Chips cerebrales, la potestad de tu mente
El desarrollo de técnicas para intervenir en la capacidad cerebral de las personas abre la discusión por los neuroderechos.
La revolución neurotecnológica avanza y transforma en realidad los temas que antes sólo existían en las películas de ciencia ficción. La idea de que nos implanten un chip que permita mover objetos con la mente es una posibilidad todavía distante pero nada descabellada. Mientras tanto, la cultura y la política intentan ponerse al corriente de los desafíos sociales que se abren con estas innovaciones.
Una definición rápida arroja que la neurotecnología comprende cualquier dispositivo que pueda manipular nuestro cerebro, algo que a priori suena atemorizante, pero que también incluye herramientas (hardware y software) que sirven para tratamientos médicos.
¿Un ejemplo? La llamada “estimulación cerebral profunda”, terapia que consiste en implantar un aparato que envía impulsos eléctricos a puntos específicos del cerebro para tratar enfermedades como la depresión o el Mal de Parkinson.
En abril de este año, Neuralink, la empresa del excéntrico multimillonario Elon Musk, publicó la filmación de un mono jugando al videojuego Pong con la mente.
El animal tenía implantado un chip capaz de monitorear su actividad neuronal en la región de la corteza motora donde se coordinan los movimientos de brazos y manos. El proyecto apunta a que, en un futuro, el dispositivo ofrezca una solución a personas con parálisis cerebral.Play VideoVideo. Neuralink: la primera presentación de Elon Musk
En esta misma línea, Facebook mostró este año una muñequera que detecta y decodifica comandos que el cerebro envía a los dedos de la mano. Este artilugio funciona mediante una técnica llamada electromiografía.
Por este camino se espera, en algún momento, desarrollar una interfaz cerebro-computadora que haga posible que una persona con parálisis total o parcial realice movimientos con su mente de forma hábil y fluida.
Pero más allá de la evidente utilidad de estas nuevas tecnologías, las preguntas en torno a su uso, en un campo tan incipiente, prevalecen. No son pocos los que advierten potenciales riesgos si no se vigila y regula su aplicación.
La pregunta es: ¿quiénes concentrarían los datos de nuestra actividad neuronal y qué podrían hacer con ellos?
El mono que juega al Pong con la mente.
Debate siglo XXI
“Es importante pensar en no tomar la tecnología como algo en desarrollo lineal y constante, sin posibilidad de límites, pausas o revisiones. La regulación trata de eso: de decidir cuándo algo puede avanzar y cuándo no, y por qué. Y deben resolverlo todos los integrantes de una sociedad, y no sólo por una parte, es decir, la empresa o el grupo que se beneficia con ese desarrollo tecnológico”, advierte Natalia Zuazo, consultora en política y tecnología, directora de Salto Agencia.
“Las leyes de protección de datos personales, en especial de datos sensibles, son un recurso fundamental de las legislaciones nacionales, regionales e internacionales para reglamentar hasta dónde se puede avanzar, pero también para generar transparencia. Para implementar la famosa debida diligencia en los procesos digitales”, agrega.
Es así que distintos grupos (partidos políticos, ONG’s) ya están activando la defensa de los “neuroderechos” de los ciudadanos. Una carrera por entender el alcance de estos dispositivos y sus potenciales peligros, tanto en relación a la manera en que intervienen en el cerebro humano –y su voluntad–, como en el manejo de datos individuales.
Si décadas atrás la legislación internacional se preguntaba por el desarrollo de la genética, que entre otras cosas hizo posible la clonación y la decodificación del genoma humano, hoy la nueva frontera legal está, metafórica y literalmente, en nuestra cabeza.
O mejor dicho, en la legislación relativa a los llamados neuroderechos. Se proponen al menos cinco:
1) Derecho a la privacidad mental: Busca evitar que cualquier dato obtenido del análisis y medición de la actividad neuronal sea utilizado sin el consentimiento del individuo.
2) Derecho a la identidad personal: De conectarse hipotéticamente el cerebro a una interfaz inteligente, se debe seguir preservando lo que te hace ser quien sos, es decir, tu identidad.
3) Derecho al libre albedrío: Garantizar la libertad de decisión aún en el caso hipotético de estar conectado a través de lectores de actividad cerebral a una computadora.
4) Derecho al aumento de la neurocognición: Que las tecnologías que permitan mejorar la actividad cerebral sean consideradas un derecho humano con acceso equitativo y justo para toda la sociedad.
5) Derecho a la protección de sesgos: Para que los algoritmos y las “neuroherramientas” no establezcan discriminaciones y distinciones.
En Chile, ya hay un proyecto de ley que propone la defensa y protección de los neuroderechos de los ciudadanos.
La muñequera desarrollada por Facebook.
Campo de batalla
Las nuevas tecnologías están desarrolladas por grandes corporaciones privadas. Y aquí vale tener en cuenta que ya no estamos hablando sólo de big data o profiling (perfilado) en base a comportamientos y actividad online, sino de información sobre nuestros estados cerebrales.
Mientras que algunas compañías de Perú, Argentina y Brasil ya están considerando el uso de SmartCaps (gorros inteligentes) que monitoreen las ondas cerebrales de sus empleados para medir la fatiga y prevenir accidentes en ambientes laborales, mostrando un posible y muy cercano uso en lo cotidiano, hay alertas sobre prácticas invasivas y Chile podría convertirse en el primer país del mundo en incluir los neuroderechos en su Constitución.
“Al proyecto de reforma constitucional recientemente aprobado en el Senado se suma un proyecto de ley actualmente en discusión. Ambas iniciativas son obra de la Comisión de Desafíos del Futuro, Ciencia, Tecnología e Innovación del Senado, bajo el apadrinamiento del neurobiólogo español Rafael Yuste, y tienen por objetivo protegernos de los potenciales peligros de las neurotecnologías, que –en palabras del senador Guido Girardi– podrían ‘leer tu cerebro y saber lo que piensas, lo que sientes, incluso, leer el inconsciente que uno mismo no ve’”, explica Vladimir Garay, director de Incidencia de la ONG chilena Derechos Digitales.
Al tratar la neurodata como un órgano, el proyecto de ley prohíbe que los ciudadanos chilenos sean obligados a dar su información (brain data), y lo más importante, exige que en su recolección siempre haya una opción explícita para aceptar o no que los datos se almacenen. Además, estos datos no podrían ser comercializados ni siquiera con consentimiento: sólo podrían ser donados por motivos altruistas.
Los expertos reconocen que es una amenaza teórica y que si se materializa o no lo sabremos con el tiempo.
Control de daños
Aunque la regulación de las neurotecnologías que leen la mente parece necesaria para proteger, entre otras cosas, nuestra privacidad mental, existen distintas visiones críticas sobre cómo hacerlo, y si en el camino esto podría coartar la investigación científica.
Al fin y al cabo, muchos de estos desarrollos están todavía en su infancia y enfrentan considerables obstáculos y limitaciones prácticas.
“Inclusive las señales cerebrales más estudiadas, aquellas relacionadas con la percepción visual, son difíciles de entender para los científicos. Sin embargo, si esperamos a que la neurotecnología esté lista antes de decidirnos a regular las aplicaciones técnicas y las prácticas sociales en torno a ellas, luego podrían estar demasiado arraigadas culturalmente para poder modificarlas”, advierten desde el sitio Rest of the World en una editorial reciente.
Para Zuazo, se trata de dilucidar primero de qué hablamos cuando hablamos de neurotecnologías, y poder desagregar la publicidad de ciertos inventos:
“En estas cuestiones siempre chocan los promocionados ‘avances’ de las industrias con las necesidades reales de las personas y sus derechos. Hay que pensar cuáles de estas cosas son verdaderamente nuevas. Sucede que el progreso de distintas tecnologías, sumado a la capacidad de almacenamiento y procesamiento de datos, han hecho dar un gran salto en estas áreas de investigación en los últimos años”.
Por su parte, Juan Carlos Lara, codirector ejecutivo de Derechos Digitales Chile, opina: “Esta amenaza es todavía teórica y, si llega a materializarse o no, es algo que descubriremos con el tiempo. Ciertamente es destacable la proactividad con la que están actuando los legisladores chilenos, así como su interés por la intersección entre tecnología y derechos fundamentales”.
“Ante la discusión acerca de regular o no ciertos desarrollos tecnológicos, no hubo una genuina oposición a lo que se propone. Y esto se debe a que hoy, en sentido estricto, las regulaciones casi no impedirían la tarea de investigación. Este creo que es un punto interesante: la importancia de establecer especulativamente límites al alcance de ciertas tecnologías antes de que siquiera existan”, aporta Valentín Muro, filósofo y parte de Filosofía del Futuro, donde se estudia éstas y otras temáticas vinculadas a la Inteligencia Artificial.
Y agrega: “La alternativa a eso ya la conocemos y padecemos (con las grandes plataformas y su manejo del big data por ejemplo): es el control de daños luego de que no pudo anticiparse lo que sucedería con desarrollos técnicos que aparentaban ser inofensivos”.
Existen además preguntas centrales en torno a la transparencia, acceso e igualdad de estos neurodesarrollos para pensar a futuro: ¿quién los produce?, ¿para quién?, ¿todos podremos acceder o generarán más brechas?
“La pandemia fue clarísima en eso. Sin una gestión política de las nuevas tecnologías, el mundo produce nuevas desigualdades. Sean vacunas o neuroloquesea”, cierra Zuazo.
Cuando se trata de futuros desarrollos de la tecnología aplicada a nuestra mente, pareciera ser mejor prevenir que curar, y además, en el proceso, sentar precedentes que podrían servir en otros campos de futura innovación. Después de todo, lo que está en juego es nada más y nada menos que nuestra privacidad médica y libre albedrío.
Fuente: https://www.clarin.com/viva/chips-cerebrales-ahora-pelea-potestad-mente_0_BlBdWCygT.html