Recuerdos de Grisú, Cerebro y By Pass: la fiesta de ser egresado
De ayer a hoy, los boliches históricos de Bariloche marcan para siempre la vida de millones de chicos. Cuando el futuro es pura ilusión.
Nicolás Santoro tiene 49 años y vive en Zona Norte. Casado y con dos hijos, es especialista en tecnología. Con sus compañeros del colegio La Salle de Florida viajó a Bariloche en septiembre de 1990, en los comienzos del menemismo. Hoy está pelado y usa gorrita, pero en aquella época destacaba por su pelo largo bien rockero. Era el look de moda, claro, el que llevaban Axl Rose o el Beto Carranza, figura de Racing.
“¡Las noches en Grisú, Cerebro y By Pass fueron únicas!”, comenta Nicolás con emoción, al borde del éxtasis, como si ya mismo quisiera volver a subirse al micro que después de un día de viaje, “con escala en General Acha”, lo dejó en el hotel Ausonia. “En una época en la que no había redes sociales, la gran ventaja de las discotecas de Bariloche era se conocían chicas de todo Buenos Aires. O mejor dicho, de todo el país. Y si había onda anotábamos sus teléfonos en pedacitos de papel, alguna servilleta o en los paquetes de cigarrillos”.
-¿Te pusiste de novio en el viaje de egresados?
-Sólo voy a decir que había chicas muy lindas de Adrogué, Rosario, Córdoba… Hasta ese momento nosotros sólo conocíamos a las de nuestro barrio, alguna de Villa Gesell o Pinamar y a las que iban a Engelberg, en Belgrano. Y en Bariloche se nos ampliaba el mundo, definitivamente.
“Con mucha destreza”, como él mismo se define, Nicolás tiraba pasos con las canciones de Erasure, U2, Charly García y los Ratones Paranoicos, entre otros. “Era impresionante la energía que teníamos. Entrábamos en calor enseguida y teníamos que llevar al guardarropas la campera de jean con corderito…”, evoca. “Cada vez que nos volvemos a juntar con mis amigos recordamos las anécdotas del viaje, el desorden en las habitaciones, lo fuerte que pegaban el Destornillador, el Chacho o el Séptimo Regimiento… Y no paramos de reírnos”.
Afiche retro de Cerebro.
Hoy famoso, pero en aquellos años un egresado más, Horacio Cabak, de 52, cuenta que en la primera noche de su viaje fue a bailar junto a sus compañeros a Grisú. «Como es una disco llena de pasadizos, enseguida nos perdimos… Y nos pasamos tres o cuatro horas buscándonos entre nosotros. ¡Una tristeza total!”, se divierte el conductor de televisión y radio que también trabajó como modelo.
Su paso por Cerebro lo recuerda con el mismo cariño. «Quedamos impactados por la tecnología, las luces… Nosotros, que éramos de zona sur, habíamos tenido un contacto muy limitado con las discos. Y Cerebro era como una nave espacial. En By Pass también nos sorprendió el ambiente…».
Cabak viajó a Bariloche en 1987, con 18 años. El secundario le llevó seis años en el «industrial» ENET N° 1 de Lavallol. Se recibió de maestro mayor de obras. Nunca ejerció la profesión. «Como mi papá es ingeniero, alguna vez lo ayudé con algunos dibujos técnicos. Pero no más que eso. Después empecé a estudiar publicidad y mi vida fue para otro lado».
El colegio de Horacio era mixto, pero en su curso había sólo cinco chicas. “¿Algún romance en Bariloche? No, tuvimos cero efectividad en la seducción… Éramos unos losers impresionantes… Muy improvisados… Si fuimos a la nieve con botas de gamuza. Además, yo me la pasaba remolcando a mis amigos… Como era más grandote, iba y venía de los boliches a nuestro hotel cargando a los que volcaban…”.
-¿Te seguís viendo con ellos?
-Sí, seguimos en contacto. Éramos compañeros y amigos. Nuestra relación siempre trascendió el aula. Los amigos que hacés entre los 13 y los 18 años son los que te duran para siempre.
-¿Volviste a Bariloche con tus amigos?
-No, volví por trabajo o con mi familia… Y ya estaba más en la onda de esquiar.
Grisú, Cerebro y By Pass son mucho más que los boliches históricos de Bariloche, los escenarios de las noches más felices de millones de egresados. Representan el núcleo de un momento vital irrepetible, acaso la mayor concentración de felicidad, expectativa y emoción por metro cuadrado, el kilómetro cero hacia el futuro, la inflexión entre una vida que se despide y otra que asoma.
Iliana Calabró, actriz y conductora, no tuvo la misma suerte que Cabak. “No fui de viaje de egresados a Bariloche”, explica, como si le quedara una cuenta pendiente. “Mi papá (Juan Carlos Calabró, recordado humorista) no me dejó”, agrega entre risas, sin rencor.
¿Cómo funcionan en la actualidad esas míticas discotecas? ¿Qué cambió respecto de los años iniciales? ¿Se mantienen los mismos «códigos»?
“El público de los boliches de Bariloche siempre tiene entre 17 y 18 años… Ahora podría decirse que los que vienen a bailar son los hijos de los que hicieron el viaje en los años ’80 y ’90. Es más, la mayoría de los ‘padres acompañantes’ están entre los 45 y 55 años, y de alguna manera reviven lo que ellos disfrutaron cuando eran egresados”, cuenta Julieta Rimoldi, directora de desarrollo estratégico de Alliance, la empresa que agrupa a Cerebro y By Pass y a dos boliches más modernos, Roket y Génux.
“Lo que más se valora de nuestras discotecas es que son de turismo estudiantil, te ofrecen la posibilidad del encuentro con un par, algo que no sucede en ningún otro lado. Es un circuito exclusivo. Por eso los chicos quedan marcados para siempre. Por eso también son un éxito las fiestas del reencuentro que se organizan en las ciudades de origen de los estudiantes”, agrega Rimoldi.
Según mostró el resultado de una encuesta, el 87 por ciento de las personas que vuelven a Bariloche fueron antes en su viaje de egresados. «Es así, la gente guarda en su corazón lo que vive en nuestras discotecas”, aporta Ricardo Rimoldi, más conocido como Pochi, padre de Julieta y presidente de Alliance.Video. Fiesta en Cerebro
Hoy todos los egresados llevan una pulsera que, a través de un chip, indica en qué momento entran al boliche, cuándo se van y si en lugar de volver a su hotel toman otros rumbos: si alguien se quiere ir a dormir con otra persona a un hotel que no le corresponde, suena la alarma que pondrá en alerta al coordinador del grupo. La pulsera, además, cuenta con una ficha médica que, en caso de que se produzca una «emergencia sanitaria», sirve para informar si los jóvenes tienen alguna enfermedad o si son alérgicos a un medicamento.
“Desde hace algunos años los chicos están mucho más controlados”, explica Julieta Rimoldi. “En los ’80 y ’90, el que manejaba un auto no usaba cinturón de seguridad ni apoyacabezas. Y eso ya no va más. En los boliches pasa algo parecido”.
Otro de los temas a los que se les presta mayor atención es el consumo de bebidas en las barras de las discos. Sólo se les vende alcohol a los mayores de 18 años. Y para comprobar que tienen esa edad los estudiantes deben escanear su DNI en la caja, con el mismo sistema que se utiliza en migraciones.
Como parte de las mismas medidas, a los estudiantes les venden de a un trago. Si quieren comprar otro, están obligados a esperar diez minutos. Así se evita que los mayores de 18 años se lleven varios al mismo tiempo y se los den a sus compañeros menores.
A un promedio de 600 pesos, las bebidas alcohólicas preferidas de los estudiantes son el Fernet con Cola, la cerveza, el gin tonic y el champagne con energizante. En los boliches, además, ya no venden “tragos fuertes”, como el toc toc de tequila. Para evitar agresiones no se expenden más botellas. Y los vasos no son de vidrio, son de plástico, y de un plástico que se recicla para cuidar el medioambiente.
“En la seguridad en las discotecas hubo un antes y un después de Cromañón”, dice Pablo Vidal, dueño de Grisú, en referencia al incendio del boliche de Once en 2004.
Y profundiza: “En Bariloche el público estudiantil era más desordenado que el público local. Pero se fue revirtiendo con los años. Hoy es un placer trabajar con los estudiantes. Ahí tuvo mucho que ver el profesionalismo de las agencias, que están muy encima de los chicos… Antes, por ejemplo, los egresados iban a los boliches caminando. Hoy ya no, se mueven en micro. El cuidado es permanente. En los boliches tampoco hay patovicas, la seguridad está a cargo de la policía de Río Negro, con personal entrenado para que no tengan ningún tipo de contacto indebido con los estudiantes”.
Ubicada en la calle Juan Manuel de Rosas 584, con ventanales que dan al lago Nahuel Huapi, Grisú fue fundada en 1969 como “boite”, con sillones, mesitas bajas y mozos que servían tragos en bandeja. Con una decoración “rústica”, la idea era que el local pareciera una mina de carbón en la que se destacaban las cuevas y los pasadizos. Su nombre proviene de un gas peligroso que sale de las minas cuando se extrae el carbón: se llama así porque sus creadores consideraron que allí se podía vivir una “noche explosiva”. En sus pasadizos pueden entrar hasta 2.000 personas.
El dueño original fue Roberto Vidal, ya fallecido, y padre de Pablo Vidal. Roberto vivía en el Microcentro porteño y estudiaba medicina hasta que se agotó de la ciudad, se casó con la mamá de Pablo y el matrimonio se fue a vivir a Bariloche. Al principio, Roberto trabajó como guardaparques, vendió camisas, en fin… Con el tiempo, con su socio Jorge Estévez armaron Grisú en lo que antes había sido una casa abandonada frente al lago.
«El nombre del boliche lo pensó mi mamá. Y a mi papá le pareció que estaba muy bien”, recuerda Vidal, a cargo de la empresa desde hace 14 años.
El primer Grisú estaba habilitado para 700 personas. En aquella época una verdadera multitud, un despliegue impresionante, propio de las discotecas encumbradas de Miami o Ibiza. En el boliche, además, había tres hogares a leña encendidos al mismo tiempo, algo que hoy sería impensado. El público era otro. Varias veces por semana iba gente de Bariloche y algún turista que andaba por la ciudad. «Las costumbres eran diferentes. Los clientes, que iban seguido a tomar un trago, podían dejar en la barra su botella de whisky, con su nombre y apellido”, sigue Vidal.
Pablo nació en Bariloche, tiene 49 años, está en pareja y es padre de dos hijos. Se apasiona al hablar como si cada frase lo transportara a su boliche, «un lugar mágico». Cuando tenía cuatro años, sus padres decidieron regresar a Buenos Aires y se instalaron en San Isidro. Pese a la distancia, Grisú seguía siendo “la empresa familiar”, “el negocio de toda la vida”. Pablo cursó el secundario en el colegio Saint Edwards y se fue de viaje de egresados… a Bariloche.
-En Grisú fuiste más local que nadie.
-Sí, era como estar en mi casa (se ríe). Cada noche con mis compañeros de colegio íbamos a alguna discoteca distinta, pero siempre terminábamos en Grisú.
Desde su inauguración, hace 53 años, en el boliche se hicieron varias reformas. De eso se ocupa el socio de Pablo, su hermano Diego, que es arquitecto. Con desniveles, en Grisú hay diferentes decoraciones y cuatro barras, una de cobre, otra de mármol, otra de piedra y otra de fórmica. «Los chicos no se cansan nunca de recorrer la discoteca. Siempre les queda algo por descubrir…”, dice Pablo.
A dos cuadras de Grisú, en Juan Manuel de Rosas 406, se ubica Cerebro. Fundada en 1980 y con capacidad para 1.300 personas, se caracteriza por su “fiesta flúo”, con un show en el que destacan los personajes de Depredador o Iceman en tamaño gigante y con trajes de luces led.
Su dueño, queda dicho, es Pochi Rimoldi. Se hizo cargo de la discoteca en 2001, cuando le compró su participación a Palito Ortega, «que tenía el 49 por ciento de la empresa”, según explica el empresario.
Los dueños originales de Cerebro habían sido “un señor de apellido Mastrángelo y un español que se llamaba Doello, que a su vez era el dueño de Argencard, la tarjeta de crédito nacional”, describe Rimoldi. “En aquella época se copiaba mucho el estilo de los boliches de España”.
-¿Se puede decir que la expansión de los boliches de Bariloche se dio con la apertura democrática?
-Sí, claro.
La entrada de ByPass.
En Rolando 157, más en el centro de la ciudad, se levanta By Pass. Si bien su fachada mantiene el diseño retro, fue remodelada en los años ’90. Su estructura es similar a la de un palacio romano, con columnas y leones de piedra. Se distingue por su show de láser. Allí se organiza la “fiesta del estudiante”, en la que los chicos van a bailar con el mismo uniforme que usaron en el colegio y, como homenaje, se les prepara un “recorrido musical” con las canciones que escucharon de primero a quinto año. Entran 1.850 personas. Fundada en 1983, en 2023 cumplirá su 40° aniversario.
“El creador de By Pass fue mi hermano Eduardo. Lo construyó en un sótano. Yo le compré su parte en 1988”, detalla Pochi Rimoldi. “Con el nombre del boliche hay una anécdota muy divertida. En una época hacíamos diferentes promociones, y Marlboro no quiso cerrar contrato con nosotros porque decían que no iba a funcionar la combinación entre By Pass, el corazón y el cigarrillo…” (se ríe con ganas).
-Hoy ya no se fuma en los boliches.
-No. Si algún chico quiere fumar, sale un rato a la calle. Es igual que en los restaurantes.
¿Cómo se vinculan hoy los jóvenes? «En las discotecas los jóvenes interactúan como siempre. La pasan muy bien. Y después se contactan por las redes, whatsapp o Tinder. Los chicos siempre andan con el teléfono celular en la mano”, aporta Vidal. «Bueno, los grandes también…».
En su momento, los «reservados» eran las zonas a las que la mayoría de los jóvenes pretendían acceder. Hoy esos espacios especialmente diseñados se han convertido en lugares mucho menos penumbrosos.
“También por seguridad, hay menos espacios oscuros y menos recovecos. Y los sillones de los reservados son más chicos”, explica Julieta Rimoldi. «Además, las discotecas tienen cámaras que pueden aportar imágenes si llega a haber alguna denuncia de, por ejemplo, falta de consentimiento».
Con más o menos impronta de cada DJ, la música que bailan los centennials es similar en todas las discotecas. «Los chicos pretenden escuchar las canciones que ya conocen. Y en general, lo que más escuchan es trap, reggaetón y música electrónica”, sigue Rimoldi.
-¿Rock nacional?
-Poco y nada. Puede ser algo de La Beriso…
Egresados del La Salle de Florida en 1990.
Los Djs de los boliches de Bariloche no son personajes famosos. Las celebridades, en todo caso, son los que trabajan en las fiestas electrónicas. «Nosotros no podemos acotarnos a un solo estilo”, explica Vidal. «Es probable que el estudiante cordobés, por ejemplo, quiera más cuarteto, más reggaetón o lo que sea. No va a querer escuchar sólo música electrónica… El cordobés es más jodón, muy parecido al brasileño».
El DJ de Grisú es Ariel Valle. Su papá, conocido como el Pitufo, está considerado el mejor pinchadiscos de la historia de Grisú. “Ariel también es un gran discjockey, siempre está aggiornado. Un buen DJ es el que hace bailar al público y no el que quiere enseñarle música”, sigue Vidal.
En viajes de ocho o nueve noches, los estudiantes van a Bariloche en la misma temporada de siempre, de junio a marzo, con un corte en noviembre (con la excepción de los últimos años por la pandemia). Y se alojan en los mismos hoteles: Lagos Andinos, Ausonia, Cambria, MonteClaro y Aguas del Sur…
Sin embargo, y sobre todo si tienen «conectividad directa», ahora son más los estudiantes que viajan a Bariloche en avión que en micro.
Las excursiones también se modificaron. Siguen haciendo la clásica supervivencia en la soga con tirolesa, cabalgata y el culipatín en la base del Cerro Catedral… Pero a las nuevas generaciones les interesa tomar clases de yoga o de tela.
Hoy los protectores de animales se oponen a que los egresados se saquen una foto emblemática, la del curso completo junto al perro San Bernardo, que llevaba un pequeño barril debajo del cuello. “Esa foto no se hace más”, confirma Julieta Rimoldi. “Y en Bariloche casi no quedan perros San Bernardo. El otro día vi uno en el Centro Cívico… Pero fue una rareza”.
La cabina del DJ en Grisú.
Como otros rubros, los viajes de egresados se vieron muy perjudicados por la pandemia. En 2019 hubo 100.000 chicos que hicieron su paseo por Bariloche, entre nacionales e internacionales. «Después, con el covid, se cerró todo. Y recién pudimos abrir el 14 de diciembre de 2020, al 15 por ciento de la capacidad de las discotecas. Y llegó la segunda ola. Y hubo que cerrar otra vez. Y volvimos a abrir en octubre de 2021, con el formato de burbujas: a los boliches iban los chicos de un mismo hotel. No se podían mezclar con otros. Podían ser 160 ó 600 alumnos, de distintos colegios. Y abríamos en dos turnos: de 21 a 24 y de 1 a 4. En épocas normales, Cerebro y By Pass trabajan de 23.30 a 4″, profundiza Julieta Rimoldi.
Julieta también es vicepresidenta ad honorem de Emprotur, que se encarga de promocionar el turismo en Bariloche. A los 35 años está casada y tiene un hijo. En su ciudad cursó la secundaria en el colegio San Esteban.
-¿A dónde van de viaje de egresados los que viven en Bariloche?
-A Córdoba, Mar del Plata o como yo, a Camboriú, tres días en micro.
Fuera de la temporada estudiantil, y pagando unos 1.500 pesos la entrada, a las discotecas de Bariloche pueden ingresar mayores de 18 años. En Grisú, hasta el 2014, la noche de los sábados estaba reservada para el público local.
A Bariloche no sólo viajan estudiantes argentinos, también hay chilenos y uruguayos. La plaza de Brasil se perdió después de la erupción del volcán Puyehue en 2011. Durante siete meses no se pudo llegar a Bariloche y los chicos brasileños dejaron de visitar esa zona de la Patagonia.
El viaje de egresados para 2023, que incluye todos los gastos y se paga en 24 cuotas, cuesta unos 180 mil pesos. La empresa que suma el mayor volumen de viajes (el 50 por ciento) es Travel Rock.
El récord de visitantes se dio en 1994, cuando en total hubo 184.000 pasajeros. La temporada resultó tan exitosa que, para que se pudieran instalar todos los chicos, hubo que modificar una ordenanza de la ciudad, se permitió que las habitaciones fueran cuádruples y quíntuples, cuando hasta ese momento los cuartos más grandes estaban preparados para tres personas.
Sobre aquella demanda, Julieta Rimoldi comenta: “En los ’90, el 50 por ciento de los egresados elegían hacer el viaje a Bariloche. Hoy ese número bajó bastante, es el 19 por ciento. Y no es que los chicos vayan a otros lugares, sino que eligen menos hacer este viaje. Pueden irse unos días con amigos a la costa o con su familia a otro lado. También están los que prefieren invertir ese dinero en una motito… En los ’90, en cambio, había que ir a Bariloche como sea, cueste lo que cueste… Y si alguno de los alumnos no podía pagarlo, se organizaban fiestas, rifas, desfiles o alguna kermés».
Fuente: https://www.clarin.com/historias/leyendas-recuerdos-grisu-cerebro-by-pass-fiesta-inolvidable-egresado_0_JKdU9VxWUa.html