¿Cómo viven los chicos que sueñan con llegar a primera?
Quiero volver con mamá”
Nadie controla cómo tratan a los niños que viven en las pensiones de los clubes
Texto de Lorena Oliva // Fotos de Alejandro Guyot
Estudiar, entrenar, boludear. Estudiar, entrenar, boludear. Estudiar, entrenar, boludear. Los días, las tardes y las noches de Lautaro en la pensión de un club porteño de primera división se repetían como un bucle. Todo era exactamente igual, como si un único día volviera a empezar una y otra vez. —Me vi encerrado en un departamento, entre otros 15 pibes que recién había conocido y un tipo que nos preparaba la comida. Todos los días eran iguales. Pasaron algunos meses hasta que empezó a sentir una pelota en el pecho que se ensanchaba cuando pensaba en los 600 kilómetros que lo separaban de su mamá. Se le hizo insoportable y rogó volver a su casa. Tenía 10 años y sentía que había fracasado. Lautaro es futbolista de uno de los clubes más grandes del país. Todavía es adolescente. Lo que le cuenta a LA NACION, rogando un anonimato que no arriesgue su carrera, son los primeros días que pasó en otro club, también muy reconocido, al que había llegado después de que lo vieran jugar en un torneo provincial. Se había ido del pueblo como un héroe. —Cuando volví a la escuela de mi ciudad, me di cuenta de que estaba atrasado en el cole. Es que en la pensión nadie me daba bola con la tarea. Lautaro y su familia insistieron con una prueba en otro club. Quedó. Tenía 11 años e iba por su segunda pensión. Esa vez se acostumbró a extrañar, a perderse cumpleaños y a que todo fuera compartido: la tele, la habitación, el baño. Como él, sus compañeros -de su edad y adolescentes- habían llegado desde otras provincias con una autorización firmada por sus padres para que fuera el club el que se ocupara de todo. De la formación futbolística, claro. Pero también de la comida, de los chequeos médicos, de la escuela, de la tarea y hasta de que se bañaran y se lavaran los dientes. En pocas palabras, de su crianza. Que un establecimiento tenga a su cargo el cuidado de niños y adolescentes de forma permanente y durante años es una responsabilidad enorme. Sin embargo, las pensiones de los clubes de fútbol son las únicas instituciones de este tipo que no son controladas por ningún organismo estatal de protección de derechos de las infancias y adolescencias. Tampoco lo hace la Asociación del Fútbol Argentina (AFA). La falta de supervisión resulta más grave si se piensa en los adolescentes que fueron víctimas de abuso sexual mientras vivían en la pensión de Independiente. La causa judicial, iniciada en 2018 y por la que fueron condenados cuatro adultos, mostró el nivel de vulnerabilidad al que quedan expuestos los chicos que crecen lejos de su familia y sin los cuidados adecuados.
Nadie sabe cuántos chicos viven en pensiones “La mayoría de los chicos que viven en las pensiones nacieron en otras provincias y están alejados de sus familias. Vienen de contextos vulnerables y buscan una oportunidad, a veces por su propio deseo y a veces por el deseo de otros. En cualquiera de los casos, es necesario contar con algún tipo de regulación que garantice condiciones de vida dignas”, sostiene Marisa Graham, titular de la Defensoría de los Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes de la Nación. Recién ante la consulta de LA NACION, Graham asegura que tiene previsto reunirse con la Secretaría de Deportes de la Nación para hablar del tema. Hasta ahora, la presencia del Estado en estos espacios es simbólica y aleatoria. Tanto la Defensoría como el Ministerio Público Tutelar porteño han recorrido pensiones de los clubes y han organizado capacitaciones sobre Educación Sexual Integral (ESI) o prevención del bullying, por ejemplo, pero en ningún caso con vocación de fiscalizar las condiciones de las pensiones. De hecho, ambos organismos reconocieron que desconocen lo más básico: cuántos niños y adolescentes viven en las pensiones y quiénes son esos chicos. “Ante la ausencia de una regulación específica, no estamos obligados a intervenir pero sí facultados a hacerlo por la Convención sobre los Derechos del Niño, la ley nacional 26061 de Protección Integral de Derechos de NNyA y las leyes de la ciudad de Buenos Aires como la 114 y la 1903”, explicó Pilar Molina, secretaria General de Gestión del Ministerio Público Tutelar. En resumen, hay funcionarios que podrían ejercer un control, pero nadie siente que tiene la responsabilidad de hacerlo. A esa oscuridad en la que funciona el sistema se le suma la diversidad de tipos de pensiones.Hay clubes que tienen residencias propias dentro de sus predios, fuera de sus instalaciones o tercerizadas en viviendas externas. Además, hay un cuarto modelo: pensiones privadas que reciben a chicos de diferentes clubes a cambio de un pago mensual por jugador que oscila entre los 100 mil y los 250 mil pesos. LA NACION contactó a la AFA para saber qué evaluación hacen sobre el funcionamiento de las pensiones, ya que los clubes son miembros afiliados y por lo tanto la AFA tiene el poder de sancionar (incluso con la desafiliación) a quienes no cumplan con su estatuto, que por ejemplo habla de “desarrollar el fútbol como herramienta de inclusión social”. Y en su artículo 3 pregona que “la AFA tiene el firme compromiso de respetar los derechos humanos reconocidos por la comunidad internacional y se esforzará por garantizar el respeto de estos derechos”. Sin embargo, desde la AFA se negaron a hacer declaraciones oficiales sobre el tema. Aunque de manera extraoficial, una fuente de la asociación buscó relativizar la responsabilidad de la AFA: “Las pensiones dependen íntegramente de cada club”.
En la pensión de Lanús viven 65 chicos de entre 12 y 18 años; sus instalaciones están debajo de una de las tribunas del estadio y pegada a la cancha en la que los chicos entrenan y juegan; en ella viven chicos del interior y también otros que provienen de contextos vulnerables y no pueden afrontar la formación viviendo con sus familias.
Sin cobertura médica y solos durante la noche El único relevamiento sobre el estado de las pensiones relativamente serio es un estudio hecho en 2019, después del caso de Independiente. Fue encargado por la Superliga Argentina de Fútbol (SAF), la asociación civil que entre 2017 y 2020 estuvo a cargo de la organización de los torneos de primera división de la AFA. La evaluación, a cargo de dos psicólogas y una socióloga, incluyó a las pensiones de los clubes que ese año jugaron el campeonato de primera. Fueron en total a 24 pensiones, en las que se relevaron 75 niños de entre 10 y 13 años, y 939 adolescentes y jóvenes de entre 13 y 22 años. Aunque el trabajo puso el foco en el universo de clubes con mayores recursos, expuso graves irregularidades: desde residencias con solo dos inodoros y una ducha para 22 chicos hasta espacios en donde grandes y chicos dormían y compartían habitación sin ningún criterio de edad. En 11 de ellas, por ejemplo, los chicos tenían que ir por sus propios medios al colegio y en otras dos los chicos directamente no estaban escolarizados. En cinco residencias no tenían cobertura médica y en otras cuatro, los niños y adolescentes se quedaban solos durante la noche. ¿Qué ocurrió desde aquella foto? La respuesta de investigadores y de personas del mundo del fútbol es poco alentadora. “Las condiciones distan mucho de ser las ideales para que un chico se desarrolle”, sostiene el antropólogo y miembro de la ONG “Salvemos al fútbol”, Federico Czesli, y sigue: “Hay chicos que pasan meses sin ver a su familia. Y los fines de semana, cuando no hay partido, suelen quedarse en la pensión sin tener ningún tipo de entretenimiento”, agrega. El manager de un jugador de la selección campeona del mundo y con experiencia en la representación de juveniles que habitan pensiones, advierte sobre otro riesgo emergente ligado a esa falta de actividad: “Están expuestos a consumos problemáticos. El de las apuestas deportivas online es un problema grande”, alerta.
EN DATOS
“El que abandona no tiene premio” LA NACION recorrió tres pensiones. La de Lanús fue armada debajo de una de las tribunas del estadio. Ahí viven 65 chicos de 12 a 18 años. En cada habitación hay un baño que comparten entre tres y cuatro chicos. Todos pasan la mayor parte de su vida en el mismo predio: estudian, comen, entrenan y socializan. En Casa River viven 14 chicos de entre 10 y 12 años y 64 de entre 13 y 18. Es un espacio confortable con habitaciones con baño privado y lógicas de funcionamiento similares a las de Lanús. En una pensión privada ubicada en el partido bonaerense de San Martín, en tanto, conviven 21 jugadores adolescentes de Chacarita que comparten tres baños de un chalet adaptado como residencia. Más allá de las diferencias, tienen un aspecto en común: el espacio privado de cada niño o adolescente se limita a una cama, una mesa de luz y un armario. La dimensión deportiva es la que modela todas las reglas: los chicos tienen que hacerse la cama, bañarse a tal hora, guardar silencio a partir de cierta hora y estudiar en determinados momentos. Esa disciplina es fundamental, coinciden en las tres pensiones, para su formación como jugador. “El que abandona no tiene premio”, reza una de las paredes de la pensión de River. Pero fuera del campo de juego, esos futbolistas en formación vuelven a ser niños y adolescentes que toman chocolatada, que dejan sobre la cama su oso de peluche favorito, que hacen la tarea que le dio la maestra y que andan en chancletas cuando están de entrecasa. En algunos casos, se permiten algunas licencias, como tener la cama revuelta, colgar la ropa interior en las ventanas o dejar los botines revueltos en el cuarto. “Era una casa de familia en un lugar jodido, cerca del estadio”. Así recuerda Facundo el lugar en el que le tocó vivir por falta de espacio en la pensión del club que le había propuesto dejar su pueblo para formarse como futbolista en el Conurbano. Todavía era un preadolescente cuando tuvo que aprender a apurar el paso y masticar el miedo cada vez que volvía de los entrenamientos a esa casa, ubicada en un barrio que Facundo recuerda como “una villa”. “Ahí estuve seis meses, hasta que me hicieron un lugar en la pensión”, recuerda. Una semana después de instalarse allí, sigue Facundo, entraron a robar en la casa donde había estado alojado al principio: “Lastimaron a la familia que la manejaba y a los chicos del club que seguían viviendo ahí”. Facundo sigue vinculado a ese club. Por eso se refugia en un nombre de fantasía. Dice que, cuando mira hacia atrás, se arrepiente de haber clausurado la infancia tan de golpe. “Me hubiera gustado disfrutar más de mi familia. Pero bueno, en esta vida, nadie te regala nada”, dice casi como si necesitara justificarse frente a sí mismo.
Casa River está en el mismo predio del estadio Monumental; ahí viven 14 chicos de entre 10 y 12 años y 64 de entre 13 y 18 que entrenan, estudian y pasan el resto del día dentro de las instalaciones; los adolescentes que cursan el secundario lo hacen bajo una modalidad diferente, especialmente diseñada para el plantel; las instalaciones están ambientadas con frases motivacionales y referencias permanentes a las glorias de River que se formaron ahí.
“Perdieron el derecho a la intimidad” La legisladora porteña Manuela Thourte, quien trabajó más de una década para organismos internacionales como Unicef, considera que la manera en que viven los chicos en las pensiones es otra forma de vivir institucionalizado. “En estos casos, es fundamental el control del Estado”, sostiene. Hace algunas semanas, Thourte presentó un proyecto de ley para censar y regular este tipo de residencias en CABA. Se trata, en rigor, del tercer proyecto con foco en las pensiones que se presenta en la Legislatura. En las provincias de Buenos Aires y de Santa Fe también hubieron iniciativas parecidas, pero no prosperaron. “¿Cómo controlás lo que no conocés?”, se pregunta y enumera vulneraciones a las que, según Thourte, están expuestos estos niños y adolescentes: “Perdieron el derecho a vivir junto a su familia, a disfrutar del tiempo libre, al esparcimiento y a la intimidad. Crecen solos y en espacios en los que se naturaliza la violencia, muchas veces sin educación sexual integral”. Soledad Bernachea es la responsable de la pensión de Lanús y asegura que toman recaudos para proteger a los chicos. Al entrar, cada uno es evaluado por un médico, un psicólogo y un nutricionista. Además, las familias deben autorizar al club a intervenir en caso de emergencia o frente a la escuela. “Todas las políticas que aplicamos en la pensión las generamos nosotros. Es lo que tiene que suceder, ya que estos chicos no son nuestros hijos. Alguna vez nos han venido a visitar de la AFA pero controles formales no hay”, reconoce. A su lado está Ignacio Berassi, un juvenil de 18 años que integra la novena de Lanús y vive en la pensión desde los 12. La ventana de la habitación que comparte con Elías y Agustín da a la cancha en la que juegan los sábados. “Lo más lindo de la pensión es que todo está relacionado con el fútbol. Lo único malo es tener lejos a la familia. Tenés un día malo y tu mamá está a cientos de kilómetros”, se sincera. Las frases motivacionales o la ambientación que recuerda a los próceres que pasaron por allí no son suficientes como para evitar que en Casa River el dolor por la distancia afecte en lo anímico. “Nuestro principal desafío es el desarraigo. Trabajamos con chicos que dejan todo por el fútbol y eso puede afectarlos anímicamente. Hablamos mucho con ellos y con sus familias para que nos ayuden con eso”, explica Roberto Gil, el coordinador de la pensión. Cada chico que ingresa a una pensión es fichado por el club. El fichaje convierte a la institución en “dueña” de la trayectoria deportiva de ese niño. Si el entrenador cree que tiene potencial, firman un contrato con él y su familia, algo que afianza más esa relación. Con o sin contrato de por medio, el poder que otorga a los clubes el fichaje es tan grande que, cuando un club decide desvincular a un chico, en la jerga se dice que lo deja “en libertad” o “libre”. “El desarraigo magnifica la importancia de la apuesta por llegar a primera. Si alguien deja su pueblo y su vida para venir a la ciudad y no alcanza esa meta, lo vive doblemente como un fracaso”, explica el sociólogo Diego Murzi, quien realizó un estudio comparativo y financiado por la FIFA sobre el fútbol formativo en Europa y América Latina junto a Federico Czesli. Desde ese lugar, se pregunta: “En el proceso de formación, ¿los clubes dan herramientas como para no sentir que quedar libre sea un fracaso?”.
“Perdón por haber fracasado” Leandro Latorre tenía 14 años cuando dejó Ingeniero Huergo, su ciudad natal ubicada en Río Negro, para formarse y vivir en la pensión de Aldosivi. Dos años más tarde, y tras una seguidilla de lesiones, el club le hizo saber que se quedaba sin pensión. Seis meses después, lo desvinculó del club. “Para Lean, el fútbol era lo que le daba sentido a su vida. Fue muy duro para él recibir esa noticia”, recuerda Andrea, su mamá. Leandro tenía 17 años cuando se suicidó. En los audios que le dejó a su familia, pedía perdón por haber fracasado. Fernando Langenauer trabajó durante ocho años en la formación de futbolistas. Primero, en la pensión de Vélez y después como coordinador en la de Independiente, donde fue quien denunció los abusos. Para él, es clave que los clubes no pierdan de vista que detrás de cada futbolista en formación hay un niño o un adolescente. “Los adultos que intervenimos en la vida de estos chicos tenemos una responsabilidad muy grande. Pero la suerte de los chicos depende de que en la pensión exista gente especializada o no”, reflexiona. No hay cifras exactas acerca de cuántos de los chicos que comienzan su formación como futbolistas llegan a jugar en primera. Pero dirigentes, managers e investigadores del mundo del fútbol hablan de un porcentaje que oscila entre el 1% y el 5%. Allí donde el podio es para pocos, el sacrificio se vuelve un culto y un precio a pagar sin que nadie regule esa transacción. En la pensión de San Martín, Ezequiel, un adolescente, cuenta que sueña con llegar a la primera categoría del fútbol argentino para retribuir a sus padres “todo el esfuerzo” que hicieron por él. Su ídolo es Cristiano Ronaldo, pero no por su éxito y su riqueza, dice, sino por el arduo camino que recorrió hasta hacer su sueño realidad. “Hay que hacer sacrificios”, suelta. Solo él sabe a qué se refiere.
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Fuente: La Nación