Cambiar tu cerebro y tus emociones con un recurso sencillo

En su último libro, Mariano Sigman incursiona en el poder que tienen las palabras para cambiar el rumbo de nuestras vidas.

Las palabras tienen mucho más poder del que pensamos. A tal punto, que tienen la capacidad de influir sobre nuestro cerebro, nuestras emociones, y el devenir de nuestras vidas.

Uno de los problemas es que no somos conscientes​, no solamente de este poder que las palabras tienen, sino tampoco de los conceptos que operan sobre nosotros mismos. Y que están basados en premisas, hechas precisamente de palabras.

Esa parece ser la hipótesis de «El poder de las palabras. Cómo cambiar tu cerebro (y tu vida) conversando» (Debate), el último libro de Mariano Sigman, referente en el área de las neurociencias de las decisiones, neurociencia y educación, y neurociencia de la comunicación humana.

El investigador basa su afirmación en distintos argumentos, experimentos, citas, referencias que llegan a la mitología griega y hasta experiencias y anécdotas propias.

«No sirvo para eso»: cómo dejar atrás esa idea

De hecho, el libro inicia con una referencia personal: de chico, cuando intentó abrirse paso en el mundo de los deportes, fracasó.

Al destacarse en otros ámbitos, como la matemática, una frase (que él se dijo, y que también fue sostenida a nivel familiar), tuvo en su vida el poder de una sentencia: él no era bueno para los deportes.

Sin embargo, ya de grande, se cuestionó esta idea. Y lo que comenzó como una incursión en el mundo del deporte, se transformó en una búsqueda en la cual se propuso encontrar su límite.

Y ese límite estaba mucho más allá de lo que pensaba: no sólo paulatinamente fue sumando kilómetros en bicicleta a su rutina (en España, donde reside), sino que sus propias metas comenzaron a crecer en dificultad y exigencia.

Así, se propuso con su bicicleta hacer cima en la Morcuera , una montaña con una dura pendiente de 9 kilómetros. Comenzó haciéndolo en dos horas, y terminó logrando hacerlo en menos de 35 minutos.

Clarín conversó con Sigman para entender la relación entre las palabras y el devenir de nuestra trayectoria, así como para saber cómo aprovechar este poder y usarlo a nuestro favor. 

Por qué las palabras tienen poder

– ¿Cuál es el poder de las palabras? ¿Cómo pueden cambiar nuestra vida, nuestra mente y nuestras emociones?

– El poder de las palabras es esencialmente el de construir narrativas, que son relatos que nos hacemos sobre las cosas y sobre nosotros mismos, y que tienen mucha fuerza.

Justamente porque no son una descripción fotográfica de la realidad, sino que son una interpretación, en la cual hay muchos matices que terminan siendo decisivos en las cosas que hacemos, en las que no hacemos, y en cómo vivimos nuestra vida.

El ejemplo más clásico, con el que yo empiezo, tiene que ver con las cosas que uno se dice sobre sí mismo, lo que uno puede ser o lo que uno no puede ser. Todo el mundo dice «yo no sirvo para algo», sea el deporte, las matemáticas, o para tener la valentía de hacer algo.

También pasa con las emociones. Por ejemplo, al decirse «yo no puedo estar tranquilo», una persona decreta de alguna manera que su estado emocional siempre es un estado de alerta.

Y en general estas ideas no vienen de la nada, sino que están construidas en base a una experiencia que uno tiene de uno mismo. Pero son sentencias mucho más fuertes que la realidad. Siempre.

No es cierto que uno no pueda hacer nada de eso, y lo que sí es cierto es que en el momento que decís «es imposible que haga esto», eso se convierte en una barrera definitiva para poder hacerlo.

-¿Entonces las palabras también tienen el poder de obturar posibilidades?

-Claro, ese es un ejemplo del poder de las palabras para cerrarnos un camino. Las palabras también pueden funcionar al revés, abriendo puertas.

En el libro doy cuenta de situaciones en las que simplemente el relato de saber que en caminos difíciles uno tiene una probabilidad significativa de llegar a buen puerto, es un relato optimista o esperanzador, pero de un optimismo bien fundado, porque hay situaciones que uno sabe que son difíciles, pero uno también sabe que si sigue remando va a llegar a buen puerto.

Ese relato, esa interpretación, es mucho más efectiva en disponernos para el movimiento, que poner el foco en lo cansado que uno está o en la adversidad. Entonces, uno elige con qué palabras lo enfrenta.

Cambios modestos pero significativos

-¿Es ilimitado el poder de las palabras?

– Por supuesto que no, hay muchas cosas que no podemos hacer, para decir las obvias, no podemos volar, pero tampoco podemos correr por encima de una cierta velocidad, tampoco podemos cruzar el océano Atlántico. Yo no sostengo esto de «si vos querés, vos podés», eso de ninguna manera es cierto, y no ayuda.

Cualquiera puede cambiar en cualquier dimensión de la vida y en cualquier lugar de la vida, pero son cambios que muchas veces son modestos.

Correr es un buen ejemplo, casi cualquier persona puede correr (hay gente que no puede correr porque tiene imposibilidades motrices, pero la mayoría puede). Y la mayoría de la gente puede correr mucho más de lo que piensa que puede correr. Eso es un hecho empírico, hay ciencia que demuestra eso.

Después, eso no quiere decir que uno pueda correr 10 kilómetros en 30 minutos. Pero lo cierto es que justamente a la persona que empieza a correr no le importa mucho en cuanto tiempo corre, le importa haber llegado.

De hecho, cuando la persona llega siente una gratificación enorme por haber arribado a un lugar que parecía dificilísimo llegar.

Porque no es que vos decís «quiero aprender francés» y aprendés francés. Pero si vos decís «quiero aprender francés» y sabés que podés hacerlo, si le dedicás suficiente tiempo, vas a aprender. No sé si vamos a llegar a ser los mejores en eso, pero eso no importa, se puede aprender.

Cambio vs aceptación

– En una época en la que, de la mano del yoga y del mindfulness tanto se habla de la aceptación. ¿Cómo advertir qué rasgos debemos aceptar, y cuáles deberíamos cambiar?

-Es cierto, existe una tensión entre la comodidad de decir «soy lo que soy, y con eso estoy bien», y la necesidad de cambiar. Hay un concepto que en inglés se denomina el «umbral ok», en el que uno considera que las cosas están bien.

Uno de chiquito aprende un montón de cosas: a escribir, a leer, a calcular, a manejar vínculos sociales, el idioma, y hay un momento en el que empezás a funcionar, y cuando funcionás realmente bien, tenés mucha menos necesidad de aprender, aunque todavía uno puede mejorar en todas estas cosas: puede leer mejor, puede escribir mejor, pero en un momento uno se acomoda.

Después, cada tanto, uno vuelve a plantearse, «bueno, acá donde yo me quedé estancado, hay cosas que me gustaría cambiar», y pueden ser de todo tipo, desde oficios hasta hábitos de la vida social, o emocionales, entonces en general el equilibrio entre cambio y aceptación, es que hay un momento razonable en el que vos tenés muchas ganas de que algo sea distinto.

Ahí es cuando uno dice, «bueno, vale la pena el esfuerzo de hacerlo». Y esto que traés es importante porque mucha gente dice por ejemplo, «me gustaría aprender ruso», pero en realidad lo que le gustaría es saber ruso. Y no le gusta tanto como para hacer un esfuerzo de dos años para aprenderlo.

Entonces no pasa nada, aceptá eso, que no sabés ruso, porque no estás dispuesto a hacer el esfuerzo para aprenderlo. Pero si te gusta lo suficiente como para dedicarle ese tiempo, aceptá que es lo que te gusta, dedicate a eso y cambialo.

Todos tenemos un anhelo, y justamente yo no vengo con esta impronta de decir «hay que cambiar»: si no querés cambiar, genial, yo no soy nadie para decir que alguien tiene que cambiar o que tiene que hacer más cosas, o que tiene que vivir una vida de un tipo o de otra.

Sí me interesa que cuando una persona sabe lo que quiere y no tiene las herramientas exactas para lograrlo, pueda ir a buscar aquellas que la ayuden a encontrar ese camino, una vez que se identifica qué es lo que se quiere ser.

Cómo lograr buenas conversaciones

– ¿Puede el diálogo en sí mismo ayudarnos a cambiar? ¿O debe tener determinados rasgos analíticos?

– Hay una especie de decálogo en el libro de lo que es una buena conversación, lo que Montagne, el ensayista francés, llama «el arte de conversar», que son cosas bastante elementales.

Tiene que ver primero con una buena predisposición, conversar es idealmente un espacio de descubrimientos, justamente conversar significa intercambio, la vieja idea del intercambio de los griegos o los fenicios, en la que cada uno traía algo distinto y se enriquecían porque accedían a algo que no tenían.

Bueno, lo mismo pasa en el mundo de las ideas, vos te juntas con alguien, y uno va intercambiando ideas. Y en ese intercambio de ideas idealmente hay un proceso de descubrimiento, de crecimiento. Ahí hay una predisposición para no rechazar lo nuevo.

También es importante destacar que la conversación es casi un eufemismo de lo que es el pensamiento, entonces sí es un ejercicio analítico: de revisar, de darse cuenta si hay cosas que son las que realmente te importan o no, de cuestionar, de no tomar nada como verdades absolutas.

Hay un elogio a la duda, hay pausas, hay momentos de pronunciar y momentos de escuchar y momentos de reflexionar.

No son cosas nuevas que yo proponga por primera vez, son herramientas que han estado hace muchísimo tiempo, y además en este caso en particular son bastante intuitivas: la buena conversación es más o menos lo que imaginamos como una buena conversación.

Después, lo que hay son herramientas, esto de cómo hago para poder poner a dos personas que suelen pelearse, para que no lo hagan.

Para eso hay dispositivos actorales, asumir roles o tomar distancia, a veces son dispositivos de humor, el poder reírse de las cosas, a veces son de la distancia, el poder alejarse y verlo en tercera persona, o verlo desde lejos.

La crisis de la conversación

– ¿Cómo se aplica esto a nivel macro? ¿Cómo podemos llegar a tener buenas conversaciones en la era de las redes sociales?

Pienso, en un terreno más especulativo, que muchas cosas que identificamos como crisis políticas que son ubicuas en distintos lugares del mundo en este momento, de crispación, el odio, la segmentación, de la polarización, de la imposibilidad de reconciliar; son en gran medida una crisis de la conversación.

El combustible que subyace a todas estas manifestaciones es que de alguna manera hemos perdido la virtud de hablar de una manera correcta.

Y a su vez yo creo que eso en gran medida está relacionado con el hecho de que el dispositivo que utilizamos hoy para conversar -que son en gran medida las redes sociales- es un dispositivo que no ayuda a canalizar, catalizar o producir buenas conversaciones, porque hay una multitud hablando al mismo tiempo.

Otra cosa que es importante en una buena conversación es el derecho a equivocarse, porque si vos tenés un miedo enorme a decir algo mal hay un montón de cosas que no vas a decir.

Cuando Sócrates habla con su interlocutor, habla con la libertad de que puede confundirse, porque justamente aprovecha la conversación como un lugar para corregir ideas, y las redes sociales son un lugar malísimo para equivocarte, porque hay una multitud de gente que está esperando para acribillarte en el momento mismo en que te equivoques.

Sin duda, hablar entre multitudes no es una buena manera de que la conversación sea un espacio de pensamiento proclive a formar consensos, a compartir y disfrutar de distintos puntos de vista. Entonces, parece bastante razonable que muchas de las cosas que advertimos como problemas resultan en gran medida de una crisis de la conversación.

Fuente: https://www.clarin.com/buena-vida/neurocientifico-explica-cambiar-cerebro-emociones-recurso-sencillo_0_NrnkrvVyU2.html