Lenguaje inclusivo
El Gobierno porteño prohibió que en sus escuelas se utilice en documentos oficiales y que los docentes enseñen contenidos curriculares escritos con lenguaje inclusivo. Al respecto opinó para Télam Silvia Ramirez Gelbes, directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés.
POR SILVIA RAMÍREZ GELBES
El lenguaje inclusivo de género suele entenderse como la evitación de la “o” del masculino en su uso genérico por medio del empleo de otras letras u otros símbolos: la “e”, la “x”, la “u”, la arroba, el asterisco. Es que, en español –igual que en otras lenguas– el masculino tiene dos funciones: a veces refiere al masculino y a veces refiere a la generalidad.
Entre nosotros, su práctica tomó estado público junto con el debate por la llamada Ley de Aborto en 2018. Pero la verdad es que la discusión sobre el asunto es bastante anterior. Y el empleo de formas inclusivas de género data de antiguo. Se registra en 1375 un poema en inglés (“William and the Werewolf”) que emplea un pronombre con valor inclusivo.
Lo cierto es que este es un fenómeno que no se restringe al ámbito de habla del español. Se está dando en muchos lugares al mismo tiempo. En Alemania, en Italia, en Francia, en Eslovenia. Es más: en Estados Unidos, por ejemplo, se esgrimen argumentaciones mucho más fundamentalistas que las que se oyen por acá.
En cualquier caso, parece importante destacar que el lenguaje inclusivo es usado por razones estilísticas -en función de contribuir con la construcción de la imagen de quien lo usa-. Pero, sobre todo, es usado por razones políticas. No en el sentido de asociarse con un determinado partido (aunque mucha gente crea eso).
El lenguaje inclusivo tiene la vocación política de poner en evidencia la supremacía de lo masculino en la sociedad -que, por supuesto, no se limita a lo lingüístico-. Y algo de eso ha conseguido, desde el momento en que, aunque no lo usemos, muchas y muchos hemos empezado a sentir que dejamos algo fuera cuando usamos el masculino con valor genérico.
Algunas personas, en particular jóvenes y muy jóvenes, ya hablan en inclusivo sin titubeos. En nuestro país, en la oralidad, usan la “e” para las terminaciones genéricas. Y no se equivocan al hacerlo, porque esa forma ya comenzó a formar parte de su gramática mental, la que permite el habla sin necesidad de que quien la usa se ponga a pensar en cómo hay que usarla. Es la gramática mental la que define la inutilidad de imposiciones o proscripciones a la lengua, al menos en lo que respecta al corto plazo.
Una nueva disposición del Gobierno de la Ciudad se orienta a prohibir el uso del inclusivo en las escuelas, desde el jardín de infantes hasta el último año de la secundaria. La primera reflexión que puede surgir ante esto es si las prohibiciones no terminan más vale siendo invitaciones. A fines de la década de 1930 y principios de los 40, el Ministerio de Educación de la Nación exigía a sus docentes el tratamiento de “tú” en el aula, con la concomitante prohibición del uso de “vos”. Los efectos los tenemos a la vista.
En cuanto a si la ocurrencia del lenguaje inclusivo es la causa de los magros resultados en las evaluaciones de Lengua, esa es otra historia. Para empezar, no queda claro si existe algún estudio que sustente esa afirmación. Puede ocurrir, eso sí, que el Ministerio de Educación de la Ciudad tome esta resolución como un experimento, cuyos resultados se verán en las próximas pruebas generales de Lengua.
Por el momento, culpar al lenguaje inclusivo por las falencias en la lectoescritura parece un poco reduccionista. Habrá que ver qué dice el tiempo.
(Silvia Ramírez Gelbes, directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés)
Fuente: Télam