El apodo que nació en la primaria, el actor al que imitaba mejor que el original y la canción irresistible que tuvo “mil” versiones

Sus personajes fueron tan populares que las frases que ellos decían se tornaban de uso cotidiano, como los estribillos de sus canciones; entretuvo a varias generaciones a ambos lados del Atlántico y dejó una impronta irrepetible

PARA LA NACIONGuillermo Courau

No es exagerado decir que en Pepe Iglesias convivían muchas personas, voces, ideas, que afloraban cada vez que el guion lo necesitaba. Y cuando no era delante de un micrófono o de una cámara, todas esas personalidades se atrincheraban en algún rincón del corazón, esperando que la imaginación reinventara lo que fuera necesario para activarse nuevamente.

La mente de José “Pepe” Ángel Iglesias Sánchez, “El Zorro”, nunca descansaba. Con una velocidad, para los tiempos actuales inconcebible, el actor hilaba historias, chistes, ideas, los multiplicaba por su enorme galería de personajes y los vestía con ese don único para la imitación y la caracterización vocal. Y ya que surgió el tema del apodo (en nada emparentado con el superhéroe de capa y espada, como podía creer algún chico de la época), no siempre se especificó su origen tan bien como en esta declaración del propio artista en una entrevista de 1988: “Se lo debo a mi maestro de quinto grado, en la primaria. Siempre levantaba la mano para pedir pasar, en cualquier materia. Muchas veces no sabía nada, pero como tenía una gran facilidad de palabra, inventaba. Entonces, un día que me pasé de vueltas, el maestro me tocó la cabeza y me dijo: ‘Andá a sentarte, no sabés un pito, pero te salvás porque sos un zorro’”. El comentario repercutió en los compañeros primero, después en el resto de la escuela y finalmente en la barra de amigos. Y a Pepe le gustó ese impensado reguero de popularidad. Y claro, cómo no se iba a dedicar al mundo del espectáculo.

Sus amigos, sus vecinos, su entorno en general, fueron el caldo de cultivo de la galería de personajes que Pepe Iglesias desarrolló desde el principio. Polonio, Porotita, Caruso, “no me digas lo más mínimo que te digo lo más máximo”, “verdes son las copas de los árboles”, “el chocolate estaba muy caliente, de tan caliente la lengua me quemé”. Todo y todos estaban ahí, en la esquina natal de Sarmiento y Callao, en las canciones que le cantaba su madre española, o en las voces que ella le imitaba, matizando las tardes y cubriendo la ausencia de un padre: “A mi padre no lo llegué a conocer, murió cuando yo era un niñito recién nacido. No me quedó nada de él, no tuve la dicha de besar a un padre, de jugar con él”.

A mediados de 1936, a Pepe se le abrieron por primera vez las puertas de la radio, de El Mundo más específicamente. Las imitaciones con las que divertía a sus amigos se convirtieron en su sustento económico. Caracterizaciones hubo muchas, pero la que lo catapultó a la fama inmediata fue la de Pepe Arias, cualidad que sorprendía incluso al mismo aludido: “Vivía acá en la esquina. Salíamos de la casa, y me decía en la calle: ‘A ver, ¿cómo hablo yo? Yo hacía su imitación, esperaba la reacción de la gente y me decía: ‘Será posible que todo el mundo me dice que hablás mejor que yo’”. Y ni hablar de su silbido en forma de tonadas musicales, tan característico como infaltable en sus presentaciones. Créase o no, su interpretación del tema “Delicado”, del brasileño Waldyr Azevedo fue tan reconocida que promovió que el artista carioca fuera invitado a la Argentina para presentar su material.

Pero en la radio se perdía un gran valor de Pepe Iglesias, que era su histrionismo, esas muecas que reforzaban su impronta vocal. Un impedimento que, gracias a la popularidad en ascenso, el cine se encargó de subsanar.

Con Elina Colomer en Llegó la niña Ramona (Catrano Catrani, 1945)
Con Elina Colomer en Llegó la niña Ramona (Catrano Catrani, 1945)

El rey de los vivos

En comparación con otras figuras de la época, no fueron tantas las películas protagonizadas por Pepe Iglesias, pero parecen un montón. En parte por la continuidad casi ininterrumpida -llegó a estrenar tres películas en un año-, como también por la presencia que tenía en escena. Cada lanzamiento era un acontecimiento, que acompañaban miles de admiradores, chicos, medianos y grandes. El Zorro era un artista apto para todo público.

Entre los títulos pertenecientes a su época de oro figura bien alto Avivato (1949), dirigida por Enrique Cahen Salaberry, y cuya inconfundible referencia era al personaje de historieta homónimo creado por Lino Palacio.

Sin embargo, y a pesar de que muchos en aquel entonces cayeron en la trampa, el tiempo develó que el origen de la ficción era otro, tratándose de una exitosa estrategia de marketing, de cuando ni siquiera este se llamaba así. En realidad, el guion de la película se basaba en una obra de teatro francesa, Le roi des resquilleurs (que también tuvo versión cinematográfica, conocida entre nosotros como El rey de los garroneros). El guionista Ariel Cortazzo -el mismo de Don Fulgencio, de Orquesta de señoritas o de Esposa último modelo– se había abocado a darle una impronta local, y aunque el trabajo fue impecable, a la hora del estreno surgió la idea de la impensada vuelta de tuerca. Sucede que los distribuidores no estaban demasiado convencidos del éxito del film, así que el productor no tuvo mejor idea que reforzar lo ya hecho cambiando el título por uno que aportara otra dosis de éxito por carácter transitivo. Se lo llamó al dibujante, este vio la película, dio el visto bueno: “Es exactamente mi personaje”, y cedió el nombre.

Avivato fue una cosa de locura. Batió todo tipo de récords, fue una de las películas más vistas de la historia del cine argentino hasta ese momento”, contaba su protagonista, sumando que estuvo en cartel durante 37 semanas consecutivas.

Ella, él, la rosa, el clavel

En 1952, el artista fue a España para filmar Che, qué loco y, con alguna intermitencia, se quedó durante veinticinco años: “Fue una película muy larga”, se reía. El Zorro trasladó su galería de personajes, sus canciones y su sentido del humor a un público que muy pronto lo adoptó como hijo pródigo. De yapa, la popularidad que logra con la canción “Eso es el amor”, hace que el tema pase a ser interpretado por muchos grandes artistas de entonces, transformándolo en su composición más famosa. Un rápido repaso muestra que desde la italiana Mina hasta Franck Pourcel o The Manhattan Transfer, fueron muchos los artistas que le aportaron su estilo a aquello de “Tú, yo, la luna, el sol. Ella, él, la rosa, el clavel”. Distinto destino tuvo en nuestro país otro éxito de Pepe Iglesias, “Salí al balcón”, asociado con la marcha en defensa de la universidad pública que en 1958 tomó las calles de la ciudad. Las columnas le cantaban a los gritos al presidente Arturo Frondizi: “Salí al balcón, salí al balcón, mi querida mariposa”.

Volviendo a España, crónicas de entonces consignan que el programa radial de El Zorro en territorio ibérico era tan popular, que los días en los que se emitía los negocios cerraban más temprano para que los empleados y clientes pudieran escucharlo.

Luego de un primer paso por la radio, comenzó a alternar entre la televisión argentina y la española. En nuestro país se lo pudo ver en 1960 por Canal 9 y, promediando la década, al frente de Zorrerías, por el 11. De sus aventuras fronteras afuera se cuentan una lista interminable de presentaciones. Actuó en la RAI, en la televisión francesa, en la de Portugal, en Perú, en Chile. No había público que no cayera rendido a sus pies.

Y las anécdotas, claro, sucedían tanto arriba como abajo del escenario. Ante Enrique Sdrech repetía una que contaba poco, pero que le encantaba: “Se divide en dos actos: uno cuando yo era un pibe y trabajaba en un negocio dedicado a la venta de artículos para odontología, y el otro en Nueva York, en el año 1950. En 1933 yo era cadete. Un día entré en la vidriera y actué como si fuera un escenario. El dueño, un norteamericano de apellido Dump, me despidió. Veinte años después, trabajando en un exitoso show en Nueva York, entró a mi camerino un señor y me dijo: ‘¿Vio qué bien hice en despedirlo?’. Era míster Dump”.

Con algunos parates durante los años setenta, el éxito del actor, convertido ya en capocómico, llegó hasta los 80, cuando cada semana se lo podía ver como conductor y actor de sus Peperrisas. La fórmula era siempre la misma, manteniéndose tan inalterable como irresistible, especialmente para una nueva generación infantil que nada sabía de él.

Fue uno de sus últimos trabajos en televisión. Más tarde llegó el olvido y su figura se redujo a entrevistas donde se le recordaban sus épocas de gloria.

El cuerpo de Pepe Iglesias no había perdido la chispa, pero sus ojos sí. Su mirada era dominada por la amargura de sentirse vital, pero anacrónico para el humor que se venía. La depresión, por verse obligado a parar una creatividad que no solía descansar, comenzó a ser cada vez más frecuente.

El 4 de marzo de 1991, el actor de 76 años se encontraba en Chile visitando a su hija, junto a su esposa. Un fuerte dolor en el pecho en medio de la noche, la descompensación y nada más por hacer. Pepe Iglesias murió en la ambulancia que lo trasladaba a una clínica a toda velocidad por las calles de Santiago.

“El humor limpio nunca está caduco. Cuando es sincero y brota desde el fondo del alma, porque querés comunicarte con los demás, no tiene edad”. A pesar de que hacía tiempo que no actuaba, el astro nunca había formalizado su retiro; no se lo habría podido permitir. “He tenido la suerte que Dios me dio este don, y yo he sabido darle el lugar, trabajando siempre de buena fe. Mucho, pero siempre de buena fe”.

Por Guillermo Courau