«Murió Charlie Watts». -¿Qué? «Que murió Charlie Watts». De repente, el aire se enrareció en la Kangoo. «Murió Charlie Watts, baterista de los Rolling Stones»; el título obvio se me cruzó por la cabeza, aunque sabía que ya alguien se había encargado de publicar la noticia. -Llego y me pongo con eso, dije, antes de cortar con el jefe de mi sección.

«Murió Charlie Watts», le dije a mi hija, que me miraba sin terminar de entender. «El baterista de los Rolling Stones», agregué, y me respondió con un «no» que rebotó en cada rincón del auto. Lo habíamos visto juntos, la última vez que vinieron, en el Único de La Plata, en 2016. Los vimos juntos. Ella tenía 10; yo, 50.

Hace apenas media hora, cuando el martes dejaba atrás la mañana para convertirse en tarde y la avenida Beiró era un lío de autos y colectivos, aproveché el semáforo en rojo para poner el CD 2 de Live Licks en la compactera. Cuando sonó el celular, ya habían pasado Brown SugarStreet Fighting Man y Paint It Black, y sonaba You Can’t Always Get What You Want.

Elegancia stone: Charlie Watts y la fina estampa que lo acompañó a lo largo de su vida. Foto AP Photo/Alik Keplicz

Elegancia stone: Charlie Watts y la fina estampa que lo acompañó a lo largo de su vida. Foto AP Photo/Alik Keplicz

Daba igual. Apenas escuché «murió Charlie Watts», lo que empezó a pasar en mi cabeza era otra cosa que no sabía muy bien de qué se trataba. Como si el sonido se hubiera pausado mientras se comenzaban a suceder y superponer imágenes.

El guiño de Richards a Watts para cerrar la impro de Midnight Rambler en La Habana, la sonrisa de oreja a oreja del baterista en el River del Voodoo Lounge ’95, mientras le dábamos la ovación más grande de la noche, la tapa del LP De nuestra inspiración, el primero de la banda que entró en mi casa, regalo de cumple de 10 de mis compañeros de colegio Fabián, Jorge y Tito…

Más: el Charlie de pelos largos a contramano de su elegancia perenne, el que le pegaba al vacío en la transmisión pandémica del festival One World: Together at Home, el del gesto impertérrito frente al desenfreno de Jagger y la desfachatez de Richards, el que vestido de marinero queda sepultado por la espuma en el videoclip oficial de It’s Only Rock ‘n’ Roll (But I Like It).

Un ritual que fue más que música

Afortunadamente, en la Argentina tuvimos la suerte de ver a The Rolling Stones en carne y hueso varias veces; también a Paul McCartney, desde aquellos ’90 del 1 a 1 a sus últimas visitas, promediando la década pasada. Ellos eran. son y serán los faros de un viento cultural que se transformó en huracán y se llevó puestos a millones.

Y si la primera vez que compartimos el oxígeno con ellos fue la certificación de que aquellos músicos que nos habían conmovido y excitado desde un equipo de audio o desde una pantalla y que durante años habían convivido con nosotros en forma de posters y revistas eran parte de nuestro mundo más inmediato, las veces siguientes nos ayudaron a confirmar que las cosas seguían en el lugar correcto.

Y, de paso, a convencernos de que a pesar del paso del tiempo seguíamos siendo quienes habíamos sido. Distintos, claro, también un par de tonos más abajo en la voz y un par más arriba en el color del pelo. Pero, finalmente, los mismos de siempre. 

«Sus músicas nos hacen brillar/Sus músicas nos hacen cantar/Sus músicas nos cuentan/Que algunas cosas están en su preciso lugar», canta Fito Páez en Gracias, uno de los temas de su álbum Rosario, como un tributo al tridente formado por Litto Nebbia, Luis Alberto Spinetta y Charly García.

Charlie Watts, detrás de su Gretsch, marcando el paso de la banda de sonido de las vidas de muchos de nosotros. Foto Xinhua/Vit Simanek/CTK/ZUMAPRESS

Charlie Watts, detrás de su Gretsch, marcando el paso de la banda de sonido de las vidas de muchos de nosotros. Foto Xinhua/Vit Simanek/CTK/ZUMAPRESS

Y de algún modo, los versos del músico rosariporteño aplican a la perfección al repetido ritual que alimentamos en cada escala que los Rolling Stones y Paul hicieron en esta parte del planeta, al ir a verlos y a escucharlos. Al menos así lo sentí yo, y hasta creo que así lo escribí -y describí- en su momento.

Siempre fue algo como: «Ok, Mick sigue saltando y moviéndose como si tuviera 25, Richards sigue haciendo las monigotadas que lo vimos hacer en Música Total en los ’80, Ronnie sigue sosteniendo sus cigarrillos entre las cuerdas mientras dispara algún solo impensado y por enésima vez Charlie marca el paso de Paint It Black«.

Igual con Paul: «Los fuegos de Live and Let Die aturden como la vez pasada, el coro eterno de Hey Jude no deja de convocar nuestros más bellos sentimientos, el hombre se sigue animando a desgarrar su garganta en Helter Skelter y eso de que ‘al final, el amor que te llevás es igual al que das’ vuelve a ejercer el efecto de hacernos sentir un poco mejores que cuando llegamos al show».

Ya nada será igual

Sus músicas, una y otra vez, nos hicieron brillar y cantar, y nos contaron que las cosas seguían estando en su preciso lugar. Y nosotros, con el filtro de la emoción de por medio, las volvíamos a ver allí donde las habíamos visto antes y donde nos encantaría que sigan eternamente.

Pero, este martes 24 de agosto, «murió Charlie Watts». Así de certero. Así de triste. Así de inexorable.

Por eso, la próxima vez, si la hay, ya ni siquiera será como podría haberlo sido si, aún con Steve Jordan en plan de reemplazo, supiéramos que Charlie sigue allí, en su casa. Esperando volver a ocupar su banqueta detrás de la breve Gretsch desde la que reguló el tempo de buena parte de la banda sonora de nuestras vidas.

Aún así, puede ser que nuevamente sus músicas nos hagan brillar, y que también nos hagan cantar. Pero Watts ya no va a estar ahí. Y entenderemos, entonces, que este martes 24 de agosto, definitivamente, algunas cosas dejaron de estar en su preciso lugar. Para siempre.

Fuente: https://www.clarin.com/espectaculos/musica/murio-charlie-watts-dia-cosas-dejaron-preciso-lugar_0_LezJ4Gmzk.html