A 50 años del estreno El Padrino
Cómo fue la cocina del filme que dirigió Francis Ford Coppola y protagonizó Marlon Brando.
En 1968, el escritor italoamericano Mario Puzo estaba desesperado. Apenas sobrevivía publicando novelitas policiales y relatos de aventuras en revistas populares, y su ludopatía le estaba cargando las espaldas con una serie de deudas cada vez más abultada que sus numerosos acreedores comenzaban a reclamarle con poca paciencia.
Puzo había nacido en el conflictivo Hell’s Kitchen de Manhattan y había dado a todos sus gángsteres y hampones ese mismo origen, hasta que un editor le propuso que utilizara sus raíces europeas, concretamente su ascendencia avellina, para dotarlos de mayor originalidad. Pocos meses después, volvió a golpear las puertas de editores y agentes literarios cargando un manuscrito provisoriamente titulado The Mafia.
Mario Puzo, autor de la novela que dio origen a la saga El Padrino. Foto: EFE
De inédito a best seller
Alguien le había sugerido que ofreciera ese material también a los productores de cine, siempre ávidos de historias originales. Tras escuchar sus súplicas en su oficina de la Paramount Pictures, el productor Robert Evans se aseguró los derechos de adaptación del manuscrito de Puzo casi como una obra de caridad.
Le dio un cheque por doce mil dólares para sacárselo de encima (entre conmovido y fastidiado por la desesperación y la insistencia del escritor, que aseguraba que si no devolvía a sus acreedores los once mil que les debía éstos le romperían los dos brazos). Le pidió que transformara esa historia en un guión, y se olvidó de él apenas lo vio cruzar la puerta de entrada.
Ese mismo año se había estrenado la película Mafia, con Kirk Douglas en el papel principal, y su estrepitoso fracaso de crítica y público había hecho creer a Hollywood que ningún espectador quería saber nada con ese tipo de historias.
Pero The Mafia se publicó finalmente en 1969 (ya con su título definitivo: The Godfather). Un año y medio después seguía encabezando las listas de best-sellers y rompiendo récords de ediciones. Evans desempolvó el contrato de cesión que había firmado con Puzo y se dio cuenta de que, sin proponérselo, había concretado una jugada maestra: asegurarse de que la adaptación cinematográfica de la novela que todo el mundo estaba leyendo no pudiera salir de otro estudio que no fuera el suyo.
Una foto de Marlon Brando como El Padrino y una copia del guión original de la película.
Coppola no quería saber nada con dirigir un filme de gángsteres por encargo, pero debía dinero a los productores de sus filmes anteriores. Por eso lo hizo.
Mientras Puzo reescribía el guión, y para preservar el espíritu de la obra original, los ejecutivos de la Paramount resolvieron confiar la realización de la película a otro italoamericano.
El primer nombre que surgió fue el de Sergio Leone (responsable de los exitosísimos spaghetti westerns con Clint Eastwood), pero éste desestimó el ofrecimiento. Entonces surgió el nombre de Francis Ford Coppola, hasta entonces responsable de cuatro películas de bajo presupuesto que habían llamado levemente la atención de la crítica, pero que casi nadie había visto. Con el paso del tiempo, el productor Peter Bart reconoció que pensaron en Coppola sólo por sus orígenes étnicos.
Pero la realidad es que Coppola ya era parte activa de ese conglomerado maravilloso que integraban, entre otros, Brian De Palma, Martin Scorsese y Peter Bogdanovich, y que con la etiqueta de “Nuevo Hollywood” estaba por producir una gran transformación artística en el seno de la industria cinematográfica más importante del planeta, para dar como resultado la última gran década del cine norteamericano.
Cuando recibió la propuesta para dirigir El Padrino, Coppola trabajaba como guionista para la productora Seven Arts y ayudaba a su amigo George Lucas (futuro creador de La Guerra de las Galaxias, nada menos) a editar su vanguardista filme de ciencia ficción THX 1138. Coppola no quería saber nada con dirigir un filme de gángsteres por encargo, pero debía dinero a los productores de sus filmes anteriores. Fue el mismísimo Lucas el que lo convenció de aceptar el ofrecimiento.
Coppola y el elenco de El Padrino, en una fiesta a 25 años del estreno.
Las cosas se complican
Cuando Coppola se hizo cargo de El Padrino, Paramount había calificado la película como una típica serie “B” de mafiosos. Le asignó un presupuesto reducido y encargó al productor Al Ruddy que se asegurara de que el filme no excediera el costo inicialmente pautado y estuviera listo en unas pocas semanas de rodaje. Pero Coppola tenía otras ideas y ambiciones.
En primer lugar, quería que la acción transcurriera en la misma época en que transcurría la novela (los años ‘40) y no trasladarla a la época contemporánea (como deseaba el estudio), algo que encarecía notablemente el presupuesto.
Después, estaba convencido de que el casting que tenían en mente los productores no era el adecuado. Querían a Robert Redford, Ryan O’Neal o hasta a Warren Beatty para el papel de Michael Corleone (el personaje sobre el que recaería la mayor parte del peso dramático de la historia).
Casi se desmayan del disgusto cuando Coppola se empecinó en tener a Al Pacino, al que, desde el principio, consideraron “demasiado bajito” para el papel de Michael (de hecho, alguien llegó a decir que no quería saber nada con “ese enano” en la película). Además, Pacino era, por entonces, casi un perfecto desconocido.
Al Pacino (sentado) y Marlon Brando (parado), protagonistas de El Padrino.
Coppola quería, también, a Marlon Brando para el papel de Don Corleone (rol para el que se llegó a pensar en el mismísimo Orson Welles), pero éste arrastraba una fama terrible por sus desbordes y caprichos en los sets, y sus últimas películas habían sido un fracaso absoluto, con un punto muy bajo en Queimada!, a las órdenes de Gillo Pontecorvo.
Los productores barajaron la posibilidad de convocar a Ernest Borgnine, pero, al parecer, Coppola sólo tuvo que mostrarles algunas pruebas de cámara hechas por Brando para torcerles la muñeca. En cuanto lo vieron con el pelo untado de tintura negra y las mejillas infladas con algodón, cambiaron de parecer. “Don Corleone tiene que parecer un bulldog”, le había dicho Brando a Coppola durante esas mismas pruebas.
Se decía que la verdadera mafia estaba disconforme con la imagen que el filme daba de la colectividad italiana y que por eso había sugerido «cancelar» el rodaje.
Más problemas (y aprietes)
El siguiente conflicto se produjo entre Coppola y Gordon Willis, el extraordinario director de fotografía que le había asignado el estudio. Coppola quería imágenes oscuras, tenebrosas (“Imaginá que el plano es una hoja de papel negro a la que de a poco iremos agregando claridad”, le dijo el primer día de filmación a Willis) y eso requería una meticulosa preparación de luces y filtros antes de rodar cada escena. El cronograma de filmación se fue retrasando, y los roces entre el perfeccionismo técnico de Willis y las ambiciones formales de Coppola no tardaron en crecer.
Cada vez que el director le sugería a alguno de los actores que hiciera un nuevo movimiento dentro del plano, el fotógrafo estallaba de ira porque debía volver a iluminar la escena, algo que, en ocasiones, demandaba horas y horas de trabajo extra. Cuando Coppola, por la noche, enviaba a la Paramount algunas muestras en crudo de lo que había filmado durante el día, la respuesta que obtenía era siempre la misma: “No se ve absolutamente nada”.
Coppola solía reescribir el guión por las noches y aparecía a la mañana siguiente en el set con nuevas ideas que desconcertaban a la producción. A veces iba a cenar a la casa de su amigo Martin Scorsese, en el barrio de Little Italy, escuchaba historias de boca de sus padres y trataba de incluirlas en su película (la leyenda cuenta que Richard Conte fue sumado al elenco por sugerencia de la madre del futuro director de Buenos Muchachos, que era una gran admiradora suya).
Además, habían surgido rumores de que la “Asociación de Amistad Italoamericana” –uno de los tantos “frentes” de la auténtica Mafia en los EE.UU.– estaba disconforme con la imagen que el filme ofrecería de sus compatriotas, y había visitado a algunos ejecutivos de la Paramount para “sugerirles” que cancelaran la producción.
Coppola estaba tan enemistado con los productores que los rumores sobre su despido llegaban todos los días hasta el set de filmación. Cuando vieron que el montaje inicial llegaba casi a las tres horas de duración, le dijeron que si no lo reducía a un máximo de dos horas y cuarto, iban a quitarle la película de las manos. Quizás lo único que evitó que esa amenaza se volviera realidad fue que ese mismo año Coppola ganó el Oscar al mejor guión por Patton, y con eso obtuvo un mínimo respiro para poder dar el toque final a su obra.
Una obra maestra
El rodaje de El Padrino terminó en septiembre de 1971 (acumulando un total de seis meses de filmación) y los productores, que ya casi no tenían esperanzas de que funcionara en la taquilla, aceptaron finalmente el montaje “largo” que Coppola había propuesto inicialmente.
Estaban tan poco entusiasmados que estrenaron la película el 15 de marzo de 1972, fuera de temporada y en medio de una nevada descomunal que mantuvo a la gente recluida en sus casas durante semanas.
Coppola, contrariado y acomplejado por los cortocircuitos con los ejecutivos y los exhibidores (que soltaban insultos y maldiciones por tener que proyectar una película de tres horas de duración, algo que necesariamente reducía el número de funciones diarias programables) se fue a París a escribir el guión de la que sería su siguiente película, La Conversación. Pero enseguida comenzó a recibir llamados de críticos y amigos que le decían que El Padrino estaba funcionando muy bien en la taquilla.
Para abril de ese 1972, El Padrino ya recaudaba para la Paramount la escalofriante cifra de un millón de dólares por día. Llegaría a los ochenta y seis millones sólo en los Estados Unidos, desplazando a Lo Que el Viento Se Llevó (1939), que había sido hasta entonces la película más taquillera de la historia del cine.
Como en un pase de magia, Coppola había fusionado su propia herencia cultural al universo del cine clásico de gángsters, pero actualizándolo con un esplendor melodramático que bebía tanto del cine operístico de Luchino Visconti como de los claroscuros de la pintura barroca italiana.
Brando por cuatro. El actor dijo: «Don Corlene debe parecer un perro bulldog».
Empeñado en mantener sus convicciones artísticas, había desafiado las intromisiones de los productores y sus injerencias para abrir la puerta gloriosa por la que entrarían todos sus compañeros de generación, decididos a cambiar a Hollywood para siempre.
Un Mercedes y una saga. Tal vez previendo que el sueño duraría poco, lo primero que hizo Coppola cuando regresó de Europa para disfrutar del éxito de su obra maestra fue comprarse un Mercedes Benz 600 y cargarlo a la cuenta de Paramount Pictures. Era el objeto de la apuesta que le había ganado al productor Robert Evans si su adaptación de la novela de Puzo recaudaba más de cincuenta millones de dólares.
Ese año, los Oscar fueron en su mayoría para El Padrino. Sin embargo, todavía faltaban dos episodios gloriosos en la saga de la Familia Corleone (el segundo, para muchos, iba a ser incluso mejor que el primero), pero en más de un sentido, ya nada sería lo mismo.
The Offer, la serie sobre el backstage
«Voy a hacerle una oferta que no va a poder rechazar.” Esas palabras duelen, emocionan, hielan la sangre y arrancan una sonrisa con el mismo poder. La frase con la que Don Corleone le asegura a su protegido Johnny Fontaine (¿Frank Sinatra?) que le conseguirá su ansiado papel en una importante película de Hollywood se ha transformado en un latiguillo insoslayable de la cultura popular moderna, y reaparece ahora en el título de una miniserie de diez episodios producida por Paramount+, dedicada, justamente, a relatar los pormenores de El Padrino.
The Offer (La oferta) podrá verse en dicha plataforma a partir del 28 de abril de este año, y mostrará a Milles Teller en el papel de Albert S. Ruddy, el productor desesperado por sacar a flote un rodaje plagado de problemas y contratiempos, mientras lidia con colegas escépticos (Matthew Goode, como el productor Robert Evans), un director obsesivo (Dan Fogler, como el propio F.F. Coppola), escritores encumbrados de la noche a la mañana (Patrick Gallo, en el papel de Mario Puzzo) y actores todavía desconocidos que buscan su oportunidad de despegue (el Al Pacino al que interpreta Anthony Ippolito) y figuras ya consagradas que encontraron en El Padrino una oportunidad para reformular su carrera (Marlon Brando, aquí en la piel de Justin Chambers).
Fuente: https://www.clarin.com/viva/padrino-peleas-amenazas-caprichos-exito-inesperado_0_pRw1R85mlD.html