Decenas de miles de millones de dólares en armas ya ha aportado Estados Unidos a Ucrania. En un gran porcentaje, estos envíos son derivados hacia el mercado negro o hacia compradores del Medio Oriente. El influeyente periódico Financial Times advirtió que “las reservas actuales de armas pueden ser no suficientes a largo plazo”.

POR HERNANDO KLEIMANS

Foto AFP

Kathy J. Warden, presidenta y CEO de Northrop Grumman, una de las compañías pilares del complejo militar industrial norteamericano, solicitó a Washington que envíe una «señal clara de demanda» de armas para Ucrania, a fin de que la industria pueda proporcionar lo que sea necesario.

Warden, según la cita el Financial Times, advirtió que “las reservas actuales de armas pueden ser no suficientes a largo plazo”. La ejecutiva, cuya empresa es una de las principales beneficiarias del nuevo presupuesto bélico estadounidense por 850.000 millones de dólares, descartó que esta decisión sobre armamentos deba ser requerida al gobierno de Kíev.

Decenas de miles de millones de dólares en armas Washington ya ha enviado a Ucrania. En un gran porcentaje, estos envíos son derivados hacia el mercado negro o hacia compradores del Medio Oriente. Hasta ahora, quienes resolvieron el contenido de estos cargamentos han sido los “expertos” del Pentágono. El propio ministro de Defensa ucraniano, Oleksii Réznikov, confesó que es un abogado y no tiene conocimiento de lo que se suministra desde los Estados Unidos. A una pregunta sobre qué armas recibía Kíev admitió que “no puedo responderla. Pero aprenderé rápido”.

No obstante, Warden descartó que “estemos bombeando armamento” a Ucrania, aunque advirtió que “si queremos mantener los compromisos en este nivel por un par de años más, definitivamente no es con lo que se está acumulando en los arsenales”. De este modo, confirmó la intención de Washington y en especial del complejo militar industrial norteamericano, de extender el conflicto en Ucrania todo lo necesario para recibir las asignaciones del nuevo presupuesto.

La CEO de Northrop Grumman advirtió que “los problemas de la cadena de suministro global han duplicado el tiempo de respuesta de la empresa en algunos casos” y adelantó que la compañía “está lista para invertir en la expansión de la producción hasta que se otorguen nuevos contratos, pero la industria necesita recibir una señal de que habrá demanda de armas”.

El Financial Times informa que han otras empresas de defensa que ya comenzaron a adquirir los componentes necesarios en previsión de los contratos a firmar a partir del nuevo presupuesto, pero “existe el riesgo de que las armas fabricadas no se utilicen”.

La presión del complejo militar industrial de los EE.UU. es constante. Según el FT, sus ejecutivos “se reúnen con representantes del Pentágono varias veces a la semana para discutir lo que se está entregando a Ucrania”. La intensidad de esa presión acaba de tener una evidencia trágica cuando en Vínnitsa, ciudad ucraniana al sur de Kíev y por muchos siglos en posesión de Polonia, dos misiles Kalibr rusos destruyeron la Casa de Oficiales donde se encontraban reunidos altos jefes militares ucranianos con proveedores norteamericanos, discutiendo la compra de nuevos armamentos.

En la Unión Europea, sus principales integrantes: Alemania, Francia e Italia, no coinciden con esta actitud. Bien porque sus arsenales e industria militar no estén “a la altura de los acontecimientos”, bien porque temen que el conflicto desemboque en un abierto enfrentamiento con Rusia. El Kremlin, por su parte, ya advirtió que considerará objetivo militar todo cargamento de armas que se destine para las fuerzas armadas ucranianas. El episodio con los costosos cañones franceses César de largo alcance suministrados a Kíev y destruidos casi de inmediato por los misiles rusos, ha servido para enfriar la determinación de suministros bélicos de la Unión Europea.

No en vano, Otto Scholtz, Emmanuel Macron y Mario Draghi se presentaron juntos en Kíev para informarle al actual presidente y antiguo comediante televisivo Volodimir Zelenzki sobre el agotamiento de estos suministros y reclamarle que ponga empeño en la concreción de un tratado de paz con Rusia, aunque tenga que reconocer las autonomías del Donbass y la reintegración de Crimea a Rusia.

Algo que Kíev no puede aceptar precisamente por la imposición de Washington. En la reciente reunión del Consejo de Seguridad Nacional y Defensa de Ucrania, presidida por Zelenski, según trascendió “se analizó la situación crítica generada por el ultimátum recibido de los supervisores británicos y estadounidenses, de que se interrumpiría la ayuda militar en el caso de que se pierdan definitivamente las últimas ciudades del Donbass que todavía permanecen bajo el control de Kíev”.

La obcecación anglosajona en mantener el conflicto abierto en Ucrania tiene su correlato internacional en la persistente negación al levantamiento de las sanciones contra Rusia, que básicamente han provocado una agudización de la crisis energética y alimentaria en el mundo. Incluso en una reciente declaración conjunta el Banco Mundial, el FMI, la FAO y la OMC han reclamado el alivio de estas sanciones para resolver la crisis.

Washington tampoco logró el aislamiento internacional de Rusia en la última cumbre del G20, celebrada hace unos días en Balí. La confrontación por este tema entre el bloque anglosajón y el resto de los países impidió que se lograra un documento conjunto sobre los factores más acuciantes de esta crisis y cómo enfrentarla.

Lo mismo acaba de ocurrir en la tercera reunión de los ministros de finanzas y titulares de bancos centrales del G20, finalizada en la víspera en Indonesia. Sus participantes no pudieron ponerse de acuerdo en la redacción de un comunicado final.

Quedaron así sin plantearse vías de solución para detener los niveles históricos de la inflación mundial, el abrupto crecimiento de precios de los alimentos y los portadores energéticos, así como el agravamiento de las condiciones financieras para los países emergentes.

Pese a que la mayoría de los países participantes coincidieron en la necesidad de levantar todas las restricciones para el normal funcionamiento de los mercados globales de alimentos, fertilizantes y energía, la cerrada oposición del bloque anglosajón impidió adoptar una decisión al respecto. No obstante lo cual, la misma crisis está obligando al bloque a levantar las sanciones sobre transacciones en esos mercados.

En este mismo contexto se leen los resultados de la cumbre en Er Riad entre el príncipe heredero Mohammad bin Salmán bin Abdulaziz Al Saud y el presidente norteamericano Joe Biden. En ella, además de las mutuas acusaciones de asesinato, el mandatario estadounidense sólo logró tibias declaraciones saudíes sobre el relativo incremento de la producción de petróleo. Biden no pudo romper el acuerdo logrado en la OPEP+ sobre extracción y comercialización del crudo a fin de evitar el desbalanceo de precios y la consecuente agravación de la crisis energética.

Foreign Affairs, la influyente publicación norteamericana sobre política exterior reclamó en un reciente artículo el cambio de rumbo en la conducta de Washington, afirmando que en el intento por continuar imponiendo sus decisiones al resto de los países descuida la atención de serios problemas internos. Foreing Affairs advierte que los EE.UU. sacrifican la democracia en aras a desplegar la guerra fría contra Rusia y China. Esta conducta agrava “las más serias amenazas contra la democracia: el cambio climático, el nacionalismo blanco y la xenofobia, la pandemia de enfermedades infecciones y la desigualdad económica”.

La impotencia del bloque anglosajón en el logro de sus objetivos estratégicos de dominación mundial y el intento de imponer sus normas tornan peligrosos los arranques de furia que ello provoque. La evidencia indica que, en este punto el nuevo mundo multipolar se enfrenta a una histérica línea de conducta del viejo hegemón, alienada por completo de la realidad.

Fuente: Télam

El punto crítico.