Seres humanos depredadores
«El matrimonio de los peces rojos», de Guadalupe Nettel, fue publicado por primera vez en 2013 y vuelve a circular en estos días a través del sello Páginas de Espuma. «Los animales que aparecen en estos relatos son sinuosos y escurridizos. Los elegí como un reflejo o una metáfora de nuestras pasiones más inconfesables», cuenta la escritora mexicana durante la entrevista con Télam.
Por Julieta Grosso
Como la cámara lenta y paciente de un documental a la espera del momento en el que la criatura depredadora se abalance sobre su presa para convertirla en trofeo y alimento al mismo tiempo, en los relatos que integran «El matrimonio de los peces rojos» la mexicana Guadalupe Nettel atrapa el punto de quiebre en el que hombres y mujeres desmienten su condición reflexiva para convertirse en seres punzantes y crueles, portadores de una ferocidad que el imaginario aplica a las especies más sombrías del mundo animal: «Los seres humanos somos depredadores. Algunos lo manifiestan en la guerra, otros en la oficina, en la bolsa de valores o en el patio de la escuela», dice la autora.
Algo de la niña que devoraba programas y libros dedicados a cartografiar el comportamiento animal reaparece en estos cuentos que juegan a desarmar el estereotipo de una naturaleza humana superadora de otras especies: gatos, serpientes, peces, cucarachas y hasta un hongo componen las variedades zoológicas en cuyos recorridos se miden, se recuestan y se contrastan los personajes del libro, seres corroídos por la soledad, a veces tiranizados por el deseo o anestesiados sin saberlo en relaciones donde la violencia se hornea a fuego lento pero constante.
«El matrimonio de los peces rojos» fue publicado por primera vez en 2013 y vuelve a circular en estos días a través del sello Páginas de Espuma. Como toda reedición, tiene la opción de dialogar con un nuevo contexto, en momentos donde la pandemia que asola al mundo prolonga los debates sobre los excesos de una civilización siempre desafiante que pone en riesgo la supervivencia como resultado de la sobreexplotación de los recursos del planeta, un nuevo capítulo en la saga hobbesiana del «hombre como lobo del hombre» que relativiza el valor del discernimiento frente al componente inercial del instinto.
¿La ferocidad del comportamiento humano es doblemente «condenable» porque cuando se desata no lo hace por una pulsión mecanizada e irrebatible sino a partir de actos movidos por la capacidad de razonar»?
Nettel, autora de obras como «El huésped», «El cuerpo en que nací» y «Después del invierno» (ganadora del Premio Herralde de Novela en 2014), no intenta dar respuesta a la cuestión sino más bien tejer nuevas simetrías o diferencias entre humanos y animales a través de procesos que se experimentan en paralelo, como la convivencia, la tristeza o la maternidad.
Así se establece una sintonía que algunos de los personajes aprovechan para leer en espejo sus propias realidades, como el hombre que decide separar a una pareja de serpientes para ver replicado en ese dolor algo del suyo por el alejamiento de su amante, o la protagonista del cuento homónimo al título del libro que se obsesiona con las pujas de poder en una pareja de peces para esquivar el martirio lento de su matrimonio.
«Creo que observar a los peces le permite a esa mujer entender mejor lo que sucede entre ella y su marido. Entender que aunque sea subrepticia hay una lucha de poder en su relación y también mucha violencia soterrada. Respecto al hombre que observa a la serpiente morir de tristeza por la pérdida de su pareja, está observando, como en un espejo, el inmenso dolor que siente por la promesa de amor que hizo y no está en posibilidad de cumplir, su frustración y su duelo», dice Nettel a Télam.
En su recorrido, la escritora retoma algunos lugares comunes -como la condición solitaria y abandónica de los felinos- y se atreve con las cucarachas desde un costado insospechado que no se regodea en el asco o la aversión a este insecto. Esta desmarcación de lo esperable tiene lugar en el relato «Guerra en los basureros», donde una anciana recuerda que «ellas» fueron las primeras pobladoras de la Tierra y aunque el mundo se acabe mañana, sobrevivirán «porque son la memoria de nuestros ancestros. Son nuestras abuelas y nuestros descendientes».
– Télam: Los relatos tienen como elemento vinculante la presencia de alguna especie animal que se constituye en testigo o atizadora de algunos de los conflictos que se narran ¿Por qué te interesó que las indagaciones a las que pueden dar lugar estos cuentos tengan esa incidencia en el universo animal?
– Guadalupe Nettel: Supongo que porque a mí me interesan mucho los animales. Los observo desde que era niña, ya sea en documentales o en la vida cotidiana. Su comportamiento, sus dinámicas y sus sociedades me resultan fascinantes. Creo que verlos actuar nos enseña mucho sobre nosotros mismos, sobre nuestros instintos y sobre nuestra ferocidad.
«El matrimonio de los peces rojos» fue publicado por primera vez en 2013.– T.: En ese paralelismo sutil entre el universo animal y el humano, ¿de algún modo se desacredita la elocuencia o sagacidad que permite la facultad humana del razonamiento frente a la condición instintiva que rige el comportamiento animal?
– G.N.: Desde siempre los seres humanos hemos tenido una relación polémica con el reino animal, al que sin lugar a dudas pertenecemos. Al parecer, nuestra facultad de razonar, nuestras herramientas y nuestros lenguajes complejos nos enorgullecen lo suficiente como para considerarnos superiores a ellos y adoptar, en consecuencia, un comportamiento abusivo. No sólo los hemos perseguido durante siglos para beneficiarnos de su carne, de su piel, de sus huesos y de sus secreciones, también los hemos apresado por gusto, y exhibido en zoológicos y circos. Tal vez sería hora de plantearnos qué tipo de relación queremos tener de ahora en adelante con la naturaleza.
– T.: El libro mereció el Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero cuyo jurado integró por entonces la escritora Samanta Schweblin, autora de cuentos de atmósfera enrarecida que de algún modo se pueden emparentar con los tuyos ¿Detectás puntos de conexión con su obra, acaso en la manera en que trabajan sobre la idea de una realidad reconocible y ordinaria que se bifurca para alojar la extrañeza?
– G.N.: Me gusta mucho lo que escribe Samanta. Sigo su obra desde hace varios años. Creo que tenemos muchos intereses comunes, en particular la inclinación por la extrañeza que señalas, pero también esa atracción que suscita la delgada frontera entre cordura y demencia, entre lucidez y delirio, entre sueño y vigilia. Las dos nos sentimos más cuentistas que novelistas, y a las dos nos gusta la absenta y los gin tonics clandestinos, entre otras cosas…
– T.: En la cita que abre el libro, el escritor chino Gao Xingjian dice que «el hombre pertenece a esas especies que, cuando están heridas, pueden volverse particularmente feroces». ¿Cuánto hay de impiadoso en la naturaleza humana que pueda equiparse con esos documentales sobre especies salvajes que salen de cacería e interceptan y luego degluten a su presa sin contemplaciones?
– G.N.: Los seres humanos somos depredadores. Algunos lo manifiestan en la guerra, otros en la oficina, en la bolsa de valores o en el patio de la escuela. Por esa ferocidad que caracteriza a nuestra especie, muchas veces nos tememos los unos a los otros. Los animales en cambio nos permiten ser como no nos atrevemos a comportarnos con otras personas y a veces llegan a constituir nuestro único vínculo afectivo. El otro epígrafe es de Plinio el Viejo: «Todos los animales saben lo que necesitan, excepto el hombre». La diferencia radica en nuestra capacidad para razonar y en la forma en que abusamos de ésta. Plinio se refería a la pérdida de la intuición animal, a esa sabiduría tan básica que los animales poseen y nosotros hemos enterrado bajo una maraña de pensamientos especulativos y dudas. Elegí estos dos epígrafes para este libro que, creo, describen bien nuestras similitudes y nuestras diferencias. Aristóteles decía: «Si quieres conocer al ser humano fíjate en la naturaleza y en el reino animal».
– T.: Hay nexos en los animales o insectos que circulan por estos relatos: en mayor o menor medida se trata de especies de andar sigiloso, cuya presencia suele ser poco ruidosa. ¿En qué medida ese sigilo reproduce los modos en que se instala el malestar o la apatía en la cotidianeidad, donde muchas veces un sentimiento que se desencadena es el resultado de un proceso silencioso que recién se hace visible en su escala final?
– G.N.: Los animales que aparecen en estos relatos son sinuosos y escurridizos. Los elegí como un reflejo o una metáfora de nuestras pasiones más inconfesables así como de esas decisiones que se urden en nuestro inconsciente durante años, hasta que un día impulsan una reacción incomprensible para los demás, aunque a nosotros nos parecen el resultado lógico de una serie de acontecimientos.
– T.: Las contradicciones y ambigüedades de la maternidad son un tema recurrente en tu obra, como en tu última novela «La hija única». ¿Se han producido cambios sustanciales en la forma de «colar» esta temática, en tanto hace unos años franquear ese lado B de ser madre se podía leer como una perspectiva más solitaria?
– G.N.: Creo que las autoras del pasado que hablaron de maternidad son más de las que recordamos en un primer momento, pero o bien fueron invisibilizadas en su época, como tantas otras escritoras, o tanto el medio editorial como la crítica le daban muy poca importancia a ese tema, incluso lo despreciaban. Una madre que se quejaba de su carga doméstica era visto como algo inocuo o hasta como una aberración. Hay que recordar que Rosario Castellanos y Elena Garro fueron consideradas «locas» o por lo menos «mujeres trastornadas». Ahora, gracias a las luchas feministas, sus demandas y quejas nos parecen mucho más legítimas. Me parece necesario escribir y leer sobre la maternidad. No se puede concebir la emancipación de la mujer si no alcanzamos la igualdad de género también en el ámbito doméstico y en particular en el de la crianza.
Fuente: Télam