Decididamente el 2020 nos interpeló a abandonar definitivamente el individualismo y entender que en todas nuestras acciones debe estar comprendido el otro, ya no como objeto sino como sujeto.

En mi adolescencia, hace algunas décadas atrás, me enseñaban que antes de iniciar una actividad debía realizarme tres preguntas a partir de un diagnóstico sobre la situación: ¿A dónde voy? ¿Por dónde voy? ¿Cómo voy? Esas preguntas las repito cada vez que debo enfrentar un desafío en lo personal o en lo profesional.

Los sucesos del año pasado hicieron que estas preguntas, que aprendí a recitar en singular, fuese necesario expresarlas en plural. Decididamente el 2020 nos interpeló a abandonar definitivamente el individualismo y entender que en todas nuestras acciones debe estar comprendido el otro, ya no como objeto sino como sujeto. Este paso a mi entender debe partir de un mea culpa y desde allí vernos como actores de cambio.

La pandemia está siendo administrada, podemos estar de acuerdo o en desacuerdo en la forma en que está siendo llevada, pero es cierto que nuestra dirigencia se enfrentó sin experiencia previa a este contexto sanitario. No tuvimos guerras como las europeas de alta intensidad que afectaron a la población en su todo. Aprendimos todos a enfrentar la pandemia a medida que se presentaron las situaciones. Quizás el miedo por momentos se impuso sobre la templanza, la fortaleza, la prudencia y la justicia. Quizás ese miedo nos hizo por momentos también perder la fe, la esperanza y la caridad.

Comprender esta situación no significa renunciar a la defensa de nuestros derechos y libertades. No significa renunciar a exigir más vida republicana y democrática. Es nuestra obligación reclamar a nuestros dirigentes que velen por el bienestar general por sobre sus intereses personales o sectoriales. Es imprescindible que quienes conducen comuniquen el plan de la pospandemia a corto, mediano y largo plazo. Este camino no será sencillo, será difícil y los logros serán para las generaciones futuras.

Los frutos del esfuerzo colectivo empeñado hoy no los veremos nosotros. Quizás sea el más bello sacrificio que podremos hacer al trabajar por el otro, un prójimo que nacerá en un futuro o que no es parte de nuestro entorno, un otro al cual no conocemos, al cual debemos pensarlo como sujeto y no como objeto. Quienes somos privilegiados por nuestra formación o por nuestros ingresos, en un país que con cada vez menos somos privilegiados al compararnos con los argentinos que sufren, tenemos el deber de ser actores sociales de cambio.

La realidad nos interpela a abandonar nuestro individualismo como ya mencioné. Durante el confinamiento: empatía, sí. Conductismo, no El futuro nos reclama a que quienes enseñamos a que trabajemos para formar las generaciones de reemplazo, formar a nuestros estudiantes con la mayor dedicación y generosidad posible. O cuando desarrollemos un emprendimiento, pensar en la rentabilidad, pero no dejar de tener presente el beneficio social del mismo a través de la generación de trabajo y del cuidado del medio ambiente.

Muchos ejemplos pueden brindarse que seguro serán mejores de los que describí en este párrafo. Tengamos el objetivo de construir una sociedad más igual y con mayor justicia. Algunos pensarán cuando leen los párrafos anteriores que son utópicos, a ellos les digo que no dejemos de luchar por utopías, pues los imposibles con esfuerzo, honestidad y amor se vuelven posibles en muchas ocasiones. ¿Puede haber más bella batalla que podamos librar? Debe dolernos el saber que otro argentino está sufriendo. Esto nos exige igualar hacia arriba y no hacia abajo. Es importante en el futuro inmediato recuperar los principios de igualación y movilidad social. Cuantos más argentinos accedan a bienes y servicios tendremos una sociedad con mayor libertad.

Dejar de preguntarnos porque alguien percibe más ingresos y en su lugar preguntarnos porque otro percibe menos por su trabajo. Cuanto más se desarrolle el sector privado tendremos un Estado más fuerte que pueda responder a las necesidades sociales y satisfacer los servicios que le son propios. Argentina, un país con solidaridad infinita La historia nos brinda una nueva oportunidad para ser nación, en donde los argentinos podamos desarrollarnos con iguales oportunidades, en donde se premie el esfuerzo y la honestidad. Para ello, entiendo que debemos abandonar lo singular y adoptar el plural, ya no preguntarnos ¿A dónde voy? sino ¿A dónde vamos? Pero todos juntos como nación con un plan de corto, mediano y largo plazo donde todos los argentinos estén incluidos.

Ya no preguntarnos ¿Por dónde voy? sino ¿Por dónde vamos? Eligiendo un camino en el puedan transitar los argentinos con igualdad de oportunidades y en libertad. Ya no preguntarnos ¿Cómo voy? sino por ¿Cómo vamos? Como nación, sabiendo que trabajamos para las generaciones que vienen después de nosotros.  

  * Juan Carlos Frontera. Abogado. Profesor en Ciencias Jurídicas. Doctor en Historia. Profesor Titular Ordinario de Historia del Derecho e Historia Constitucional (USAL). Profesor Adjunto Regular de Historia del Derecho Argentino (UBA).

Fuente: https://www.perfil.com/noticias/opinion/juan-carlos-frontera-a-donde-voy-o-a-donde-vamos.phtml