¿Se puede enseñar a ser escritor?
Crece el debate: ¿Se puede enseñar a escribir?. La proliferación de carreras de Letras, escritura y hasta una Maestría sobre el tema, que se suman a los talleres literarios, vuelve a abrir el debate sobre si es posible enseñar a escribir.
La proliferación de los talleres de escritura fue acompañada en los últimos años de propuestas académicas como la maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref) o la licenciatura en Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes (UNA) que aportaron espacios de formación a la hora de elaborar proyectos literarios y sobre estas iniciativas, sus alcances e influencias responden María Negroni, Yamila Volnovich, Tali Goldman y Miguel Vitagliano.
¿Cómo toma forma un proceso de escritura? ¿De qué manera se pueden construir herramientas en el ámbito académico para acompañar esa tarea? ¿Cómo se organiza esa oferta en la Argentina? ¿En qué se diferencia la escritura creativa de artes de la escritura?
«La creación se lleva mal con las definiciones. Se escribe siempre a ciegas, a contrapelo de lo que se cree saber. Es una preparación difícil la que se necesita para escribir. Te diría que lo más importante de todo es desaprender muchas cosas, entrar en contacto con eso inasible que el lenguaje nos sustrae. A eso le llamo afinar una conciencia del lenguaje mismo, que es nuestro instrumento como escritores. Hay que empezar por ahí», explica Negroni, directora de la maestría en Escritura Creativa de la Untref, en diálogo con Télam.
Sobre cómo fue el diseño del programa, la escritora, poeta y traductora explica que propuso la idea de crear un posgrado en Escritura Creativa al rector de esa casa de altos estudios, Aníbal Jozami, en 2012, cuando regresó a Buenos Aires después de vivir más de 20 años en Nueva York.
«Allá yo daba clases en el Masters de Creative Writing de la Universidad de Nueva York, un programa que había creado Sylvia Molloy y pensaba que algo similar faltaba en la Argentina y podría funcionar. Al rector le entusiasmó la idea y me puse a diseñar y armar la Maestría», resume sobre una propuesta que hoy cuenta con 200 inscriptos por año y solo entran 30 postulantes, lo que considera «bastante competitivo».
Entre quienes egresaron y realizaron una tesis que fue un libro posterior están Inés Ulanovsky, quien trabajó en ese espacio lo que luego sería «Las fotos», una obra que hace foco en la potencia de las imágenes fotográficas para contar biografías, unir integrantes de una familia o recuperar un dato determinante del pasado, y Tali Goldman que fue construyendo en la maestría los cuentos de su primera ficción: «Larga distancia».
Licenciada en Ciencia Política y periodista hace más de una década, Goldman cuenta que se anotó en 2016 cuando se quedó sin trabajo y buscaba reconectar con el estudio, una actividad que imponía horarios de cursada que se chocaban con los de las redacciones.
«Esos dos años me cambiaron la vida y después no me quería ir. La maestría me abrió un mundo que no era desconocido pero no era cotidiano, había hecho un taller de escritura con Guillermo Saccomanno pero después siempre trabajé en secciones de política, empecé a escribir más crónicas en Anfibia y Gatopardo pero nunca ficción», explica.
La maestría se convirtió en su puerta de entrada a la ficción y «generó lecturas compartidas». Sin embargo, lo que más destaca Goldman es que más que ayudarla a escribir, la ayudó a leer: «Leo de otra manera desde que la cursé».
Pensada como carrera de grado y al mismo tiempo que se creó por Ley la Universidad Nacional de las Artes, en 2014, la licenciatura en Artes de la Escritura fue un proyecto impulsado por la rectora, Sandra Torlucci, y la secretaria Académica de esa casa de altos estudios, Yamila Volnovich, quienes convocaron en 2015 a un equipo coordinado por Roque Larraquy para diseñar un plan de estudios que privilegiara la formación práctica a través de talleres de narrativa, poesía, guion, dramaturgia, ensayo y crónica sin relegar la formación en historia, estética, teoría literaria, semiótica, gramática y sintaxis.
«Pero a diferencia de la mayoría de las carreras universitarias de letras donde se disocia el saber académico del artístico, ésta se propone cuestionar la dicotomía entre formación práctica y formación teórica y poner en juego un pensamiento del arte en el que la experiencia creativa del taller y los diferentes campos del conocimiento académico se retroalimenten continuamente», destaca Volnovich.
La inscripción se abrió en febrero del 2016 y los números, 1700 inscriptos, superaron todos los pronósticos. «En la siguiente etapa, la puesta en funcionamiento de la carrera fue central el rol de Tamara Kamenszain, quien con Roque convocaron a los docentes teniendo en cuenta no solo los antecedentes académicos sino fundamentalmente los antecedentes artísticos. La conformación de un sólido cuerpo de profesores fue y es un pilar», repasa.
Una pregunta que instalan estas propuestas académicas es si es posible enseñar a escribir. Miguel Vitagliano, escritor y profesor de Teoría Literaria en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), dice que «lo fundamental de la pregunta está en lo que da por sentado: el escribir. ¿A qué tipo de escritura se refiere? Si nos referimos al aprendizaje de técnicas para escribir un guión no hay dudas de que esos procedimientos se pueden enseñar. Lo que no implica que después se pueda escribir el guion, digamos, de ‘Citizen Kane’, pero sin duda esas herramientas serán suficientes para realizar el guion de una serie, de programas televisivos y de documentales efectivos».
Y agrega: «Algo similar podríamos decir con la escritura de una narración o de un poema. Pero, ¿ese texto escrito sería literatura? Considero que es diferente el caso del periodismo, y hasta el del periodismo narrativo, por el peso de la materia con que trabajan. Lo que digo de ningún modo es una objeción a las carreras de ‘escritura creativa’. Ofrecen el estudio de técnicas, fomentan la disciplina en el trabajo, e invitan a la reflexión. Indudablemente eso es positivo para quienes se interesen en escribir, pero no garantiza que ese escribir sea literatura».
Al mismo tiempo, el autor de «Enterrados» y «Cuarteto para autos viejos» se pregunta si algún lugar podría hacerlo: «Nadie se recibe de poeta, y sospecho que cuando alguien se recibe de poeta pierde al instante todas las posibilidades de serlo; en la historia de la literatura encontramos variados ejemplos. ¿Qué debería hacer entonces quien tiene la voluntad de escribir con la aspiración de que otros lean sus textos en la literatura? No lo sé, aunque tiendo a pensar que difícilmente haya otro camino que no sea el de leer y escribir con persistencia, y releer a la manera del músico cuando estudia una partitura».
El crítico y ensayista subraya que ese recorrido que hace un escritor nunca lo encontró mejor descrito que en Truman Capote y lo cita: «Al principio escribir fue muy divertido. Dejó de serlo cuando averigüé la diferencia entre escribir bien y mal; y luego hice otro descubrimiento más alarmante: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero; es sutil, pero brutal. ¡Y, después de aquello, cayó el látigo!». «Cada uno podría reconocer en ese recorrido qué es lo que busca y hasta dónde está dispuesto a continuar», reflexiona.
Volnovich reconoce que hay diferencias entre los planteos de la carrera de Artes de la Escritura y otras propuestas académicas, ya que considera que «existen carreras de letras en casi todas las universidades nacionales, pero no hay en el país una carrera de grado universitario en artes de la escritura. Existen ofertas de posgrado y especializaciones, pero no licenciaturas».
«Históricamente aquellos que tenían un interés por escribir se inscribían en las carreras de letras y paralelamente hacían talleres particulares o clínicas de obras con escritores o directamente se formaban al margen de las instituciones de educación superior. Es llamativo que la Argentina que tiene una tradición de más de 100 años en educación artística pública haya postergado tanto tiempo la incorporación de las artes de la escritura a la formación superior», analiza.
Pero, ¿por qué Artes de la Escritura y qué implica ese nombre? «Fue objeto de intensos debates -relata-. Por un lado, mantuvimos la fórmula que tienen la mayoría de los departamentos de la universidad (Artes Visuales, Dramáticas o del Movimiento) y privilegiamos de este modo la idea de las Artes como modo de conocimiento y forma de pensamiento más allá de las técnicas o disciplinas específicas a partir de las cuales se realiza. En el estado actual del arte, la interdisciplinariedad es una característica dominante y resulta difícil establecer fronteras fijas. No existe, en el ámbito de la UNA, un recorrido formativo que no involucre la creación sensible como forma de conocimiento. Creemos de todos modos que la creación no es patrimonio del arte».
La licenciada en Artes por la UBA agrega que «la ciencia, el pensamiento deben ser actos de creación. Solo que, en la enseñanza artística, el proceso creativo es insoslayable de la experiencia misma. Tal vez, en ese sentido la enseñanza artística constituya un modelo de la enseñanza superior en general muy lejos del tradicional lugar marginal al que históricamente se la ha relegado. El crecimiento de la UNA y de las carreras y facultades de artes en el sistema universitario nacional son una muestra del rol estratégico de las artes en la formación de ciudadanía y en el crecimiento socio-cultural de la región».
Sobre la propuesta de la carrera de Letras, Vitagliano apunta que «les ofrece formación en investigación, crítica y docencia. No está en sus objetivos formarlos en la escritura de poesía, narrativa o guion» y se pregunta si debería intentar hacerlo o debería «continuar superándose en lo que ya hace que, según las evaluaciones internacionales, la ubican en el puesto décimo cuarto entre las carreras de Letras en el mundo».
«Aun así, entre estudiantes y docentes hubo y hay poetas, narradores, guionistas. Y no son pocos los que han decidido estudiar Letras convenciéndose -acaso no tanto convencidos desde su ingreso- que el conocimiento de la tradición es lo que permite construir un futuro», completa.
¿Hay una vacancia en la repuesta académica de nuestro país en la relación a la escritura? ¿Esa vacancia se nutre de los talleres? Para Negroni, «en la carrera de Letras el énfasis está puesto en la formación como críticos/as, la perspectiva es más académica» y cree que «esa vacancia es lo que ha venido a suplir, por ejemplo, la maestría de la Untref o el programa de pregrado de la UNA. En cuanto a los talleres, cumplen por supuesto una función también y pueden ser muy útiles».
Vitagliano cuenta que en la carrera de Letras las y los estudiantes han conseguido desde hace unos años tener una revista anual, ‘Por el camino de Puán’, publicada por la Facultad. Y también que se dicte cada año un seminario de ‘escritura creativa'». De todas maneras no está del todo convencido de que «el peso de una institución universitaria sea el mejor espacio para la práctica de la escritura literaria que siempre -y diría que por definición- busca romper con las limitaciones de lo institucional».
«El modelo de las carreras de ‘escritura creativa’ ha resultado muy efectivo en otras tradiciones culturales -en especial en la estadounidense-, nosotros tenemos una extensa tradición de ‘talleres de literarios’, que tienen un funcionamiento diferente al de una carrera, están por fuera de la institución universitaria y en esa horizontalidad, que a veces se parece al de una sociedad de conspiradores, el futuro puede encontrar lugar», reflexiona.
¿QUIÉNES SE FORMAN PARA ESCRIBIR? CUATRO EXPERIENCIAS SOBRE GRUPOS DE ESCRITURA Y LECTURA
Miguel Vitagliano, María Negroni, Yamila Volnovich y Tali Goldman cuentan cómo se componen los grupos que asisten a sus clases en Letras, Escritura Creativa, Artes de la Escritura y en el taller Cómo contar buenas historias respectivamente, al mismo tiempo que analizan cómo se dan esos procesos de escritura grupales en los que también se construyen universos lectores y se descubren herramientas a la hora de la escribir.
Negroni dice que el perfil de los alumnos que se interesan por la maestría no se ha modificado mucho e identifica que «en general son todos egresados de alguna carrera de Humanidades (esto incluye Comunicación, Letras, Psicología, Abogacía, etc.)».
«Lo que sí es impresionante es la producción literaria de los que pasaron por la Maestría. Han publicado libros, ganado premios y hoy por hoy la mayoría de ellos escriben para los suplementos literarios más importantes del país», destaca sobre la maestría en la que dan clases Luis Chitarroni, María Sonia Cristoff, Pablo De Santis, Pablo Gianera, Liliana Heer, Martín Kohan, Guillermo Martínez, Jorge Monteleone, David Oubiña, Alan Pauls, Guillermo Saavedra, Iosi Havilio, Eduardo Stupía, Alejandro Tantanian y Aníbal Jarkowski.
En Artes de la Escritura, Volnovich cuenta que «la matrícula partió de un primer estallido de 1700 inscriptos en el 2016 atraídos por la novedad de la oferta y el prestigio de un plantel docente en el que convivían escritores consagrados y jóvenes, así como académicos de gran trayectoria. Muchos dramaturgos, narradores y poetas que se habían formado al margen de las instituciones educativas se inscribieron a la carrera motivados por el deseo postergado de profundizar su formación en el marco institucional y público de la universidad. En los años siguientes la matrícula se estabilizó en un promedio de 500 aspirantes por año».
Ese equipo docente se compone de Alicia Genovese, Roque Larraquy, Tamara Tenenbaum, Ivana Romero y Marina Mariasch, entre otros.
Para Vitagliano, en los treinta años que lleva como docente en la Facultad de Filosofía y Letras «indudablemente» que sus estudiantes «han ido cambiando». «No podría ser otro modo, también cambió el lugar simbólico que tienen la literatura y otras disciplinas del arte en la sociedad, cambiaron los modos de entenderlas, los modos de leerlas, de interpretarlas y de valorarlas», argumenta.
«Los estudiantes son personas de su tiempo, no son ajenos a esas transformaciones, y afortunadamente en ningún momento he dejado de disfrutar su entusiasmo para discutir y para que pensemos juntos», reflexiona y reconoce que lo que nota «desde hace algunos años es que hay una mayor cantidad de estudiantes que ingresan con una mirada más definida de lo que quieren hacer con sus estudios, o que demoran menos en definirlo».
«No me refiero solo a la decisión por una orientación -Letras Modernas, Letras Clásicas o las distintas áreas de la Lingüística-, sino que parecen más convencidos de que se dedicarán exclusivamente a la investigación o a la crítica literaria, o si harán mayor hincapié en la docencia», puntualiza.
En ese punto señala que a veces los nota «apresurados por comenzar especializaciones y posgrados», y teme que «en el vértigo de esa carrera se les opaque el disfrute, el pensar aquello que se presenta innecesario con respecto a una especialización, ese gozoso derroche de imaginar –en este caso desde y por la literatura- sin limitaciones con sus compañeras y compañeros», lo que define como «fundamental en la vida universitaria». «Fundamental para cada estudiante en su formación personal e intelectual, como para todos nosotros como sociedad», específica.
Goldman, que subraya el aporte de la maestría en Untref en su escritura, hoy está dando un taller en Anfibia que se titula «Cómo contar buenas historias» en el que se trabaja «el proceso previo a sentarte a escribir, cómo pensar una crónica, un cuento o lo que quieras escribir», resume.
Sobre el perfil de los interesados, dice que «suelen ser egresados o estudiantes que vienen de Comunicación y quieren escribir mas crónicas, hay muchos académicos dedicados a la investigación», lo considera «un espacio de incentivo» al momento de encarar la escritura, no un acompañamiento al proceso de escritura, sino «el previo».
De esta manera, ya sea con talleres, con licenciaturas o maestrías, quienes quieran encarar un proceso de escritura cuentan en este momento con un abanico muy amplio de posibilidades si quieren sea leídos por otros, mejorar sus textos o encontrar y ampliar el mapa de lecturas.
Fuente: Télam