Síntomas que avisan que algo malo pasa con la salud
Cuáles son las anomalías para prestar atención y que son señales de que podemos estar viviendo intoxicados a causa de fugas de monóxido de carbono.
El frío se acerca y no solo nos lleva a encender las estufas sino también a cerrar los ambientes, a dejar de ventilar. Es por esto que aumenta el riesgo de intoxicaciones por monóxido de carbono. El envenenamiento, que en los casos más graves puede derivar en la muerte, no siempre se da de forma aguda. Las intoxicaciones crónicas, en bajas dosis y a cuentagotas, tienen señales muy claras que, sin embargo, se dejan pasar. El monóxido está ahí pero nadie le presta atención y puede generar riesgos para la salud y un deterioro en la calidad de vida.
Carlos Damin, jefe de Toxicología del Hospital Fernández y director científico de Fundartox, advierte sobre la existencia de un subdiagnóstico de esta patología. “Cuando la persona consulta por cefaleas los médicos no suelen pensar en el monóxido”, destaca Damin. Y asegura que, en invierno, tener síntomas como dolor de cabeza, náuseas, vómitos, mareos y somnolencia diurna deberían implicar una sospecha obligada de intoxicación de este tipo.
El monóxido de carbono es imperceptible: no se ve ni tiene olor. Por eso lo llaman «el asesino silencioso». Es la mala combustión (o combustión incompleta) que puede generar cualquier fuente de calor a gas. Una estufa, un calefón, un termotanque o un horno, entre otros.
Los casos que aparecen en los medios suelen ser los de intoxicaciones agudas. E incluso son los únicos que figuran en los registros de los hospitales: Damin confirma 68 casos graves en el Fernández en 2019 y 51 en 2020. De las intoxicaciones crónicas no hay datos. Pero existen y son frecuentes.
“Se dan por bajas concentraciones de monóxido de carbono por tiempo prolongado. Todos los días un poquito. Los síntomas son comunes a otras afecciones por lo que, en general, se dejan pasar”, detalla Francisco Dadic, médico toxicólogo del Hospital Durand y del Sanatorio Las Lomas.
Las hornallas deben quemar bien para evitar que sean una fuente de intoxicación. Foto: AFP
Entre las señales de alerta, destaca las dificultades en el rendimiento laboral o escolar. “Estas manifestaciones tienen que ver con el efecto del monóxido en el cuerpo ya que provoca una disminución de la cantidad de oxígeno que llega a los órganos”, sostiene Dadic.
“Esta merma puede dañar el cerebro y el corazón, ocasionar cuadros confusionales, arritmias y hasta insuficiencia cardíaca”, precisa.
Frente a este tipo de intoxicaciones, la prevención empieza por casa. Un gasista matriculado debe revisar todos los artefactos del hogar una vez al año.
En el ranking de fallas, los principales problemas se suelen dar con calefones, le siguen las estufas, el horno (con hornallas incluidas) y el termotanque, según Dadic.
“A su vez, hay que tener mucho cuidado con encender el auto dentro de un garage y dejarlo un rato en funcionamiento ya que, al hacerlo, se libera monóxido de carbono”, agrega.
La combustión directa en un ambiente cerrado, que se genera al prender fuego en un tacho u otro recipiente, es muy peligrosa y está contraindicada en todos los casos.
El correcto control de las estufas es clave para detectar fugas. Foto: Orlando Pelichotti
Los aparatos pueden funcionar mal por su antigüedad aunque también se detectan desperfectos en los nuevos. Hay fallas de fábrica, de instalación, tirajes tapados, por lo que el control anual es fundamental en todos los casos, coinciden los especialistas.
Tener una estufa de tiro balanceado no es excusa para relajarse. «El tiro balanceado no dura por siempre, a los 7 u 8 años, se empiezan a producir perforaciones en la caja de chapa que contiene al mechero y, en consecuencia, el monóxido puede ingresar al ambiente”, advierte Damin, sobre uno de los argumentos que utiliza la gente para no hacer revisar sus artefactos y los riesgos asociados a ello.
Destaca, además, que es muy infrecuente el control de un horno. “Puede que se verifique el estado de una estufa o calefón, pero nadie se fija en las hornallas o el horno”, aporta.
La presencia de la «llamita azul» no es suficiente como para confirmar que un aparato funciona bien. “En prevención, el color de la llama no es relevante. El gasista matriculado es el que puede decir si el artefacto está en condiciones o no”, coincide Dadic, quien resalta que los medidores de monóxido pueden ser útiles para detectar grandes concentraciones, pero no así para alertar sobre pequeñas fugas que resultan responsables de las intoxicaciones crónicas.
“Entre marzo y octubre aumentan los casos”, remarca Damin. Esto está íntimamente relacionado con la falta de ventilación en las épocas en las que la temperatura baja. “Dejar la ventana abierta unos 15 centímetros te puede salvar la vida por lo que hay que hacerlo incluso en invierno”, sigue Dadic.
El diagnóstico de estos casos debe partir de una sospecha clínica, luego de que el paciente haga referencia a los síntomas que presenta. En el marco de un interrogatorio médico, luego hay que buscar la fuente probable de intoxicación.
El tercer paso es medir la carboxihemoglobina, mediante un examen de sangre. Hay otros parámetros que, frente a algunas situaciones, también pueden evidenciar la presencia de monóxido de carbono. “Tener altos los glóbulos blancos o la glucemia son señales de estrés o inflamación que pueden estar vinculadas a este tipo de intoxicaciones”, dice Dadic.
La administración de oxígeno al 100% forma parte del tratamiento y ayuda a desplazar el monóxido. En algunos casos, se indica el uso de una cámara hiperbárica.
Fuente: https://www.clarin.com/sociedad/asesino-silencioso-sintomas-avisan-malo-pasa-evitarlo_0_wzCbfDYzqa.html