El origen de las frases que más usamos
El escritor y docente Charlie López, especialista en Análisis del Discurso, investigó en su nuevo libro, Somos lo que decimos, el origen de 300 expresiones cotidianas. Aquí, un adelanto exclusivo.
¿De dónde vienen algunasde las expresiones que utilizamos a diario? Aquí las explicaciones del escritor y docente Charlie López.
A capa y espada
Quien lucha “a capa y espada” lo hace con gran empeño, a brazo partido y con todas sus fuerzas, para lograr un objetivo.
Esta frase se populariza durante el Siglo de Oro español (siglos XVI y XVII) a través de las llamadas “comedias de capa y espada” en las que ciertos nobles y caballeros luchan o defienden intereses de ese modo para dirimir conflictos esencialmente relacionados con el amor y el honor.
Esta manera de luchar, sin embargo, es mucho más antigua. Entre otros la mencionan Cervantes (1547-1616) en El Quijote y Montaigne (1533-1592) en sus ensayos, escritos en 1580, quien dice que los antiguos romanos ya la practicaban. Hoy la usamos para describir la manera resuelta en la que salimos en defensa de una persona o situación.
A medias tintas
Quien dice algo “a medias tintas” lo hace de manera ambigua, sin asumir una posición definida y sin aportar detalles.
Cada frase que usamos repetidamente tiene una explicación en la historia del lenguaje. Ilustración: Daniel Roldán.
Se trata de palabras vagas que revelan precaución o recelo de parte de quien las pronuncia.
En la antigüedad, cuando la escritura se realizaba con plumas de ave, el uso de tintas de mala calidad o diluidas con agua, para que rindiesen más, generaba problemas de distinto tipo.
Entre otros, se producían borrones o el texto se tornaba ilegible con el paso del tiempo, lo que dificultaba su lectura y entendimiento.
Una segunda teoría adjudica este dicho al mundo del arte, en particular de la pintura, en el que se utiliza la técnica conocida como grabado a “media tinta” que se populariza a partir del siglo XVII para representar claroscuros y matices.
A mí nadie me pisa el poncho
Quien dice “a mí nadie me pisa el poncho” desafía de manera directa o indirecta a dirimir una cuestión de poder.
En otras palabras, el usuario manifiesta públicamente que nadie se le anima como contrincante. Esta expresión proviene de la época de los duelos criollos en la que el desafiante pasaba delante de un eventual rival arrastrando el poncho.
«A mí nadie me pisa el poncho» proviene de la époa de los duelos criollos. Si a un gaucho le pisaban el poncho, significaba que aceptaban el reto. Foto: Archivo Clarín.
Si el otro lo pisaba, significaba que aceptaba el reto y en ese momento se concretaba el enfrentamiento a cuchillo.
En dichos duelos los puntazos que se propinaban los adversarios se desviaban con el propio cuchillo o con el poncho que se envolvía en el brazo opuesto para cubrir el torso y la cintura.
«Hacer pata ancha», equivalente a afrontar situaciones y resistir consecuencias, es otra de las expresiones que se usan para incitar a la pelea.
A rey muerto, rey puesto
Se utiliza para afirmar que nadie es imprescindible y para señalar la rapidez con que se ocupan las vacantes dejadas por otros.
Se atribuye esta frase a Felipe V de España (1683-1746), quien la habría usado cuando sus soldados trataron de protegerlo en su incursión contra el archiduque Carlos de Austria (1685-1740), quien defendía el Castillo de Montjuic en Barcelona.
“A rey muerto, rey puesto” habría dicho el rey implicando que cada vez que muere un rey es sucedido por otro ya predeterminado en la línea dinástica.
Las frases “Le roi est mort, vive le roi”, en Francia y “The King is dead, long live the King” en Inglaterra, cuya traducción arroja “El rey ha muerto, viva el rey”, son previas a la citada en España.
Se la usó en Francia en 1422, en la sucesión de Carlos VI por Carlos VII. En Inglaterra, desde 1272, durante la sucesión de Enrique III por Eduardo I, como una manera de ratificar la monarquía como institución.
A seguro se lo llevaron preso
La frase original fue “A Segura se lo llevaron preso”; o sea, se lo llevaron preso a Segura, que era un Castillo Medieval en Andalucía utilizado en su momento como cárcel.
En un principio, cuenta la historia, se alojaban allí delincuentes comunes con condiciones de vida y permanencia muy difíciles.
Tiempo después se lo comenzó a utilizar como centro de detención de personajes con cierta alcurnia que habían cometido delitos, quienes, dada su posición social, gozaban de importantes privilegios, además de permanecer en el lugar mucho menos que lo estipulado.
Pasado el tiempo y como parte de un juego de palabras, dada la similitud entre el nombre del castillo y el adjetivo “seguro”, se comenzó a utilizar esta locución de la manera que la conocemos, o sea, para implicar que nadie está exento de que le ocurra una desgracia, sea cual fuere su extracción.
Abogado del diablo
Este oficio, ejercido por clérigos doctorados en derecho canónico, surge en la Iglesia Católica en el año 1587, a instancias del papa Sixto V (1521-1590), bajo el nombre de “promotor de fe”.
La frase original fue “A Segura se lo llevaron preso”; o sea, se lo llevaron preso a Segura, que era un Castillo Medieval en Andalucía utilizado en su momento como cárcel.
Su función consistía en argumentar en contra de los procesos de canonización o beatificación, que hasta ese entonces eran numerosos y sin demasiado respaldo, objetando pruebas o descubriendo errores en la documentación que respaldaba los méritos de los candidatos, con el fin de dar mayor credibilidad al proceso.
El oficio de abogado del diablo, en latín advocatus diaboli, fue abolido por Juan Pablo II en 1983, y reemplazado por el de “promotor de justicia”, lo que permitió concretar casi 500 canonizaciones y más de 1.300 beatificaciones, mientras que sus antecesores en el siglo XX solo realizaron 98.
Portada del libro Somos lo que decimos, de Charlie López, editado por el sello Aguilar.
En la actualidad, utilizamos esta locución para definir a la persona que impugna buenas causas o defiende acciones o ideas que la mayoría de la gente considera indefendibles, aun cuando no esté de acuerdo con ellas.
Es común ejercer el rol de abogado del diablo en reuniones sociales o profesionales, cuando se desea señalar fallas o contradicciones en el pensamiento o la postura de otras personas.
Adelante con los faroles
Decimos “Adelante con los faroles” cuando mostramos el firme propósito de iniciar una acción o continuarla a pesar de los inconvenientes o dificultades que puedan presentarse y también para dar ánimo y coraje a quienes intentan hacer algo o continuar una tarea, especialmente si ello implica riesgos o dificultades.
La expresión original y completa era “Adelante con los faroles que atrás vienen los cargadores”.
El abogado del diablo era el clérigo que argumentaba en contra de una canonización.
La frase está relacionada con las antiguas procesiones religiosas en las que era común alentar a quienes llevaban los faroles, antorchas y cirios, encargados de iluminar los caminos, los que no siempre estaban en buenas condiciones, a abrirles el paso a los portadores de las imágenes de Cristo, la Virgen o el Santo que se veneraba.
Muchos años después comenzó a utilizarse como forma de darnos ánimo o para alentar a otros a realizar una actividad que, en primera instancia, parece difícil.
Conseguir un nuevo empleo, terminar un proyecto o comprar la primera casa son ejemplos válidos para un dicho que hoy ha caído en desuso.
Agarrar para el lado de los tomates
Se dice que alguien “agarra o se va para el lado de los tomates” cuando al participar de una conversación lo hace con manifestaciones que nada tienen que ver con el tema.
Esto suele obedecer a una mala interpretación, aunque, a veces, se lo hace adrede, ya sea a título jocoso, para incomodar a alguno de los presentes o por falta de tacto.
En las huertas caseras, muy comunes en el siglo pasado, las plantas de tomate, propensas a contraer pestes, solían apartarse del resto de los cultivos.
Esa es la idea original que aporta la frase, lo que a su vez se ve reforzada por las propias características de este vegetal, cuyos gajos toman direcciones indefinidas y por cierto impredecibles, por lo cual deben usarse cañas o estacas que ofician como tutores, para guiarlas.
Agarrate Catalina
Catalina era una trapecista que formaba parte de la troupe de un circo que recorría los distintos barrios de Buenos Aires en la década de 1940.
Su bisabuela, su abuela y también su madre habían sido trapecistas, y quiso la desgracia que todas hubiesen muerto en accidentes de trapecio. Aun así, Catalina continuó con la tradición de su familia y prosiguió trabajando en el circo.
Esto, además del espectáculo, generaba una atracción extra de parte del público, tal vez morbosa, por lo cual era común que, al comenzar su número, alguien siempre le gritara “Agarrate bien, Catalina”, frase que con el tiempo se transformó en “Agarrate Catalina”.
Irineo Leguisamo. A este famoso jockey se le atribuye el origen de la frase «Agarrate Catalina». La yegua que solía montar se llamaba Catalina. Foto: Archivo Clarín.
Una segunda versión adjudica esta locución al famoso jockey uruguayo Irineo Leguisamo, inmortalizado por Carlos Gardel (1890-1935) en el tango Leguisamo solo, quien solía montar una yegua llamada Catalina y a quien el jockey le decía antes de cada carrera: “Agarrate Catalina, que vamos a galopar”.
De una u otra manera, este dicho todavía se utiliza para advertir a alguien sobre una situación peligrosa o difícil que exige cierto coraje para afrontarla.
Al que quiera celeste que le cueste
El origen de esta locución, según una de las fuentes más documentadas, está relacionado con el arte.
Durante el Renacimiento (siglos XV y XVI), resultaba muy difícil obtener el color azul para las pinturas de los cuadros, los frescos de las catedrales y, en algunos casos, para las esculturas.
Esta tonalidad solo se conseguía a partir del lapislázuli, una piedra preciosa proveniente de Oriente, que permitía la obtención de un bello color azul, muy resistente al paso del tiempo.
Cuando un clérigo o un noble encargaba un cuadro, se calculaba a priori cuánta pintura de oro y cuánta de azul de ultramar, como se la llamaba en su época, llevaría.
Cuanto más de cada una, mayor sería el costo de la obra. El celeste, al que hace referencia esta frase, se obtenía mezclando azul de ultramar con blanco.
Quien quiere algo valioso deberá sacrificarse para lograrlo y en algunos casos pagar el precio que se le pida. Ese es el significado con el que la expresión en cuestión llega hasta nuestros días.
Fuente: https://www.clarin.com/viva/increible-origen-frases-usamos-dia-dia_0_xH0OgKWN9e.html