Joan Manuel Serrat y su amor con la Argentina
El Nano vuelve al país para dar sus últimos shows aquí. Un romance que comenzó a fines de los ’60 y que sigue intacto.
Cuando Joan Manuel Serrat desembarcó por primera vez en la Argentina, al terminar aquel efervescente año 1969, no se trataba de un desconocido en su país donde sus discos iniciales y especialmente el homenaje a Antonio Machado ya le habían deparado una rápida popularidad.
Serrat también tenía su cuota de audacia por la decisión de cantar en catalán en el Festival Eurovisión: provocó la represalia y prohibición del régimen franquista.
La leyenda indica que al primero de los managers de Joan Manuel Serrat por aquí, Alfredo Capalbo (el mismo que décadas después haría historia al gestionar la visita de Queen), le costó insertarlo en la televisión, casi excluyente plataforma a la fama en aquellos tiempos. Tuvo que convencer al “zar” Alejandro Romay, pero lo consiguió.
Y apenas Serrat debutó en uno de los programas de mayor repercusión como Sábados de la Bondad por Canal 9, que conducía Héctor Coire (enseguida vendría una entrevista con Hugo Guerrero Marthineitz y la presentación en los Sábados Circulares con Pipo Mancera), fueron suficientes un par de canciones para ganarse al público.
Ahora, Joan Manuel Serrat arranca la parte argentina de su show despedida «El vicio de cantar». Empezará el 5 de noviembre en Rosario, el 8 de noviembre estará en el estadio Kempes de Córdoba; y el 19, 20, 25, 26 y 29 de noviembre actuará en el Movistar Arena, en la ciudad de Buenos Aires.
El principio de un romance sin fin
En ese año 1969, entre Serrat y los argentinos nació un romance que no terminaría jamás. Arrasó con Tu nombre me sabe a hierba y ninguna diferencia o alusión política evitó que el joven catalán, de saco y polera, pelo largo y patillas, con llamativos lunares, se convirtiera inmediatamente en ídolo.
A la vez, según explica el escritor Juan Cruz “lo que veía allí provocaba en el joven Serrat un sentimiento de enamoramiento. Enamorado de lo que veía y de lo que fantaseaba. Eso provocó una relación muy cercana, un calor concreto, como de nuevo hogar al otro lado del mundo. Estuvo mucho tiempo por esos territorios nuevos y aquellos con los que se encontraba iban descubriéndole cosas que le interesaban y con las que sentía cercano.”
Lo sorprendente fue que Serrat ingresó a esa popularidad por un andarivel inexplorado por los cantautores.
Retrocedemos a la época, la misma del Cordobazo y las revueltas estudiantiles: el rock nacional recién asomaba y Palito Ortega, Sandro y Leonardo Favio movilizaban la música de masas con un estilo que –desde ambientes críticos- podían apuntarle como “comercial”, pero que cada uno de aquellos ídolos supo trascender en sus recorridos. Convocaban multitudes, especialmente durante los carnavales de febrero.
Serrat, rápidamente, conquistó la misma cuota de seguidores, pero con un repertorio distinto. En aquel momento él se sentía como “un trovador”, al estilo de la tradición francesa o el que –entre nosotros- se vinculaba a referentes del folclore: Atahualpa Yupanqui, Jorge Cafrune y hasta Eduardo Falú, a quienes resaltó en sus primeras visitas.
Sin embargo, más cercano en el tiempo y en una entrevista con la revista Ñ, recordó que “mi base cultural pasa por la música popular, la copla, el bolero, el tango. Y también me habrán influido Bob Dylan, los Beatles. Te influencia todo lo que escuchas, eso que se te mete en la entretela del alma”.
Estilo propio, sin estereotipos
Pero su música no tenía nada que ver con lo conocido aquí y su poesía –la propia y la musicalizada- fue una revelación.
En la misma época, a tono con los vertiginosos y violentos cambios políticos en el país, estaba en auge la “canción de protesta” y algunos intentaban encasillarlo a Serrat por allí. Y aunque nunca hubo dudas de su compromiso con las causas más nobles, lo cierto es que Serrat tampoco cayó en estereotipos y dogmatismos políticos o culturales.
El Serrat de esos primeros veranos y de tantas giras que se iban a repetir en la nueva década, combinaba la idolatría histérica de las chicas tipo “Beatlemanía” con la admiración que suscitaba su poesía. Y alcanzó una dimensión mayor.
¿Cuánto le deben nuestros docentes en Literatura para el redescubrimiento de Antonio Machado o José Hernández, en los niveles de popularidad que le dieron los temas musicalizados por Serrat?
“Cante, Flaco Serrat” le pedía Horacio Ferrer en una de las primeras entrevistas para la revista Gente, donde enseguida advirtió la identificación que aquel joven surgido del barrio de Poble Sec, en Barcelona, tendría con las costumbres argentinas. “Alma de granjero pobre y destino de pescador sin barca, pero con ese talento de trovador”, lo describió.
El propio Serrat le confesaba a Ferrer: “Buenos Aires está llena de España. Por ahí me encuentro en Buenos Aires con Madrid o con mi Barcelona, un poco de París y un poco de Roma”. El autor de Balada para un loco concluía: “Y sos, además, el flaco que va bebiendo ese wiscacho escocés al mediodía bajo este sol porteño de Pueyrredón y Beruti”.
Un argentino más
A partir de aquellas visitas juveniles, Joan Manuel Serrat fue en un argentino más, un sentimiento que no quebraron los largos exilios: el que sufrió él mismo de su tierra catalana –la persecución franquista en los 70- y el que padeció entre nosotros, cuando la dictadura impidió su visita y censuró sus obras.
Pero el «Nano» había tocado entre los argentinos la fibra popular que alguien como Manuel Vázquez Montalbán ya detectara entre los suyos: “Serrat está por encima de todos por su capacidad de identificación con la gente, sabe conectar los sentimientos más íntimos del hombre de la calle”.
Y a partir de aquellas primeras giras, de aquella nobleza y calidad que mantuvo por más de medio siglo, la lírica de Serrat fue parte del lenguaje cotidiano y la vida entera de generaciones de argentinos. ¿Cuántas “Lucías” y cuántas “Penélopes” nacieron entre nosotros?
Curiosamente, Penélope surgió de una asociación de Serrat con otro virtuoso como Augusto Algueró quien, por la obra de Nino Bravo, popularizó Noelia.
Los textos de Serrat pasaron a ser parte de nuestras costumbres: Hoy puede ser un gran día, los “locos bajitos”, “nunca es triste la verdad/lo que no tiene es remedio”, “aquellas pequeñas cosas, “una de las dos Españas, ha de helarte el corazón” “qué va a ser de ti, lejos de casa”, “entre esos tipos y yo hay algo personal”… ¿Cuántos tío Alberto encontramos en cada una de nuestras familias?
Una gira, en un contexto político complicado
La gira de principios del ’72 –“Sicosis serratista”, tituló en ese momento Crónica– quedaría como síntesis de aquellos tiempos: cinco recitales en el Ópera y tres en el Hermitage de Mar del Plata, presentaciones en los carnavales de San Lorenzo y Gimnasia y Esgrima de Rosario, radio y tv infaltables y, entre tanto, un show gratuito para los obreros del Chocón, en Neuquén.
A esa altura también había disfrutado del Luna Park, el primero de sus grandes estadios en el desembarco americano. “Yo había cantado en estadios importantes en Europa, pero el Luna fue el primero en América. Allí la conexión con el público es distinta, pero a mí lo que más me emociona ese el silencio”, recordó.
Todo sucedía en un contexto político complicado, cuando las bombas de uno y otro lado eran infaltables y una de ellas, en el Opera, amenazó al propio Serrat en el ’72.
Dos años más tarde, pasaron de la amenaza a la acción directa, varios de nuestros principales artistas emprendieron el camino del exilio y Serrat –quien no pudo presentar Para piel de manzana– fue uno de los tantos silenciados por la dictadura.
Paradójicamente, en aquel momento concluyeron cuatro décadas de represión franquista, la libertad iluminó a España y fue el resurgir de Joan Manuel Serrat en su propia tierra.
Regreso en democracia
Para la Argentina, el retorno de Serrat en el invierno del ’83 –cuando se marchó la dictadura- resultó otro acontecimiento con una serie de shows en el Gran Rex y nuevas apariciones en el Luna Park, en los lanzamientos de Cada loco con su tema y En tránsito.
Aquella vez se sintió abrumado por tanta euforia y le contó a la periodista Mona Moncalvillo, en la revista Humor: “Lo que está pasando es como una madeja de emociones muy diferentes, de afectos, desilusiones, ilusiones, esperanzas. Todas estas situaciones necesitan reposo…
Y continuaba: «He llegado a un país que, evidentemente, está sufriendo angustias muy concretas que está volcando en mí, junto con toda la ternura y los afectos. Esto no lleva a una situación normal, ni permite -al menos a mí no me lo permite- situarme en una situación de equilibrio”.
Aun cuando creaciones como Mediterráneo resultaran insuperables, el vínculo de Serrat con su público, y en especial la Argentina, resistió al paso del tiempo. Y abarcó a distintas generaciones.
Hubo nuevas fiestas masivas –convocó 80 mil personas junto al Delta hace cinco años, hizo vibrar otros grandes estadios desde la Bombonera hasta Atlanta, desde Arroyito hasta Banfield-, pero también cantó en la solemnidad del Teatro Colón y renovó aquel romance año tras año en los teatros de nuestras ciudades.
La presencia de su director artístico, Ricard Miralles, las sociedades con otros de los grandes cantautores contemporáneos, sus socios de aventuras (Ana Belén, Sabina, Víctor Manuel) y el reconocimiento de los argentinos fueron parte de ese viaje.
Y mucho más: la amistad de tantos referentes culturales, las andanzas nocturnas y bien porteñas, el fútbol infaltable como un corazón compartido entre el Barca y Boca, Maradona y Messi –por quien reclamó su renovación en el Barcelona en una carta pública– y como un cultor del estilo de Menotti, otro de sus amigos. Esa saga y sus múltiples historias pueden hallarse en una múltiple bibliografía, la más reciente Serrat en Argentina, que escribió Tamara Smerling.
Un servidor, y un porteño más
“Soy un porteño más” afirmaba el «Nano» y no era una pose, ni un toque demagógico, sino un sentimiento que todos interpretamos.
Al difundir su gira de despedida, la actual, Juan Cruz le recordó que “en lo que Serrat ha compuesto, está también nuestra propia vida, la de las sucesivas generaciones hasta los adolescentes de hoy. Y todas sus canciones son nuestras propias canciones y también los hechos que nos pasaron mientras las escuchábamos y tarareábamos”.
Fernando Navarro, en El País, escribió en el mismo momento que Serrat “es un gigante que ha caminado toda una vida y ahora ya quiere descansar, aunque sus canciones seguirán conduciéndonos a notros mismos”.
“Un servidor, Joan Manuel Serrat, casado, mayor de edad se presentó en A quien corresponda.
Tal vez Serrat aluda, dentro de su sencillez, a otros inolvidables versos de Machado: “Y cuando llegue el día del último viaje / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar.”
Con algún toque de nostalgia, emoción o sabiduría, muchos recordarán al Serrat que, hasta ayer nomás y por tanto tiempo, nos hizo vivir Fiesta. Como ningún otro.
Fuente: https://www.clarin.com/espectaculos/musica/joan-manuel-serrat-relacion-amor-mutuo-argentina-poeta-rebelde-cantor-dice-adios_0_8p4UiqKVgO.html