Miguel Abuelo: el último compadrito del rock nacional
Los Abuelos de la Nada estaban haciendo promoción del álbum Himno de mi corazón en una disquería de la avenida Santa Fe. No más de 20 personas. Entre la gente, un pibito pedía plata. “¿Tenés una monedita?”. Ahí nos enteramos de la existencia de Gato Azul Peralta, el hijo de Miguel Abuelo.
El cantante iba detrás suyo dispuesto a darle un coscorrón. La escena, con el nene esquivándolo como en una peli de Chaplin, terminó en un alegre paso de comedia.
Después llegaron los autógrafos. “De un Abuelo, Miguel Abuelo”, firmó el poeta fértil que, según escribió Andrés Calamaro, llegó con dos canciones que volvió a escribir otra vez.
Miguel Abuelo y su hijo Gato Azul Peralta, quien ahora le pone voz a la nueva encarnación de Los Abuelos de la Nada. /Photo: Buen Dia Films/dpa/Handout
Otra: según recuerdan los que saben, aunque la memoria sea como un mal amigo que te falla cuando más la necesitás, la pelea se inició, circa 1987, bien entrada la noche tras una presentación de Los Abuelos en un boliche de Junín. Al parecer, alguien de la troupe, no se sabe si músicos o técnicos, se trenzaron en una batahola infernal.
Miguel seguía la cosa mientras se clavaba otro trago, hasta que, según nos cuentan los que saben, “el instinto de pibe de la calle pudo más que su discurso de hippie pacifista”, y el frontman brincó como el saltimbanqui que era y empezó a repartir un híbrido de piñas y patadas. En medio de la trifulca, perdió su famoso silbato en forma de cruz, ese talismán fotogénico que colgaba de su cuello en cada show.
Nacido en el hospital Tornú, de Villa Ortúzar el 21 de marzo de 1946, Miguel fraguó su insurrección en las calles de Munro y en los siete colegios de los que fue expulsado.
Cuando dio a luz, Virginia Peralta, madre soltera, tenía tuberculosis y malísimas condiciones económicas. Miguel creció hasta los cinco años en un hogar de Villa del Parque, hasta que fue adoptado por el dueño de un instituto, en Constitución. Dejó la escuela primaria en 5to grado.
Miguel Abuelo creció en un hogar y luego fue adoptado por el dueño de un instituto. /Foto Archivo
En el club Colegiales alguien descubrió que a Miguelito le gustaba el boxeo. Tenía 14 años cuando empezó a descargar energía contra la bolsa. «Ahí le enseñaron a pelear, en una veta que pocos conocen de su historia.
Fue así que participó de peleas oficiales, hasta que le hicieron ‘ver las estrellas sin telescopio’, como él decía, y empezó a rondar más los teatros de la calle Corrientes y a juntarse con gente como Lito Nebbia, Tanguito o Javier Martínez en lugares como La Cueva, que serían la cuna del rock nacional», contó Juan José Carmona, autor de El Paladín de la Libertad, la biografía de Miguel Abuelo.
Años más tarde, Charly García, que frecuentaba el entorno de la fotógrafa Andy Cherniavsky y su novio Andrés Calamaro, participaba de las reuniones de colegas uno poco más jóvenes que él. Charly era una estrella mientras el resto de sus compañeros de fiesta apenas si tenían nombre propio.
De esas juntadas surgió la idea. Se sabe que García produjo el primer y homónimo disco de Los Abuelos de la Nada. También que las discusiones entre Miguel y Charly eran moneda corriente, lo que provocaba situaciones incómodas para los demás integrantes de la banda.
En el primer disco, los Abuelos lograron un impacto tan grande que fueron directo y sin escalas al teatro Coliseo. Fines de 1982.
Los Abuelos de la Nada irrumpieron en la escena y decretaron el principio del fin del rock testimonial.
Su primer éxito, sin embargo, no era de Abuelo sino del joven de pelo corto y corbata: Sin Gamulán había sido compuesto por el casi adolescente Andrés Calamaro. La rotación que tuvo el corte en las radios fue objetivamente envidiable. Ese tema, y ningún otro, marco el principio del fin para el rock testimonial.
Una piña guardada desde hacía mucho
El día que Miguel Abuelo le pegó la piña a Charly García, la fotógrafa Andy Cherniavsky estaba ahí. Es la “buena piña” que, sin entrar en detalles, canta Calamaro. Ella estaba allí como amiga de Charly y novia de Andrés. Esa noche, su presencia en la discoteca Sobremonte, en Mar del Plata, no tenía nada que ver con su trabajo como fotógrafa del rock.
Fue así nomás. Miguel lo puso de una y los anteojos de Charly quedaron hecho añicos en el piso. Una derecha potente. Entre paréntesis, nadie escribió una sola palabra sobre la falta de códigos de Miguel, pegándole a un hombre que usaba lentes.
“Sin decir ni mu, fue. Le dio una piña a Charly con tanta puntería que le pulverizó los anteojos”, escribió Andy en Acceso directo, memorias de una fotógrafa del rock argentino en los años 80. “Fue un escándalo enorme porque nosotros, en ese momento, no podíamos entender el por qué”. Con el tiempo sí: “Esa piña se la tenía guardada hacía mucho”.
El cantante fue, además de un renovador de la escena, un ícono de la libertad estética.
¿Qué había pasado, Andy?
“Adentro de Los Abuelos había muchos conflictos en ese momento. Por ejemplo, conflictos por celos a todos los éxitos de Andrés, que era un pendejito que se venía con todo. Al margen, tanto para Andrés como para Cachorro López o Melingo, laburar con Charly era lo soñado profesionalmente y era una manera, mucho más que Los Abuelos de la Nada, de potenciarse para salir a jugar a las grandes ligas», contó la fotógrafa.
Y agregó: «En esa época, Charly y Los Abuelos se divertían juntos. Eramos del mismo grupo de amigos. Andábamos siempre juntos y viajábamos, hacíamos fiestas… Pero Charly no era ningún boludo y quiso cooptar a esos músicos. Se llevó lo mejor. Donde ponía el ojo, ponía la bala. Miguel era muy perceptivo. Sabía lo que estaba pasando. Sentía que Charly le estaba afanando un pedazo de su banda, de su propio proyecto, y como no se guardaba nada y era muy combativo por naturaleza, con ayuda de algunas sustancias le pegó esa piña y explotó todo”.
En un céntrico recital masivo de Los Abuelos, Calamaro, que estaba tocando su teclado con los labios pintados de negro y el pelo corto, parado sobre una plataforma, escalones arriba y previsiblemente entusiasmado por el rebote de uno de sus hits, bajó los peldaños a la carrera y se mandó el frente pidiendo palmas y quedando, geográficamente, a la altura del micrófono de Miguel.
A torta o caca, El Abuelo lo abordó de alguna manera, y de alguna manera gesticuló. Calamaro entendió el mensaje. Giró sobre su propio eje y regresó a su puesto de trabajo.
Después de todo, “Miguel/Yo también soy Abuelo gracias a él”, escribió Andrés en un emotivo agradecimiento que puede escucharse en Honestidad Brutal.
Fuente: https://www.clarin.com/espectaculos/musica/33-anos-muerte-miguel-abuelo-ultimo-compadrito-rock-nacional_0_0K-_eh4nE.html