Retrato de los «niños tiranos»
Tres claves a tener en cuenta sobre los comportamientos tiránicos, caprichosos y agresivos de los chicos.
“Prefiero que tenga carácter a que le pasen por arriba de grande”, decía una madre en la puerta del jardín. “Sabe lo que quiere, y se impone”, agrega. Mientras otra piensa “tu hijo es un maleducado; si de chiquito es así, agarrate cuando llegue la adolescencia”. ¿Cuántas veces escuchamos frases así, llenas de prejuicios y desconocimiento? Pero lo cierto es los mapadres se preocupan ante niños con baja tolerancia a la frustración, que no aceptan un «no» cuando quieren algo, arrojan cosas por los aires y son verbal o físicamente agresivos con sus cuidadores. Llamados popularmente como “niños tiranos”, de qué se trata el “síndrome del niño emperador” y cómo abordarlo.
Melina Bronfman, especialista en desarrollo infantil, crianza respetuosa y fisiológica, musicoterapeuta y eutonista, explicaba en una nota a Clarín que “con esta etiqueta nos referimos a un niño que no se conforma con nada, que llora por todo, entonces los adultos -con tal de que no llore- empiezan a querer conseguirle cosas o a querer satisfacer sus demandas. El adulto, desde este punto de vista, aparece como una víctima de este pequeño(a). Son ciertamente chicos demandantes, pero si nos ponemos a profundizar, son niños que vienen arrastrando carencias afectivas importantes que tienen que ver con su regulación”.
Para Sandra Herzberg, especialista en crianza del ACADP (Asociación Argentina de Puericultura), “los llamados ‘niños emperadores’ en la voz popular, suelen ser poco empáticos, y la tiranía con la que se relacionan seguramente tiene que ver con normas y límites que no fueron internalizados ni aceptados en su momento”, decía en un artículo de Clarín.
En la misma línea, Claudia Guimaré, socióloga, asistente Montessori y fundadora del grupo de Facebook Mamá estimula, dice: “No existen niños tiranos, sino niños frustrados, que simplemente no entienden y no pueden aceptar que no siempre se puede conseguir lo que se quiere, cuando se quiere y como se quiere. La buena noticia, por ende, es que es algo posible modificar, pero requiere voluntad, constancia y coherencia por parte de los padres. No sólo porque esto afecta enormemente la dinámica familiar y genera incluso rechazo por parte de otros adultos cercanos hacia ellos, sino porque, además, los perjudica enormemente, al ser incapaces de autorregularse emocionalmente, generándoles dolor”.
Síndrome del niño emperador: qué hacer
Guimaré dice que “los niños pequeños son el reflejo de lo que ven y oyen, en definitiva, de lo que reciben. Si los padres rezongan en exceso, pierden los estribos rápidamente con los niños o entre ellos o con terceros, es esperable que los niños sean ‘gruñones’, malhumorados e irritables desde pequeños”. Así, enumera 3 claves para no perder de vista ante los llamados “niños tiranos”:
1. Poné límites sin dejar de ser empático.
Los niños son pura emoción, pero esto no es una frase hecha o sensiblera: hasta los 7 años, el cerebro de los niños se basa en las emociones y comienza paulatinamente a desarrollar el aspecto racional con el paso de los años. Por ende, que expresen sus frustraciones y su voluntad férrea con lo que, para nosotros, son excesos de emocionalidad es normal. El punto está en cómo reaccionamos ante ello y qué sucede a continuación.
Gritarle para que deje de gritar o dejarlo solo para que “aprenda” cómo convivir con otros no son estrategias ni lógicas ni positivas. En cambio, intentar empatizar con él y ayudarlo a identificar cómo se siente y cuál es el origen de dichos sentimientos es el puntapié inicial de una educación saludable en el manejo de emociones.
Al igual que nuestra templanza es fundamental para el desarrollo de su asertividad, también lo son los límites claros en casa y la coherencia y constancia con que se apliquen, sin excepciones; es decir, sin importar el momento, el lugar o quién de la familia los imponga porque, al igual que las rutinas, los límites brindan seguridad a los niños y permiten la anticipación por parte de ellos de lo que vendrá.
2. No lo etiquetes.
“No sé por qué es así”, “éste me salió rebelde”, “nada que ver con su hermano”… Frases y etiquetas como éstas nunca son buenas y no sólo nos alejan de nuestros hijos sino que pueden llegar a ser incluso la razón de que muchas conductas que nos desagradan de nuestros hijos, lejos de desaparecer, se terminen afianzando simplemente porque los niños creen lo que les decimos, y si les decimos que son inteligentes nos creerán, y si les decimos que son tercos, groseros, maleducados o atrevidos o peores que sus hermanos, también.
Para eso, conviene tener presente que -en todo caso- lo que está mal es la conducta, y no el niño/a, por lo que nuestro reclamo o rezongo debe calificar al hecho en sí, y no a él. No es “sos malo”, sino “eso que hiciste está mal” y a continuación, explicar el por qué. Y tampoco es “porque yo lo digo”, puesto que pretender que alguien no sea terco y darle esta explicación es un total contrasentido.
3. No te excedas: el autoritarismo y el exceso de límites son igual de malos que la ausencia de ellos.
Los niños con mucho carácter son muchas veces los grandes incomprendidos de la educación y suponen un enorme desafío para padres y educadores por su rebeldía, pero también porque aprenden de forma diferente. Necesitan experimentar más los límites de sus posibilidades, muchas veces son más intrépidos y curiosos, y nos alteran los nervios corriendo más riesgos. Pero también es cierto que en cierta medida, éstas son cualidades positivas que pueden pavimentar el camino hacia adolescentes más independientes o creativos.
En el otro extremo, los niños criados bajo un régimen extremadamente autoritario y estricto, pueden mostrar a veces conformidad excesiva con las normas (lo que se denomina a veces “niños normativos” que sienten mayor seguridad ante normas rígidas), pero a futuro pueden transformarse también en adolescentes obsecuentes o abúlicos que se pierden al salirse de su zona de confort.
Que tengan carácter es bueno, pero hay que saber encauzarlos. Como explica Álvaro Bilbao (neuropsicólogo español autor del libro El cerebro del niño explicado a los padres), “en su peor versión, los niños con mucho carácter acaban siendo adolescentes y adultos rebeldes con dificultades para seguir las normas y que crecen con un sentimiento de frustración y de sentirse incomprendidos; y en su mejor versión, acaban siendo adolescentes y adultos adaptados a las normas, pero muy autónomos y emprendedores, que crecen desarrollando sentimientos de pertenencia y unión a su familia y satisfacción por todo lo que son capaces de conseguir”.
Fuente: Clarín