Las huellas del activismo y el recorrido LGBTIQ+ por la Ciudad de Buenos Aires. Télam recorrió junto a referentes de la comunidad los espacios más representativos de la militancia por el orgullo y el respeto a las disidencias desde la recuperación democrática hasta la actualidad. 

POR MARÍA ALICIA ALVADO

Desde 1998 la Asociacin Gondoln es un espacio de resistencia y organizacin de la comunidad travesti y trans Foto Fernando Gens
Desde 1998 la Asociación Gondolín es un espacio de resistencia y organización de la comunidad travesti y trans. Foto Fernando Gens.

A poco del Día Internacional del Orgullo, Télam realizó, junto a referentes LGBTIQ+, el ejercicio cartográfico de identificar los lugares más emblemáticos en la Ciudad de Buenos Aires para ese colectivo desde la restauración democrática hasta el presente, sin pretender agotar todos los ítems de una memoria en construcción.

«Aquí funciona desde 1998 la Asociación Gondolín, espacio de resistencia y organización de la comunidad travesti y trans«, dice la placa junto a la entrada del hotel recuperado y cooperativo de Áraoz 924, en el barrio porteño de Villa Crespo, cuya fachada destaca también por las pinturas murales recortadas sobre el fondo azul eléctrico.

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Por este edificio de 27 habitaciones en tres plantas pasaron desde los ’90 centenares de chicas trans: hasta mediados de esa década pagando exorbitantes alquileres diarios por espacios ruinosos a un propietario que se aprovechaba de la situación; y desde la clausura temporaria del edificio y posterior recuperación como asociación sin fines de lucro, contribuyendo sólo con los gastos de funcionamiento.

«El Gondolín es cuna de personas trans migrantes del interior que llegan acá por el boca a boca. Algunas caen de sorpresa y es difícil decirles que no hay lugar. Otras vienen a preguntar, pero acá es espontáneo, ni bien se desocupa una cama, se vuelve a ocupar», contó a Télam Diana Zoe López García, referente de la asociación civil donde actualmente viven 57 personas.

Uno de los departamentos del edificio de Paraná 157 es de referencia ineludible para la historia del activismo LGBT+ de la Argentina, porque no sólo partió de allí la primera Marcha del Orgullo en 1992, sino que allí vivió los últimos años de su vida y murió uno de sus máximos referentes, Carlos Jáuregui.

Desde la Casa Juregui en Paran 157 parti la primera Marcha del Orgullo Foto Sille Cris
Desde la Casa Jáuregui, en Paraná 157, partió la primera Marcha del Orgullo. Foto Sille Cris

«Allí nos reuníamos para discutir estrategia, a preparar la primera marcha del Orgullo y el lanzamiento de una primera idea de movimiento plural, porque hasta ese momento teníamos una organización monolítica –que era la CHA- y recién empezaban a aparecer agrupaciones de lesbianas, religiosas, un activismo trans…», dijo a Télam Ferreyra, propietario del inmueble desde 1990, cuando lo compró junto a su pareja de entonces, el fallecido ex presidente de la CHA César Cigliutti.

Las «cenas de Paraná» se prolongaron hasta fines de los ’90, «porque después el movimiento era demasiado grande para poder abarcarlo» en una reunión puertas adentro, «es decir que nuestro éxito fue el final de esa tradición».

El Bachillerato Popular Trans Mocha Celis fue creado en 2011 Foto Pablo Aeli
El Bachillerato Popular Trans Mocha Celis fue creado en 2011. Foto Pablo Añeli.

Creado en 2011, el Bachillerato Popular Trans Mocha Celis que acaba de mudarse a un edificio propio en Jujuy 748, es el primero en su tipo a nivel mundial y ha permitido terminar el secundario a 280 personas, siendo además fuente de inspiración para la creación de espacios similares en 15 provincias argentinas y cuatro países.

Su propósito es «integrar a las personas travesti, trans y no binarias (TTNB) en la educación formal para cocrear un nuevo mundo donde no existan las barreras estructurales que enfrenta la comunidad».

«La Mocha nació como un espacio para garantizar condiciones de vida digna para las personas TTNB; y rápidamente se convirtió a un lugar que abraza a las todas las personas LGBT+ y a muchas otras en situación de vulnerabilidad, facilitando el acceso al derecho a la educación, la formación profesional, al trabajo y en definitiva a una ciudadanía plena», dijo a Télam la secretaria académica Manu Mireles.

La filial local de la Iglesia de la Comunidad Metropolitana ya tenía dos años de vida cuando se convirtió en una de las agrupaciones organizadoras de la primer marcha del orgullo de Buenos Aires y desde entonces ha funcionado de manera casi ininterrumpida como «un refugio de fe» no sólo para el colectivo LGBT+ sino para otros grupos excluidos.

El Bachillerato Popular Trans Mocha Celis que acaba de mudarse a un edificio propio en Jujuy 748 Foto Pablo Aeli
El Bachillerato Popular Trans Mocha Celis que acaba de mudarse a un edificio propio en Jujuy 748. Foto Pablo Añeli.

«Es una comunidad inclusiva y ecuménica porque participan personas de todas las confesiones cristianas, de otras religiones e inclusive agnósticos que comulgan con nuestros valores porque el motivo fundamental por el que se origina es el de abrazar a toda la diversidad», dijo a Télam Gregorio Tobar, clérigo de la institución en Buenos Aires.

Cada domingo acuden a la celebración que se realiza en la Iglesia Metodista de Flores «mucha gente del colectivo LGBTIQ+ pero también heterosexuales que no han encontrado refugio en otras comunidades de fe» porque a pesar de que unos y otros se referencian en Jesús, «lamentablemente el racismo, el clasismo y la xenofobia existen también dentro del cristianismo».

El eje cívico de la Ciudad de Buenos Aires fue desde el inicio el recorrido elegido para las Marchas del Orgullo en esta capital, que se reeditan cada noviembre y desde 2015 también para la marcha contra los travesticidios que se realizan cada 28 de junio.

«La marcha ya nació ahí y eso fue una decisión política fruto de un debate. Se decía por qué no Avenida Santa Fe, pero el argumento que prevaleció era que si uno estaba reclamando nuevas leyes, lo importante era hacer un recorrido que tuviera en los extremos la Casa Rosada y el Congreso», dijo a Télam el histórico militante LGBTIQ+, escritor y periodista Alejandro Modarelli.

El Archivo de la Memoria Trans preserva un acervo de 10 mil documentos Foto Victoria Gesualdi
El Archivo de la Memoria Trans preserva un acervo de 10 mil documentos. Foto Victoria Gesualdi

Cada año, esta avenida se convierte en una colorida fiesta, con miles de personas llegando desde el mediodía a la Plaza de Mayo para disfrutar de la feria y los espectáculos musicales que allí se despliegan y, promediando la tarde, partir junto a las diferentes carrozas rumbo al Congreso, desde cuyo escenario se lee el documento final.

La autodenominada «discoteca gay más grande de Buenos Aires», Amérika, tiene una trayectoria de 23 años funcionando en el barrio porteño de Almagro como lugar de encuentro y diversión para el colectivo LGBT que ha hecho de este boliche uno de los más populares del país.

«Amérika ha quedado en la historia de cuatro generaciones ya, como lugar emblemático de encuentro social, de diversión, de cumbia y copeteo entre compañeras travestis, muchas de ellas migrantes de provincias del interior o que están recién llegadas del exterior», dijo a Télam la activista trans presidenta de la organización Siete Colores Diversidad y directora teatral Daniela Ruiz.

Ruiz recuerda que fue a la inauguración, cuando «éramos pocas las que conseguíamos entrar», debido a que si bien era un espacio gayfriendly, todavía restringía el acceso a las personas travesti-trans y sólo accedían «las que pasábamos por mujeres cisgénero» en un momento «de mucha represión policial» e imposición violenta del sistema cishéteronormativo, lo que dejaba «muy pocos los lugares abiertos a la participación de las personas trans».

Eso empezó a cambiar en los primeros años 2000, y ya después del 2010 el boliche se consolidó como lo que actualmente es: «un lugar de diversión pero también de reivindicación y lucha con mucho ‘teje'».

Desde mediados de los ’80 hasta fines de los ’90 -época de constantes razzias policiales por la vigencia de edictos policiales- la porción de la Avenida Santa Fe delimitada por las calles Coronel Díaz y Cerrito funcionó como una especie de «circuito gay» de Buenos Aires, donde se concentraban gran cantidad de bares y boliches.

Foto Pablo Aeli

«Para muchos chicos jóvenes representaba la posibilidad de empezar a recorrer los lugares de sociabilidad, y también operaba como un rito de pasaje, porque era una época donde existía la seducción callejera, determinadas prácticas que se fueron apagando a medida que aparecieron las aplicaciones de las redes sociales», recordó Modarelli.

Entre esas discotecas del «recuerdo» se cuentan Contramano -donde se fundó la CHA en 1984-, Área, Teleny, InVitro, Line, Experiment, Bunker, Confusión y Enigma.

Los fines de semana esta zona «estaba tomada» por «tarjeteros» y un mar de gente yendo y viniendo, pero esta dinámica comienza a desaparecer a fines de los ’90 y hoy en día este sector ya no tiene este perfil.

No obstante, en reconocimiento al peso simbólico que supo tener para el colectivo LGBT+, en 2006 la Ciudad de Buenos Aires designó con el nombre de «Carlos Jáuregui» la estación de la línea «H» ubicada en la intersección de Santa Fe y Pueyrredón. El recordado fundador de la CHA tiene también una plaza con su nombre en el barrio de Constitución.

Otros lugares significativos para la comunidad son el centro de jubilados LGBT+ Puerta Abierta; la Plaza Pakistán como lugar de «cruising»; el club cultural queer Casa Brandon y el Archivo de la Memoria Trans que preserva un acervo de 10.000 documentos.

DOS AUSENTES DEL MAPA LGBTIQ+ DE BUENOS AIRES: «LA ALDEA ROSA» Y EL «LESBIÁTRICO»

Como parte de una cartografía LGBTIQ+ de la ciudad Buenos Aires, aparecen también dos espacios imposibles de ubicar en un mapa, uno porque desapareció sin dejar rastros, otro porque aún no se materializó; aunque ambos perviven en la memoria del colectivo, ya sea como recuerdo o como un irrenunciable anhelo.

El primero es la «La Aldea Rosa» o «La Villa Gay», un asentamiento de emergencia que existió desde 1990 a 2006 detrás de Ciudad Universitaria, que llegó a albergar más de 300 personas y cuyo nombre se debe a la presencia inicial de ocupantes gays y travestis en situación de extrema pobreza que sobrevivían entre el cartoneo y la prostitución.

«Así, La Robocop, La Chaplin, La Rompecoches, La Cinco Pesos, La Taco Partido eran personajes que poblaban esa villa eminentemente marica que se extendía en un descampado junto al Río de la Plata, a la sombra de Ciudad Universitaria», cuenta el Suplemento Soy de Página/12 en una nota de 2011 sobre el asentamiento.

El lugar, de unas 17 hectáreas, fue desalojado pacíficamente en julio de 2006 para comenzar a construir el Parque de la Memoria.

La película «Mía», de Javier van de Couter y protagonizada por la actriz trans Camila Sosa Villada, retoma aquella historia.

La segunda coordenada cartográfica, que existe sólo como proyecto de la agrupación Sueño de Mariposas, es el «lesbiátrico», o geriátrico para dar cobijo y contención a las lesbianas adultas mayores en situación de vulnerabilidad.

Sueño de Mariposas nació en 2017 «un espacio intergeneracional que busca visibilizar la vejez lésbica como etapa de resistencia, memoria y comunidad», que codirigió hasta su muerte en 2020, la histórica activista Alicia Caf.

«Queremos construir desde la participación intergeneracional uno casa para nosotras y nos estamos organizando para cumplir ese sueño urgente: lo llamamos cariñosamente lesbiátrico y lo imaginamos como un lugar en donde haya una biblioteca, un espacio cultural y en donde las lesbianas podamos estar en expresión activa de nuestros intereses, debates, luchas, creatividad y deseo», posteó la organización en su cuenta de Instagram en julio de 2020, a poco del fallecimiento de Caf y bajo el título «Estamos intentando abrir una casa para lesbianas mayores».

«Para quienes vivimos una intensa vida antipatriarcal, desobediente, rebelde e insumisa. Para las que no renunciamos a nuestros sueños personales y colectivos. Para quienes padecemos la precariedad económica. Para quienes transitamos solitariamente duelos emocionales frente a la pérdida de nuestras afectividades. Para quienes tuvimos que crearnos redes para sobrevivir. Para los que desde los márgenes no pudimos expresar abiertamente nuestra identidad, sufriendo acosos, violencias, expulsiones laborales e incluso, en muchos casos, detenciones policiales por el hecho de ser lesbianas. Nos proponemos un techo de resistencia en donde podamos seguir construyendo nuestra historia y nuestro devenir tortillero. Para nosotras y para las que vendrán», concluye el documento.

Fuente: Télam

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