Enfermedades mentales que solo existen en ciertas culturas
«NO LE TENGAS MIEDO AL KORO», advertía el titular del diario Straits Times del 7 de noviembre de 1967. Se publicó días después de que un fenómeno muy peculiar se extendiera por Singapur.
Miles de hombres se habían convencido repentinamente de que sus penes se estaban haciendo cada vez más pequeños, y de que eso los iba a terminar matando.
La histeria colectiva se apoderó de ellos rápidamente. Trataban de salvar desesperadamente sus genitales usando cualquier cosa que tuvieran a mano: gomas, pinzas para la ropa, cuerdas.
Médicos locales sin escrúpulos se hicieron de oro, recomendando inyecciones y remedios tradicionales.
En las calles se decía que la repentina reducción del pene era causada por algo que comían los hombres. Más concretamente, carne de cerdos vacunados en un programa gubernamental. Las ventas de carne de cerdo se desplomaron rápidamente.
Pese a que los funcionarios de salud pública se apresuraron a tratar de contener el brote de histeria, explicando que se trataba únicamente de «miedo psicológico», no funcionó.
Al final, más de 500 personas buscaron tratamiento en hospitales públicos.
Pero el miedo a perder el pene es más común de lo que tal vez te imaginas. Se nombra con bastante frecuencia en ciertas culturas de todo el mundo.
En el sudeste asiático y en China, es bastante habitual que incluso tenga un nombre, «koro», posiblemente derivado de la palabra javanesa (de la isla de Java, Indonesia) para decir tortuga, y que se refiere a su aspecto cuando retraen sus cabezas en sus caparazones.
La historia del koro se remonta a varios miles de años, pero el brote más reciente ocurrió en 2015, en el este de India. Afectó a 57 personas, incluidas ocho mujeres, para quienes tiende a manifestarse como un miedo a que sus pezones se retraigan dentro del cuerpo.
El koro es considerado un síndrome ligado a la cultura, una enfermedad mental que solo existe en ciertas sociedades.
Y no es la única.
Trastornos «intraducibles»
Durante décadas, los trastornos «intraducibles» se estudiaron como meras curiosidades científicas, que existían en ciertas partes del mundo.
Las enfermedades mentales occidentales, por otro lado, se consideraban universales, y se podía garantizar que cada problema «auténtico» lo encontrarías en las páginas sagradas de la biblia psiquiátrica estadounidense, el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (más conocido como DSM, por sus siglas en inglés).
Pero hoy en día los científicos se están percatando cada vez más de que esto no funciona así.
En la meseta central de Haití, hay personas que a menudo se enferman de reflechi twòp, o «pensar demasiado», es decir, reflexionan sobre sus problemas hasta el punto de que apenas pueden salir de casa.
En Corea del Sur, existe el hwa-byung, cuya traducción aproximada sería «virus de la ira», que se produce al reprimir los sentimientos sobre cosas que se considera injustas, hasta que quien lo padece sucumbe a síntomas físicos alarmantes, como una sensación de ardor en el cuerpo. Es común durante divorcios y conflictos con los suegros.
Aunque para los más escépticos estas enfermedades mentales puedan parecer excéntricas, o incluso inventadas, son en realidad serios problemas de salud mental que afectan a un gran número de personas.
Se estima que el hwa-byung afecta a unas 10.000 personas en Corea del Sur cada año, en su mayoría mujeres casadas mayores, y las investigaciones han demostrado que deja una huella medible en el cerebro.
En 2009, unos escáneres cerebrales revelaron que quienes lo sufren tienen una menor actividad en el área involucrada en el control de las emociones y los impulsos.
Las consecuencias de los síndromes ligados a la cultura pueden ser devastadoras.
Los ataques de koro pueden ser tan convincentes que los hombres causan graves daños a sus genitales al tratar de evitar su reducción.
Quienes sufren de reflechi twòp tienen ocho veces más probabilidades de tener pensamientos suicidas, y los casos de hwa-byung se relacionan con angustia emocional, aislamiento social, desmoralización y depresión, dolor físico, baja autoestima e infelicidad.
Curiosamente, algunas enfermedades intraducibles han desaparecido recientemente, mientras que otras se están extendiendo a nuevas partes del mundo.
¿De dónde vienen estas enfermedades y qué determina dónde se encuentran?
La búsqueda de respuestas ha cautivado a antropólogos y psiquiatras durante décadas, y ahora sus hallazgos están dando forma a nuestra comprensión sobre los orígenes de la enfermedad mental.
Desde Occidente
La enfermedad más sorprendente ligada a una cultura es probablemente la «neurastenia» (también conocida como shenjing shuairuo).
Aunque en la actualidad ocurre principalmente en China y el sudeste asiático, es una enfermedad colonial del siglo XIX.
Fue popularizada por el neurólogo estadounidense George Miller Beard, quien la describió como un «agotamiento del sistema nervioso».
En esa época, la Revolución Industrial alteró masivamente la vida cotidiana, y se creía que el resultado de ello era la neurastenia, un síndrome que provocaba dolores de cabeza, fatiga y ansiedad, entre otras cosas.
«Cuando novelistas famosos como Marcel Proust fueron diagnosticados, se convirtió en un trastorno súper popular«, dice Kevin Aho, filósofo de la Universidad de la Costa del Golfo de Florida, EE.UU., quien ha estudiado la historia de la enfermedad.
«Estaba casi de moda e indicaba sensibilidad, creatividad intelectual; era una especie de indicador del refinamiento cultivado«.
Con el tiempo, la neurastenia se extendió a las colonias europeas, donde fue acogida con entusiasmo por los colonos bigotudos y sus esposas como una forma de agregar una etiqueta a sus sentimientos de nostalgia generalizada.
Según una encuesta de 1913, la neurastenia fue el diagnóstico más frecuente entre los colonizadores blancos en India, Sri Lanka (entonces Ceilán), China y Japón.
Con el paso de los años, fue perdiendo su atractivo en Occidente, ya que se asoció con problemas psiquiátricos más graves.
Ahora se ha olvidado por completo. Pero en otros lugares sucedió lo contrario: se adoptó como un diagnóstico que no venía con el estigma de la enfermedad mental, y todavía se usa.
En algunas partes de Asia, es más probable que la gente diga que tiene neurastenia que depresión.
Un estudio de 2018 en Guangzhou, China, encontró que el 15,4% se identificó con neurastenia, frente al 5,3% que dijo que tenía depresión.
Pero ahora la neurastenia también está desapareciendo de Asia.
«Cuando entrevisté por primera vez a pacientes en un hospital psiquiátrico en Ho Chi Minh, Vietnam, en 2008, casi todos dijeron que tenían neurastenia», dice Allen Tran, un antropólogo psicológico de la Universidad de Bucknell, Pensilvania, EE.UU.
«Cuando hice una investigación de seguimiento 10 años después, creo que solo una persona me dijo que la tenía».
Normas culturales
Existe la idea de que toda la humanidad es susceptible al mismo rango limitado de enfermedades mentales: todos nos sentimos ansiosos y deprimidos, por ejemplo, pero la forma en la que hablamos de estas cosas varía según la época y el lugar en el que vivas.
El hecho de que las enfermedades ligadas a la cultura se puedan crear y desvanecer en una sola comunidad y con tanta rapidez, es una pista importante. Sugiere queno están implicados factores genéticos, ya que el cambio tomaría cientos o miles de años.
El autor e historiador médico Edward Shorter dice que cada sociedad tiene su propio «repertorio de síntomas», el conjunto de síntomas que trazamos inconscientemente cuando comenzamos a sentirnos mal.
Por ejemplo, una mujer victoriana afligida diría que siente que se desmaya, mientras que su equivalente moderna en Reino Unido se sentiría ansiosa o deprimida, y una mujer en China tendría dolor de estómago.
Todas ellas habrían tenido experiencias idénticas, tal vez todas se sintieron débiles, nerviosas o sufrieron dolores físicos, pero los síntomas a los que prestaron más atención fueron diferentes, dependiendo de lo que se considera normal en su sociedad.
En Gran Bretaña, la «histeria» era una enfermedad que se creía que afectaba a las mujeres y causaba desmayos, arrebatos emocionales y nerviosismo. Hoy, el mismo fenómeno mental se tiene otros diagnósticos, como la depresión.
Eso encaja con otro concepto cada vez más popular, «las expresiones de angustia», que sugiere que cada cultura tiene ciertas formas aceptables y establecidas de expresar angustia emocional en un momento dado.
Pero entonces, ¿son las enfermedades relacionadas con la cultura solo resultado de diferencias en cómo las etiquetamos?
Otra posibilidad es que la sociedad en la que vivimos realmente pueda cambiar cómo nos enfermamos.
Dolor físico y dolor psicológico
Hay una división global invisible en cómo experimentamos angustia.
En Estados Unidos y Europa – al menos en el siglo XXI – tiende a ocurrir en la mente, con síntomas como tristeza, enojo o ansiedad.
En cambio, en muchas otras partes del mundo, en países tan diversos como China, Etiopía o Chile, se manifiesta físicamente.
El Manual diagnóstico y estadístico de enfermedades mentales describe en su versión actualizada un ataque de pánico como «una repentina oleada de miedo o incomodidad intensos».
Sin embargo, en los refugiados camboyanos, los síntomas tienden a centrarse en el cuello.
Muchas enfermedades mentales no occidentales, como el koro o el hwa-byung,se ajustan a este patrón de percepción de los síntomas físicos.
Por el contrario, las enfermedades mentales que implican la percepción del dolor son raras en el mundo occidental y se debaten acaloradamente.
Algunos científicos creen que el síndrome de fatiga crónica y la fibromialgia encajan en esta categoría, aunque hay controversia al respecto.
De hecho, se sabe desde hace años que nuestras creencias pueden tener un efecto poderoso en cómo nos sentimos, incluso en nuestra biología.
Un ejemplo es la «muerte por vudú», en la que el miedo provoca un fallecimiento repentino.
En un famoso caso documentado por un antiguo explorador en Nueva Zelanda, una mujer maorí comió accidentalmente una fruta que se consideraba tabú. Dijo que el espíritu jefe la mataría por el acto sacrílego y murió al día siguiente.
No está claro si alguien puede provocar su propia muerte por el miedo, pero existen evidencias sólidas de que nuestros pensamientos y sentimientos pueden tener un impacto físico tangible, como cuando un paciente espera que un medicamento tenga efectos secundarios, y efectivamente los tiene (el efecto nocebo).
«Sin duda, diría que hay casos en los que el significado que se atribuye a las experiencias cambia biológicamente esa experiencia» dice Bonnie Kaiser, experta en antropología psicológica de la Universidad de California en San Diego, en Estados Unidos.
Cita como ejemplo la enfermedad kyol goeu, que significa literalmente «sobredosis de viento», un enigmático desmayo que prevalece entre refugiados jemeres en Estados Unidos (el 36%, según un estudio en una clínica psiquiátrica).
Y es que en Camboya se cree comúnmente que el cuerpo está plagado de canales que contienen una sustancia parecida al viento, y si estos se bloquean, la sobredosis hará que la víctima pierda permanentemente una extremidad o muera.
El significado que se atribuye a la sensación de mareo lo cambia todo.
«La experiencia real en el cuerpo se vuelve muy diferente», dice Kaiser. «En mi opinión, no es algo que tenga nombres diferentes; esta enfermedad simplemente no existe en algunos lugares. La propia biología de esa experiencia se ve afectada por la cultura».
Ella cree que eso se aplica a muchas enfermedades mentales y que hay una diferencia en cómo la gente interpreta las mismas experiencias a nivel físico, y también un circuito de retroalimentación que hace que sus ideas culturales expliquen cómo se manifiestan.
Formas de vida
Sería ingenuo pensar que las enfermedades mentales que padecemos ahora son independientes de nuestra forma de vida.
«Creo que hay una tremenda arrogancia en la forma en que universalizamos estas enfermedades mentales y no las vemos como social e históricamente específicas«, dice Aho, señalando que el trastorno por déficit de atención (TDA) no se agregó al DSM hasta 1980.
«Está claro que los niños tienen más dificultades para prestar atención ahora porque son bombardeados con estímulos sensoriales, y su existencia está dominada en gran medida por las pantallas».
«No es que acabemos de descubrir una enfermedad; la tecnología está dando forma a la vida mental, emocional y conductual y de los niños».
A algunos expertos les preocupa que las enfermedades específicas en ciertas culturas no sean reconocidas por los profesionales de la salud mental.
«En Asia Oriental, el vocabulario y el lenguaje que se usa para expresar la angustia y sus síntomas es muy diferente [al de otras culturas]», dice Sumin Na, psicóloga de la Universidad McGill, en Canadá. Esto significa que cuando esas personas migran a lugares como América del Norte, a menudo no está claro cuándo necesitan ayuda.
Na dice que es importante comprender la historia de los pacientes: las normas culturales de donde provienen y la pérdida de poder y privilegios que podrían haber experimentado cuando se mudaron, que a menudo se pueden traducir en problemas de salud mental.
«Creo que también tenemos que intentar dejar de lado lo que creemos que es lo ‘correcto’ en salud mental y cómo etiquetamos mentalmente la enfermedad», dice ella.
Del mismo modo, no sería razonable esperar que los mismos tratamientos funcionen para todos.
Na sugiere que, si bien los medicamentos son útiles para muchas personas, aquellos con ciertas creencias culturales podrían sentirse más cómodos con la psicoterapia.
Puede que estemos a punto de perder la diversidad de experiencias emocionales y psicológicas, «homogeneizando la forma en la que el mundo se vuelve loco», escribe el periodista Ethan Watters, autor de libros y ensayos sobre la «americanización de la enfermedad mental».
En el proceso, no solo corremos el riesgo de perder los diagnósticos y renunciar a los tratamientos más apropiados, sino también la oportunidad de comprender cómo se desarrolla la enfermedad mental.