Construye baños en barrios populares
Tomás Sicouly: “Vemos chicos que se sorprenden al ver que de la ducha sale agua caliente”
Texto de Paula Soler | Fotos de Pilar Camacho
Son las 10 de la mañana de un domingo de agosto. En el patio del comedor comunitario de Ingeniero Allan el aire se siente frío y huele a pasto mojado y barro. En ese punto del barrio termina el asfalto de esa localidad de Florencio Varela, las calles son de tierra y la lluvia de hace unos días convirtió esos caminos en pasarelas de lodo espeso. “Hoy vamos a cambiar muchas vidas”, dice Tomás Sicouly mientras toma un mate con la responsable del comedor, Norma Cánepa, y mira su reloj. Ese hombre, que ese día no dejará de sonreír, es ingeniero, tiene 34 años y si bien creció y vive en Palermo, conoce de memoria esas calles de tierra. Allí, en 2015, comenzó a cambiar también su propia vida cuando hizo las primeras obras con Módulo Sanitario, la ONG que fundó junto a un grupo de amigos con el objetivo de construir baños en barrios populares que, a pesar de estar a minutos de grandes ciudades, no cuentan con red de agua potable ni cloacas y donde la mayoría de las familias no puede pagar lo más caro de una casa, el baño. Como ocurrió el día anterior, en pocos minutos la tranquilidad matinal del domingo se quiebra con las voces de 170 voluntarios, de entre 18 y 40 años, que bajan de autos y micros desde diferentes puntos de la provincia. Es la segunda jornada de trabajo y hoy, entre todos, incluido los vecinos, terminarán de construir los baños de 23 familias. Tomás los recibe feliz. Se dividen en grupos y van a pie hacia las casas, la mayoría a medio hacer, de paredes de ladrillo o machimbre y techos de chapa, donde viven adultos, niños y adolescentes cuyas vidas “están por cambiar”. Los voluntarios se dispersan. Cargan materiales, cortinas de baño, espejos, toallones y latitas para los cepillos de dientes.
“Un baño no puede ser un privilegio”
“Existen dos mundos: el de las personas que nacieron con un baño a unos pasos de su cama y el de las que no tienen uno”, dice Tomás. Después, explica: “La vida se hace muy complicada si para bañar a tus hijos tenés que calentar agua en una olla, si para hacer tus necesidades de noche tenés que salir de tu casa e ir hasta la casilla compartida con varias familias o si no tenés una ducha para sacarte de encima un mal día”. Hace nueve años, Tomás abrazó un drama que sufren 900 mil niños, niñas y adolescentes que en la Argentina crecen sin baño o tienen uno muy precario en una casilla afuera de su casa, con un inodoro sin descarga mecánica de agua, sin conexión cloacal, ni lavatorio, ni ducha, ni agua caliente, ni luz, como lo expone un informe elaborado en exclusiva para LA NACION por el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA. Muchos de estos chicos sufren burlas porque se ven desprolijos, sienten vergüenza, no tienen intimidad y hasta evitan invitar amistades a su casa, tal como lo reveló una investigación de este medio. “Cuando conjugamos la falta de arrastre en el inodoro, de inodoro y el tipo de saneamiento de la casa, sabemos que hay 6 millones de personas, entre adultos y niños, que viven sin un baño”, detalla Tomás, antes de recorrer el barrio, que queda a solo 40 minutos de La Plata y a una hora de la ciudad de Buenos Aires. Tomás es el menor de tres hermanos y asegura que tuvo “una vida de privilegios”, en la que sus padres, una maestra de inglés y un ingeniero que se dedicó al rubro inmobiliario, lo criaron amorosamente. Su pasión desde chico era saber cómo funcionan las cosas: cómo se generaba la electricidad o cuál es el mecanismo por el cual al abrir una canilla sale agua. Cuando terminó la secundaria, estudió ingeniería industrial en la UCA. Comenzó a trabajar en una multinacional que hace insumos para empresas tecnológicas. Pudo independizarse, alquilar un departamento y vivir de lo que le gustaba. Pero un parate en la producción por la situación económica del país lo hizo tener tiempo libre. Fue entonces que en una charla con amigos surgió la idea de ayudar a los que peor la estaban pasando. Ya había organizaciones que hacían casas, otras que tenían comedores, pero ninguna hacía baños. Junto a sus amigos Alejandra Vidal, Gabriela Zen, Federico Guevara, Matías Nicolini y Juan Quelas, supo que eso era lo que debían hacer: “La carencia de un baño ocasiona problemas multidimensionales: en la salud, en lo social, en el ámbito de la intimidad y la seguridad”.
Tomás visita la casa de Mariana y su familia, quienes el año pasado fueron beneficiarios de uno de los baños que hizo Módulo Sanitario, y hablan sobre el impacto positivo que tuvo en sus hijos, de entre 4 y 14 años, poder tener privacidad y agua caliente. Voluntarios instalan la bacha en uno de los baños. En la casa de Carmen, tras anexar el módulo sanitario, su marido Eusebio y los voluntarios trabajan en las conexiones al pozo. William, de 3 años, se asoma curioso al que será su nuevo baño.
El día que le cambió la vida
Camino hacia los hogares donde Módulo trabaja ese domingo, Tomás señala una casa en la que se ve anexada uno de los baños que la organización construye y que en Ingeniero Allan ya suman 170. En esa casilla de madera vive la familia que lo marcó para siempre. Es la primera a la que le instalaron un baño, allá por 2015, cuando con sus amigos vendían cajas de vinos para poder costear los gastos de esos primeros módulos y cuando todavía no contaban con los cientos de donantes y empresas que hoy los apoyan. “Conocer a María Villalba y a su hijo de 7 años, Osiel, cambió mi vida”, dice y explica que antes de asignar las obras, hacen una encuesta en el barrio para saber quiénes necesitan un baño con mayor urgencia. “Llegué a la casa de María y le pregunté si tenían baño. Me mostró un inodoro entre chapas, lonas y maderas. Eso no era ni es un baño. Fue la primera vez que me encontré con la pobreza y me di cuenta de que yo no tenía idea de lo que era vivir sin un baño”, dice. Luego, cuenta que para ir al baño de noche, Osiel tenía que ser acompañado por su madre porque tenía miedo y no era seguro que fuera solo, que cuando se enfermaba no podía darse una ducha caliente y que su madre debía calentar agua y bañarlo en un fuentón. “Imaginate todo eso en invierno. Veía esas dificultades y me preguntaba cómo un chico puede jugar, invitar amigos, estudiar tranquilo. Cómo puede hacer todo eso si se enferma más que otros porque pasa frío o no adquiere el hábito de lavarse siempre las manos o los dientes. Ahí me di cuenta de que yo era un privilegiado por haber nacido con una canilla de agua caliente a pasos de mi cama”, cuenta casi sin tomar aire. Ese día comenzó en él “un proceso de cambio”, confiesa, porque el mundo, su mundo, ya no era el mismo. Al tiempo de hacerle el baño a María y Osiel, se dio cuenta de cómo fue mejorando el día a día de la familia. “Esa mamá me decía que el nene había empezado a ir solo al baño, que se bañaba solo, que se enfermaba menos y que se lavaba las manos seguido”, dice. Fue entonces cuando su trabajo en la multinacional “dejó de tener sentido”. Ya no estaba motivado y renunció: “Decidí que quería dedicarme al ciento por ciento a Módulo Sanitario. Hoy, cuando vuelvo a casa me siento pleno”.
Tomás le pregunta a Mía, la hermana pequeña de Milagros (a la izquierda) si está contenta con el baño nuevo, y ella le dice que sí y salta contenta. Al final del día, se inauguran los baños en cada hogar y Airton (7), el nieto de Carmen Cabral, se interesa por todas las cosas nuevas que vienen con él. María Ángeles, mientras acomoda las toallas, agradece que por fin tendrá una ducha en su casa.
“Ahora todo es mejor”
Carmen Cabral, de 67 años, vive en una casita de madera elevada sobre unos pilares, junto a su pareja, Eusebio, de 58 y su nieto Airton, de 7. Ve llegar a Tomás, lo abraza y observa a los voluntarios conectar un caño plástico a lo que será el biopozo donde descargará el inodoro, que ya está en una casilla anexada a su casa. Ella le agradece porque su sueño de tener una ducha con agua caliente dentro de la casa se va a cumplir, que Airton no tendrá que pasar frío en el baño que queda a 20 metros de su casa y que de noche su niño ya no tendrá que hacer pis en un balde. Tomás sonríe y le pide que se abrigue, le pregunta por sus plantas, porque ella ama las plantas, y por la última crecida del arroyo que atraviesa el barrio. “El agua tapó hasta el inodoro de afuera. Mandé al nene a lo de una hija mía porque no podía ir al baño pobrecito”, cuenta un poco con angustia y un poco con la tranquilidad de saber que eso no pasará más. Tendrá un baño de verdad. A unos 50 metros, en una casita de madera con un comedor y una habitación, viven Mariana Altamirano, de 35, su marido Alejandro, de 33, y sus hijos Oriana (14), Ian (12), Kiara (8) y Morena (4). Hace un año que Módulo Sanitario les construyó un baño y aseguran que ahora “todo es mejor”. Mariana cuenta que se les complicaba mucho salir de la casa para ir al baño de noche. Porque hacía frío, porque era inseguro o porque como viven al pie del arroyo, con cada lluvia se les inundaba la casilla del baño. “Usábamos un balde o nos aseábamos dentro de la casa. Nos cubríamos con una sábana, era muy incómodo, más para los nenes. No teníamos privacidad”, recuerda y le convida un mate a Tomás. La primera vez que su hijo pequeño se dio una ducha, fue en el baño que hizo Módulo Sanitario. “Lo que era complicado se hizo fácil. Ver cómo mejoró todo nos dio ganas de más y ahora estamos construyendo la casita de material, de a poco, con habitaciones para cada chico y para nosotros”, dice con una sonrisa Alejandro, que trabaja como albañil. Tomás los felicita y les explica que será fácil anexar el baño y le da algunos consejos. Descubrir el sabor de la pasta dientes
En estos nueve años, Módulo Sanitario construyó 1600 baños en 10 provincias del país. Son baños económicos con una ducha, un calefón eléctrico, una bacha y un inodoro. El costo es de unos 2 millones de pesos, cinco veces menos que uno estándar de material y con todos los artefactos. Cada familia aporta cerca del 10% y ayuda con la construcción que se realiza en un fin de semana. Milagros Checchis Biscaro tiene 19 años y vendió cuadros que ella misma pintó para pagar su parte del baño. Estudia Bellas Artes en la Universidad de La Plata, vive en una casilla de madera al lado de la casa de material, aún en construcción, donde viven su madre y sus dos hermanas. En medio del ir y venir de los voluntarios que están terminando de instalar la bacha en su nuevo baño, Milagros y una amiga serruchan una madera para la escalerita que conectará el baño con su casa. “Para mí, es un sueño lo que hacen. Cuando me dijeron que me iban a construir un baño no lo podía creer. Hice el esfuerzo de pintar mientras estudiaba y lo logré. Ahora falta cada vez menos para poder darme una ducha cuando yo quiera”, le dice a Tomás. Él le contesta que siente orgullo por lo que logró, que sabe la importancia de un baño para una adolescente. Faltan pocas horas para que termine el día y Tomás ya visitó a varios de los vecinos que tendrán un baño al final del día. Tomó mate con ellos, le convidaron empanadas, pizzas, y guiso, almuerzos que cada familia preparó para los voluntarios. Mientras mira cómo cuelgan las toallas, cómo fijan los espejos sobre los lavatorios y la prolijidad con la que los voluntarios ubican los cepillos en cada recipiente, confiesa que nunca deja de disfrutar del momento de la inauguración. “Cuando los adolescentes saben que van a tener un espacio íntimo para ellos, cuando los más chicos descubren por primera vez el gusto de la pasta de dientes, cuando abren la ducha y se sorprenden porque el agua sale caliente, cuando se ven en el espejo, cuando saben que ahora pueden ir solos al baño porque está dentro de su casa, te das cuenta de que les estás cambiando la vida”, dice y sonríe.
Fuente: La Nación