Borges cumpliría 121 años
Por: Verónica Abdala
Maestro del cuento, poeta, traductor, conferencista, crítico, ensayista y un excelso orador, Jorge Luis Borges (Buenos Aires 1899 -Ginebra, 1986) fue y es, a la vez, el escritor más argentino y el más universal. A 121 años de su nacimiento, que se cumplen este lunes 24 de agosto, en relación a su obra ya no hay polémicas, sino un consenso celebratorio.
En sus libros, traducidos a más de 30 idiomas, desplegó una serie de obsesiones personales -las trampas del tiempo, la existencia como laberinto, la vastedad del infinito, el destino, la duplicidad, la finitud o la dudosa seguridad de los espejos-, que entramaba con la historia de las culturas, la metafísica y una curiosidad evidente por el pasado de este país con el que tuvo una relación ambivalente y de donde huyó para morir.
El «gran narrador sin novela», como lo definió la poeta Tamara Kamenszain, desarrolló una obra poética -además de cuentística y ensayística- a la altura de los lectores más exigentes, y que sigue leyéndose en el mundo entero como la comprobación de que la perfección literaria es posible.
Jorge Luis Borges. Se cumplen 121 años de su nacimiento.
Títulos como Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929) -que integran una trilogía de tono criollo compuesta al regresar a Buenos Aires después de un periplo por Europa-; El hacedor (1960) y Elogio de la sombra (1969) -donde aflora la tragedia de su ceguera-, así como El oro de los tigres (1972) y La rosa profunda (1975) integran su obra poética.
A continuación, tres poemas del autor de El Aleph, y un breve racconto de las circunstancias que los inspiraron.
«El amenazado», la comprobación del amor
María Kodama y Borges -que se casaron en abril de 1986, cuando el escritor ya se preparaba para morir y ultimaba los detalles de su despedida- se conocieron cuando ella era muy joven. Kodama había leído con escasos 5 años un poema del escritor y también fue su alumna a los 16, en un curso de literatura inglesa de la Facultad de Filosofía y Letras. Borges y Kodama se enamoraron poco después y mantuvieron una relación de allí en adelante. Él le agradeció una y otra vez haber llenado de dulzura y afecto su ocaso. En este poema de amor, de 1972, Borges se reconocía así, enamorado:
Es el amor. Tendré que cultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.) El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
El escritor junto a su segunda y última esposa Maria Kodama. Ella lo acompañó durante años, y se casaron en 1986.
«1964», ante el ocaso de la vejez
Los libros de Borges que se publicaron en los años 60 fueron, en su mayor parte, volúmenes de poesía y prosa: El hacedor, Elogio de la sombra y El otro, el mismo aparecieron en 1960 el primero, y en 1969 los últimos dos. En 1964 la editorial Emecé publicaba además su Obra poética.
En este poema, incluido en El otro, el mismo (1969), se hacía evidente la inquietud del escritor por el paso del tiempo. Imágenes que hacían referencia a la decadencia producto de los años irían apareciendo, a partir de entonces, con una frecuencia creciente. A esa altura, Borges ya era un sexagenario, ciego, que asistía con cierto temor al comienzo de su vejez. Presentía que la muerte era, cada vez más, una experiencia concreta que se acercaba.
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna ni los lentos jardines. Ya no hay una luna que no sea espejo del pasado, cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes que acercaba el amor. Hoy sólo tienes la fiel memoria y los desiertos días.
Nadie pierde (repites vanamente) sino lo que no tiene y no ha tenido nunca, pero no basta ser valiente para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra y te puede matar una guitarra.
Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo; un instante cualquiera es más profundo y diverso que el mar. La vida es corta y aunque las horas son tan largas, una oscura maravilla nos acecha, la muerte, ese otro mar, esa otra flecha que nos libra del sol y de la luna y del amor. La dicha que me diste y me quitaste debe ser borrada; lo que era todo tiene que ser nada.
Sólo que me queda el goce de estar triste, esa vana costumbre que me inclina al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.
Preguntas. En sus poemas hizo referencia a cuestiones sobre las que se interrogó hasta el final, como la felicidad, el amor y la muerte.
«El remordimiento», la pregunta por el sentido de la felicidad
En este poema, publicado originalmente en 1975, el año de la muerte de su madre, Leonor Acevedo, y escrito cuatro días después del fallecimiento de la mujer, casi centenaria, Borges se replanteaba qué es la felicidad y afirmaba que creía haber fracasado en todo, aunque sus lectores supieran que no era así.
He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz. Que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego arriesgado y hermoso de la vida, para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida no fue su joven voluntad. Mi mente se aplicó a las simétricas porfías del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado La sombra de haber sido un desdichado.
Fuente: Clarín