación”, el cine sufrió un relanzamiento que fue acompañado por un cambio de nomenclatura. Pasó a llamarse Gaumont Theatre, en homenaje a Léon Gaumont, el inventor francés que fue pionero de la industria del cine. El emprendedor parisino se había iniciado como vendedor de elementos fotográficos, lo cual derivó en su incursión en el mundo fílmico a través de su productora L. Gaumont et compagnie, fundada en 1895, lo que la convierte en la más antigua en funcionamiento en el mundo.
Como ha sucedido -y sigue sucediendo- con tantas salas, el Gaumont Theatre fue demolido entre 1938 y 1943, aunque en su solar volvería a erguirse un cinematógrafo.
Nueva etapa
En 1946, el Gaumont sufrió una nueva transformación y relanzamiento. De esta época data el edificio racionalista tan característico, que se codea con singular convivencia y armonía con algunos palacios franceses y con los aires madrileños de la vecina Avenida de Mayo.
De acuerdo a los lineamientos del racionalismo, muy impuesto en el mundo entre 1925 y 1965, la idea matriz del movimiento era la austeridad de sus líneas, escasa ornamentación y la utilización de materiales nobles como el hormigón.
En el caso del Gaumont, su fachada fue revestida en ladrillo, con bandas verticales blancas que se intercalan en ese entramado. Por encima del alero que cubre parte de la vereda se emplaza un rectángulo con ladrillos de vidrio, que definen la identidad de este edificio y que proporciona de luz natural al gran foyer abrazado por dos escaleras de mármol que conducían al pullman y súper pullman, hoy convertidos en las salas 2 y 3.
La iluminación nocturna provenía, en gran medida, por el efecto “garganta” de “luces escondidas”. El travertino es uno de los materiales utilizados en su interior. Esta roca calcárea le proporciona al cine un efecto de grandilocuencia, pero, a la vez, de severidad. Lo acético de la construcción solo se permitió un “desliz enfático”, las enormes letras apoyadas sobre la parte más alta de su frente que reproducen su nombre.
Al momento de su reinauguración, la sala impactaba por sus dimensiones con un aforo cercano a los 1000 espectadores. Con todo, el Gaumont quedaba algo rezagado ante los estrenos rimbombantes de la calle Lavalle, donde se sucedían el Normandie, Iguazú, Troccadero, Luxor y Monumental, el único cine que permanece abierto y bajo el sistema de un multicine con salas pequeñas.
Una década después de su reinauguración, la cabina de proyección fue adaptada al Cinemascope, el sistema que permitía exhibir films en pantalla ancha, como también sucedería después con el Atlas Lavalle. El adelanto del Gaumont fue el prólogo al sistema Cinerama.
Nueva era
En la década del 90 comenzó la gran crisis de las salas de cine, que empezaban a verse diezmadas ante la competencia de la oferta fílmica de los canales de la televisión por cable, en pleno desarrollo, y el boom de los videoclubes. Esta dinámica de las nuevas formas de consumo llevó al cierre de tantísimas salas, algunas, incluso, bajaron sus telones prematura y definitivamente en los ochenta. Entre los queridos cines desaparecidos se encontraban el 25 de Mayo de Villa Urquiza, el Argos de Colegiales, el Fénix de Flores, el Palacio del Cine de Almagro, entre muchos otros, y el comienzo del desmantelamiento de la oferta fílmica de Lavalle. La cadena de don Clemente Lococo fue una de las más afectadas.
Otros espacios fueron reconvertidos en varias salas más pequeñas, tal el caso del Gaumont que, en 1995, transformó su pullman y súper pullman en las salas 2 (300 butacas) y 3 (250 butacas), dejando la platea casi intacta con un elevado aforo (600 localidades). De esta forma, también podía competir con los complejos que nacían en los shoppings.
Espacio Incaa
Ocho años después de transformarse en tres salas, el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) les alquiló el edificio a sus propietarios. De esta forma, el complejo se transformó en el Espacio Incaa km 0, dado que en Plaza del Congreso se estableció ese punto de partida para medir las distancias en las rutas del país.
Desde 2003, el Gaumont se convirtió en un refugio de la producción nacional con muy buena afluencia de espectadores. Fue en esta etapa donde también se realizaron algunas entregas del premio Cóndor a la producción cinematográfica. En 2008, el Gaumont fue declarado “Testimonio vivo de la memoria ciudadana” por el Museo de la Ciudad.
Salvarse de la demolición
En 2012 faltaba un año para que venciera el contrato entre los propietarios del edificio y el Incaa cuando la institución estatal fue anoticiada que no habría renovación. El motivo de la decisión de los dueños se sostenía en cuestiones estrictamente económicas, les resultaba más rentable venderlo a un valor elevado, aceptando una de las tantas ofertas que solían recibir dada la privilegiada ubicación del inmueble. Indudablemente, la idea de un desarrollo comercial y la construcción de un edificio de propiedad horizontal motorizaban la idea.
La comunidad artística se movilizó masivamente, con figuras como Graciela Borges -todo un ícono de nuestro cine- a la cabeza. El 6 de julio de 2012, la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires aprobó la ley de protección estructural del edificio. Desde ese momento podía ser vendido, pero no demolido.
Seis meses después, finalmente el Incaa compró el histórico cine para mantenerlo en actividad siguiendo, sobre todo, los lineamientos de apoyo a la exhibición de la producción artística local. La sala nuevamente fue puesta en valor edilicio y técnico.
¿Cierra?
En la actualidad, los recortes presupuestarios del Incaa, bajo cuya órbita funciona el Gaumont, encendieron las alarmas ante un posible cierre y venta del emblemático edificio. En este sentido, el sábado pasado, Mirtha Legrand se manifestó al respecto en su programa La noche de Mirtha (eltrece) preguntándose: “”¿qué puede costar mantener el cine Gaumont? “Yo fui hace poco, está espléndido, en muy buenas condiciones, es una lástima”, aseguró.
Las declaraciones de la conductora llevaron a que el presidente Javier Milei replicara en la red social X el comentario de un usuario que propuso que la diva comprara la sala y la bautizara con su nombre. “Me sorprendí mucho cuando reaccionaron así. De este Gobierno no quiero estar en contra porque toma represalias y es muy desagradable”, expresó Mirtha Legrand al ciclo Desperezate, del Canal de la Ciudad.
Más allá de estas idas y vueltas, lo cierto es que el cine Gaumont es uno de esos espacios de noble valor histórico y cultural que, por su carácter estatal, ofrece entradas a muy bajo costo, lo cual genera una gran afluencia de público que se acerca para disfrutar de los estrenos de cine argentino y de diversos ciclos de la cinematografía internacional. El valor de los tickets generales es de $400, los jubilados y estudiantes abonan el cincuenta por ciento.
Además, allí funciona el Cine Club Núcleo, el histórico emprendimiento cinéfilo creado, entre otros, por el recordado crítico Salvador Sammaritano, y este año volverá a ser sede del Bafici, el encuentro de cine independiente de la ciudad, que se realizará entre el 17 y el 28 de abril, con entradas a 1500 pesos (1200 pesos para estudiantes y jubilados).
El jueves, el economista Carlos Luis Pirovano, flamante presidente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, declaró: “De mi boca nunca salió que quería cerrar el Gaumont. En realidad, debería ser el Teatro Colón del cine argentino”.
Fuente: La Nación