Escapó de Irak y triunfa en la Argentina

Llegó de Irak como refugiado, se convirtió en “shawarmero” y planea abrir su segundo restaurante

Salió de su país en 2002, escondido en un buque de carga y sin saber a dónde llegaría; “O salíamos o moríamos”, recuerda; está instalado en Córdoba y ya tiene la ciudadanía argentina

Gabriela Origlia

PARA LA NACION

Mohamed Belasem es "shawarmero" y recorre el país
Mohamed Belasem es «shawarmero» y recorre el país

Tenía 23 años cuando llegó a la Argentina desde su Irak natal, en 2002. Había pasado dos meses en un buque de carga en el que, con seis amigos de su edad, se había escondido para escapar de su país, que se preparaba para la guerra. “O salíamos o moríamos”, recuerda Mohamed Belasem, uno de los especialistas en shawarma más conocidos del país. El shawarma es un plato típico de Medio Oriente: un cono armado con carne cortada fina y macerada que se asa en un asador vertical.

En Córdoba, a donde llegó en 2006, Belasem es dueño de “Las noches de Bagdag” un puesto de comidas árabes en pleno centro de la ciudad, pero además recorre todo el país con sus equipos de shawarma ambulante: tiene uno con un pincho de tres metros de altura y 12 pantallas de calor para asar.

El buque de carga al que se subieron transportaba cemento a Angola. Ese era el dato que tenían. Subieron escondiéndose a la madrugada y se fueron a un depósito debajo de las bolsas. “A los seis días el barco llegó a destino, cuando descargaron y retomaron el mar, salimos y nos presentamos al capitán. Era un griego, un hombre grande, muy bueno. Nos preguntó si había alguien más. El barco iba a Europa”.

Veremos a dónde los reciben, ustedes son refugiados”, les dijo el capitán. Después de hablar con autoridades y con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), se les notificó que irían a Australia. Pero a los tres días de navegación, llegó la novedad: “Al final el destino será la Argentina. ¿Conocés la Argentina?”, le preguntó el griego. “No” fue la respuesta. “¿Maradona?”, siguió el capitán. “Sí. Very good”, contestó Belasem -que conocía al 10 porque su papá lo admiraba y seguía sus partidos-.

Dos meses después, el barco llegó al puerto San Lorenzo, en Santa Fe. “No teníamos nada. Estábamos en bermudas -describe- No hablábamos español y casi nada de inglés. Vino la policía, Migraciones. Hicieron todos los trámites. Al mes nos llevaron a Buenos Aires, donde la Comisión Católica nos ayudó, nos pagaba una habitación. Nosotros vendíamos artesanías”.

A lo largo de la charla con LA NACION, Belasem varias veces repite: “Gente muy buena en la Argentina; siempre nos ayudaban”. Como la ropa hindú y las artesanías estaban “de moda”, al principio hacía venta ambulante. Él fabricaba caderines para bailes árabes. “Iba a negocios de Once a vender, siempre con cuidado y respeto porque al entrar con una mochila, algunos se asustaban -agrega-. Subía también a los colectivos a vender. Un día me dormí en uno que iba por Rivadavia y terminé lejísimo, pero en un local me compraron todo lo que llevaba. Volví feliz, había sido por algo el dormirme”.

Con el tiempo, como en Iraq él había tenido un local de falafel, se presentó con uno de sus amigos en un restaurante árabe, ubicado en Libertad y Corrientes. El dueño era del Líbano y los empleó. A él le enseñó a hacer shawarma. “Ahora sos shawarmero -le enfatizó a los meses-. Con carne, un pincho y fuego vas a vivir”. Belasem sostiene que todos los días reza por Jodor, quien ya falleció. Con ese oficio consiguió empleos y empezó a “soñar con tener máquinas y crecer”.

Un pincho de tres metros de largo, con 400 kilos de carne
Un pincho de tres metros de largo, con 400 kilos de carne

Por recomendación de un conocido, en 2006 llegó a Córdoba. “Cuando el micro pasó el arco de ingreso se me abrió el corazón y confié en que todo iría bien”, apunta. Buscó ayuda en la Sociedad Árabe Musulmana, que le dio espacio para vivir, y en el verano de 2007 fue con su shawarma ambulante a la Feria de Colectividades de Alta Gracia.

“Hice $8000, que era plata entonces, así que decidí alquilar un local para vender ropa y artesanías”. Le confió a la inmobiliaria que no tenía garantes y que no quería “comprarlos”. El mismo administrador le firmó el aval y no le cobró la comisión. Sus amigos, que quedaron en Buenos Aires, le fiaron los productos. Le fue bien, tuvo por diez años el negocio y, en paralelo, siguió con las ferias.

Abrió su local en Córdoba, en el centro, en 2019
Abrió su local en Córdoba, en el centro, en 2019

No era fácil, iba a todas las ferias, a las chicas, a las grandes, y me fui haciendo conocido -relata-. Pude comprar más equipos y un Ford Taunus ‘81 con el que recorrí casi toda la Argentina trabajando. Mientras, soñaba con tener un restaurante. En 2019 lo abrí”.

En una feria conoció al chef Ariel Rodríguez Palacios, en otra a Donato. “Muy buena gente, muy amables”, dice, e insiste en que él se mueve “siempre sincero, derecho, dando la palabra”. “Mi casa es acá, en la Argentina”, define. Ya tiene la ciudadanía y sigue invirtiendo en equipos. Como la máquina de tres metros con cono de carne de 400 kilos. “Aprendo todos los días, hago recetas nuevas y espero abrir otro restaurante el año que viene”.

Fuente: La Nación

Gabriela Origlia