Las personas optimistas tienden a vivir más y mejor

Hay rasgos comunes que comparten los optimistas que pueden ayudar a mejorar la perspectiva de cualquier persona.

Imaginá que estás en la escuela secundaria, con las luces fluorescentes encendidas, las sillas de plástico duro, el aula atestada de hormonas y ansiedad, y acabás de aprobar un examen. ¿Pensás: «Supongo que hoy tuve suerte»? ¿O tu monólogo interior te dice: «¡Qué bueno que soy!»?

Ahora imaginá que reprobaste el examen. ¿Te susurra su voz interior: «Obvio, qué desastre que sos»? O te dice: «Uf, es sólo que no estudiaste lo suficiente«.

¿Y cuál de estas respuestas podrían definirte como optimista?

Podrías pensar, por ejemplo, que la primera respuesta -atribuir a la suerte un buen resultado- es una señal de optimismo, ya que sugiere que vendrán buenos tiempos. (¡Después de todo tenés suerte!) Pero la creencia de que un buen resultado se debe a elementos que escapan a tu control indica en realidad una actitud pesimista.

Y aunque la respuesta autocrítica al mal resultado (no estudiaste lo suficiente) pueda parecer deprimente, en realidad es producto del pensamiento positivo, ya que indica que creés que, si adoptás otro enfoque en futuros exámenes, podés esperar un resultado mejor.

La mejor forma de entender el optimismo, según la ciencia

Cuando hablamos de optimismo, a menudo es fácil simplificarlo y decir que se trata de una actitud positiva. Imaginamos que los optimistas se la pasan mirando el lado bueno de la vida con lentes color rosa, bebiendo a grandes sorbos vasos medio llenos de buen humor.

Pero la ciencia muestra que la mejor forma de entender el optimismo no es como una actitud inmutable, sino como un patrón de respuestas que, en conjunto, dictan cómo vemos nuestras perspectivas. Ser optimista es más complicado que pensar alegremente: «Todo saldrá bien».

Es que el optimismo y el pesimismo tienen que ver con las historias que nos contamos tras nuestros éxitos y nuestros fracasos.

Así que preguntate lo siguiente: ¿Qué tipo de historias te contaste en los últimos años? Porque resulta que esas historias importan. Y los psicólogos han ideado preguntas que pueden ayudarnos a entender por qué.

El desafío del optimismo

En 2023, el optimismo puede parecer un reto. La pandemia lleva ya tres años y el futuro climático del planeta parece estar cada vez más en crisis, por mencionar sólo dos preocupaciones de gran envergadura. Si alguna vez hubo un momento para ser pesimista sobre el optimismo, podría ser este.

En efecto, una encuesta Gallup de 2022 reveló que el número de estadounidenses que creen que la próxima generación disfrutará de un nivel de vida más alto que el de sus padres cayó un 18% desde 2019. Ese cambio drástico es comprensible. Pero no tiene por qué ser permanente.

Cuando el doctor Martin Seligman era un joven al borde de la edad adulta, en los albores de la década de 1960, era un pesimista convencido. «Jugaba con la idea de escribir sobre la muerte y vestía de negro la mayor parte del tiempo», escribió Seligman en su autobiografía, El circuito de la esperanza. «Era morbosamente introspectivo y durante el primer año llevé un diario manuscrito de pensamientos oscuros«.

Seligman tenía sus razones. Tras una serie de derrames cerebrales, su padre había quedado paralizado y estaba deprimido y nunca se recuperó ni física ni emocionalmente.

Becado en una academia militar privada en la que no encajaba muy bien con sus acaudalados compañeros de clase, a Seligman se le habían negado ascensos y premios, pese a ser el primero de la clase en el secundario… desprecios que, años más tarde, un ex profesor confirmó que eran manifestaciones de antisemitismo.

A los 18 años, Seligman debe haber parecido un personaje con pocas probabilidades de convertirse en el futuro fundador del campo conocido como psicología positiva. Pero encontró su lugar y personas afines en la Universidad de Princeton, escribe, y más tarde se dedicó a la investigación de posgrado en psicología en la Universidad de Pensilvania.

Seligman se distinguió por sus trabajos sobre el fenómeno de la impotencia aprendida: la idea, interiorizada en diversa medida, de que nada de lo que hacemos importa y, por tanto, no tiene sentido intentarlo. En otras palabras, lo contrario del optimismo.

Seligman y otros investigadores estudiaron este fenómeno mediante una serie de experimentos, como exponer a animales de laboratorio o a sujetos humanos a situaciones adversas, como una descarga leve o un ruido irritante.

A veces, los sujetos disponían de un mecanismo para hacer que el factor irritante cesara; en otros casos, no había forma de que el sujeto cambiara su situación. El objetivo era ver si se podía enseñar a las personas a buscar una solución o convencerlas de renunciar a intentarlo.

Pero Seligman descubrió que había un grupo que seguía intentando mejorar su situación mucho después de que los demás sujetos del estudio hubieran abandonado. Seligman quedó fascinado por esos sujetos, que resultaron ser más optimistas cuando se sometieron a prueba sus actitudes.

Y, por lo tanto, decidió estudiarlos.

Cómo funciona el optimismo

En los casi 40 años transcurridos desde entonces, él y sus colegas han estudiado a los optimistas que hay entre nosotros: qué nos hace ser optimistas, cómo es el optimismo y hasta qué punto se puede aprender a ser optimista.

A sus 80 años, sigue enseñando, estudiando y publicando trabajos sobre los beneficios del pensamiento optimista y avanzando en la comprensión de cómo funciona el optimismo.

¿Qué más sabemos sobre el optimismo? Las investigaciones indican que nuestro punto de partida, o modo por defecto, se hereda al menos en parte. En un estudio de un gran grupo de gemelos, Seligman y otros descubrieron que los gemelos idénticos -cuyo ADN coincide a la perfección- tenían más probabilidades que los mellizos de ser ambos optimistas.

Las pruebas también indican que el optimismo es básicamente igual en todas las categorías raciales y prácticamente igual en hombres y mujeres. Y, en general, es un rasgo bastante estable: las personas que son optimistas de jóvenes probablemente sigan siéndolo de grandes.

Pero, ¿de dónde viene la capacidad de ser optimista? La Dra. Elaine Fox, profesora de psicología de la Universidad de Adelaida, ha estudiado la neurociencia del optimismo y el pesimismo. Enmarca estas dos actitudes como manifestaciones de nuestros dos impulsos más básicos: buscar la recompensa y evitar el peligro.

Hay dos estructuras cerebrales primarias implicadas en esos impulsos, explica: la amígdala, asociada a reacciones emocionales como el miedo y la incertidumbre, y el núcleo accumbens, que forma parte de nuestro sistema de placer.

Ambas son estructuras antiguas que tenemos en común con muchos otros animales. Pero, en los seres humanos, ambas estructuras están en constante conversación con la corteza prefrontal, que atenúa o razona con las otras zonas del cerebro.

La analogía habitual es la de un acelerador y un freno. En una persona muy ansiosa, la amígdala puede estar más activa como acelerador, mientras que la corteza prefrontal es menos propensa a pisar el freno. En una persona optimista, el núcleo accumbens podría estar más activo, dijo Fox, mientras que «los controles sobre éste también están levemente menos activos».

Los sistemas del placer del cerebro no sólo tienen que ver con las sensaciones de disfrute o satisfacción, explicó. También dirigen nuestros deseos e impulsos.

Fox planteó que gran parte del éxito atribuido a tener una visión optimista se debe en realidad a la persistencia y la adaptabilidad. «No se trata de una especie de jugo mágico», dijo sobre el optimismo, sino de que las personas con tendencia optimista son más propensas a persistir en tratar de lograr sus objetivos.

O, como dice Seligman: «Los optimistas se esfuerzan más». Y eso ayuda de muchas maneras evolutivamente beneficiosas, incluso «en el sexo y la supervivencia».

Más allá de las luchas evolutivas más básicas, sabemos que, en general, el optimismo es bueno para nosotros. Los optimistas tienden a vivir más, a tener más éxito profesional y a ser menos propensos a sufrir depresión y otras enfermedades.

Según las investigaciones de Seligman, cuando se producen crisis, el optimismo puede incluso ofrecer cierta protección ante la aparición del trastorno de estrés postraumático (TEPT).

«El primer día que una persona se alista en el ejército de los Estados Unidos, hace un test de cien preguntas que fue diseñado por nosotros», explicó Seligman.

«El test pregunta sobre el optimismo, el pesimismo y los pensamientos catastróficos«, una forma extrema de pesimismo que implica una angustia irracional por el peor resultado posible; por ejemplo, si nuestro cónyuge no nos envía un mensaje de texto al salir del trabajo, nos invaden visiones de un accidente de tránsito o un entierro.

El equipo de Seligman hizo un seguimiento de una cohorte de casi 80.000 soldados estadounidenses que ingresaron al ejército, completaron el test y luego fueron destinados a Irak o Afganistán para servicio activo entre 2009 y 2013. (Los resultados del estudio se publicaron en un artículo de 2019 en la revista Clinical Psychological Science.)

«El 5% de la fuerza recibe un diagnóstico de TEPT», dijo Seligman, «y preguntamos, ¿es algo que podría predecirse? Y la respuesta fue decididamente sí«. Seligman identificó dos factores de riesgo de TEPT. Uno es el combate extremo y el otro, dijo, «es estar en el peor cuartil de los pesimistas».

Siendo iguales los demás factores, los soldados con más tendencia al pensamiento catastrófico tenían un 29% más de probabilidades que el soldado promedio de sufrir TEPT, mientras que los soldados que tenían menos pensamientos catastróficos eran un 25% menos propensos a sufrirlo.

Cuando se combinaba el pensamiento catastrófico con el combate de alta intensidad, los resultados eran… catastróficos: esos soldados tenían un 274% más de probabilidades de sufrir TEPT que los que carecían de ambos factores de riesgo.

El optimismo, bueno para el corazón

El optimismo no sólo incide en nuestra salud mental. Seligman y otros han llevado a cabo estudios de largo plazo en los que se realiza un seguimiento de optimistas y pesimistas a lo largo de los años, controlando aspectos como las enfermedades cardiovasculares.

«Se ha calculado que estar en el cuartil inferior de los pesimistas equivale aproximadamente a fumar dos o tres paquetes de cigarrillos por día en lo que respecta a la muerte cardiovascular», dijo Seligman.

En cuanto a la mortalidad por todas las causas, informó que «las personas optimistas viven en promedio entre seis y ocho años más que las pesimistas.»

¿Puede ser bueno el pesimismo?

«Está claro que tiene utilidad por el hecho de que abunda», explicó. Pero sólo encontró una profesión de las que analizó (no ha estudiado el periodismo; le pregunté) en la que parece ser una clara ventaja.

«Los abogados le dicen prudencia«, señaló. «Pero básicamente es tratar de proteger al cliente de todas las cosas horribles e improbables que podrían ocurrir».

En un estudio de una cohorte de la Facultad de Derecho de la Universidad de Virginia, los pesimistas tenían más probabilidades de aparecer en la revista jurídica y, en última instancia, más probabilidades de encontrar mejores puestos de trabajo. Pero, según Seligman, los abogados también tienen tasas de divorcio, depresión y suicidio superiores a la media.

Ver siempre el peor escenario posible, explicó, puede ser una ventaja en determinadas circunstancias, pero también puede tener un costo.

¿Se puede «entrenar» el optimismo?

En lo personal, últimamente estoy más pesimista. La descripción que Seligman hace de lo que nos decimos cuando tenemos pensamientos catastróficos – «cuando me pasan cosas malas, todo se viene abajo»- me resultaba incómodamente familiar.

Así que me resultó útil hablar con Seligman y Fox y reconocer esos patrones en mis pensamientos: verme generalizando a partir de los acontecimientos negativos de mi mundo e ignorando o lanzando advertencias a los aspectos positivos de mi vida. Reconocí que esos patrones de pensamiento son tangibles y específicos. Así que parece algo que puedo solucionar.

Seligman confirmó esa corazonada. Con cierto esfuerzo, podemos modificar nuestro equilibrio de pensamientos optimistas y pesimistas.

«Es ahora una conclusión sólida y probada que se puede enseñar a las personas, por ejemplo, a rebatir sus pensamientos más catastróficos con evidencias razonables y convertir el pesimismo en optimismo», aseguró.

Varios metanálisis recientes, en los que se analizaron datos de decenas de estudios con decenas de miles de sujetos, han revisado las investigaciones sobre técnicas de asesoramiento conocidas como intervenciones de psicología positiva, programas que nos ayudan a replantear las historias que nos contamos.

Estos metanálisis concluyeron que las intervenciones eran sistemáticamente beneficiosas.

«Así que hay una tecnología», dijo Seligman, «y funciona».

Tanto si tendemos al optimismo como al pesimismo, tenemos cierto control sobre nuestra perspectiva. Y eso es algo para ser optimistas.

Fuente: https://www.clarin.com/buena-vida/personas-optimistas-tienden-vivir-mejor-puede-aprender-serlo-_0_V26KNAG57V.html