Un lugar en el mundo: Palacio Lorenzo Raggio
El palacio que custodia hace cinco generaciones una familia genovesa en Vicente López
Adquirida en 1913 por los Raggio, la propiedad es un espacio para la promoción de artistas argentinos; los conciertos de cámara, uno de los grandes atractivos del lugar
“Recobrad la esperanza, vosotros que entráis”, dice el letrero sobre el umbral, una recepción que invierte con ironía las palabras que encontró Dante en la antesala de su viaje al infierno. Por encima de la reja verde están las iniciales “RR” impresas en hierro pintado de negro, el símbolo de la familia genovesa Raggio. El frente tiene un muro en el que crecen las enredaderas y, al cruzar la puerta, aparece un palacio centenario que hace cinco generaciones se conserva en una barranca de Vicente López, a metros del Río de La Plata.
El Palacio Lorenzo Raggio, adquirido por la familia en 1913 es un espacio dedicado a la promoción de nuevos artistas plásticos y músicos. El predio ocupa una manzana rodeada por los caserones de las calles Melo y Gaspar Campos. El mecenazgo de la Fundación Rómulo Raggio impulsa a pintores, escultores y acerca la experiencia de su singularidad: los conciertos de cámara. De generación en generación fue pasando un testimonio, un legado, y cada miembro asumió el relevo de sostener el arte y las ciencias hasta la actualidad como mecenas del siglo XXI.
“No empezamos de cero, sino que seguimos el trabajo de mi padre, que a la vez siguió el de la generación anterior”, dice Mario Raggio, director de la fundación. Se encuentra donde está el mayor atractivo del palacio, el Salón de la Música, una sala circular con ventanas de vitrales ovalados, un piano de cola junto a un hogar de piedra y decorada con retratos de miembros de la familia y esculturas. La cúpula representa una escena mítica y fue pintada, o se le atribuye, a Marcel Jambon, el artista francés que pintó la del Teatro Colón antes de que, por su deterioro, tuviera que ser reemplazada por la obra de Raúl Soldi.
“Alrededor de 1890 se construyó la primera parte de la casa, sin la sala central que está hoy. Lo único que había era el frente y dos salas. La casa la empezó alquilando Lorenzo, mi bisabuelo y la pudo comprar en 1913. En 1930, mi abuelo Rómulo reformó el palacio, tal como se ve y conserva hoy en día, y le cambió el estilo italiano por el francés”, cuenta Mario, quien habitó el lugar con sus padres en la década del 60. “El piano se utiliza para los conciertos de cada mes. Son conciertos de cámara, con una acústica inmejorable por las dimensiones de la sala, especialmente para escuchar los de guitarra”.
Generaciones
Los Raggio llegaron al país en 1826. El primero en establecerse en Buenos Aires, con su familia, fue el marino Andrés, un navegante de veleros proveniente de Génova. Su hijo Lorenzo, formó un imperio inmobiliario en la provincia y en los últimos años de su vida le compró a Gregorio Esperón, un sobrino nieto de Alejandro Vicente López y Planes, una estancia a orillas del Río de la Plata donde había comenzado a construirse un palacio sobre una barranca.
De los once hijos que tuvo, de los cuales sobrevivieron seis, la propiedad quedó en manos de Rómulo, el heredero mayor, que siguió sus pasos en el sector inmobiliario y que además incursionó en el mundo financiero y llegó a fundar el Merval que antes se llamaba “Mercado de Títulos y Cambios de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires”.
La filantropía de la familia empezó con Rómulo y sus hermanos. En 1924, durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear donaron la construcción y el equipamiento de la Escuela Técnica Raggio, en terrenos de la ciudad de Buenos Aires. Hoy todavía funciona como escuela pública a metros de la avenida General Paz y este año cumple su centenario. Se construyó con grandes pabellones, aunque tuvo que derrumbarse uno por la obra del acceso a la Panamericana. Para compensar la pérdida, se levantó el resto de los pabellones en el terreno del fondo sobre la avenida Lugones. Los Raggio en vez de hacer una escuela técnica con la orientación que se acostumbraba en la época, le dieron un enfoque que mezcló los oficios con el arte. Las primeras especialidades en las que podían embarcarse los alumnos fueron: herrería, corte y confección, sombrerería, ebanistería, gráfica y diseño y orfebrería.
Rómulo también estuvo ligado a la actividad agropecuaria y donó 283 hectáreas para ampliar la vegetación del bosque de Miramar. Su vocación agrónoma la continuó su único hijo, Miguel Raggio, padre de Mario, que fundó en 1950 una entidad destinada a la investigación científica con sede en el palacio. La orientó a la botánica experimental y creó la revista Phyton que hoy pertenece a una editorial de Estados Unidos y permanece activa en la investigación y divulgación fitológica. Miguel se doctoró en Berkeley y fue investigador científico durante tres años en la Universidad de Harvard.
El arte
“En 1983 creó el museo donde está el palacio y lo enfocó por completo a la música y el arte. Mi padre dedicó sus últimos 25 años de vida a este espacio. Además de ingeniero agrónomo era un artista frustrado, un pintor y escultor ocasional con pasión por el arte, un espíritu libre. Quería darle a la Argentina un refugio para el espíritu, la ciencia, el arte y la cultura. Cuando murió asumí la carga para que no se echara a perder todo su trabajo”, cuenta Mario. En 2007 asumió junto con su mujer, Alejandra Krusemann, la administración de la fundación. Ambos son contadores.
En el salón dedicado a la familia Raggio, donde antiguamente estaba la oficina de su abuelo Rómulo, se exhiben alguna de las obras de Miguel: “Mujer”, una escultura de mármol que se asemeja al tótem paleolítico conocido como la Venus de Willendorf, y un cuadro. En una mesa donde están desplegados tres ejemplares de la revista Python hay una fotografía de él en el jardín del palacio. Luce un estilo bohemio, con la barba blanca tupida, anteojos y vestido con una gabardina celeste y sombrero de cubo.
“Miguel desde muy joven fue un ávido coleccionista de arte, apasionado por promover a los artistas”, cuenta Alejandra Krusemann en la cúpula de la torre lateral del edificio. Desde los balcones de allí se ve la extensión de los jardines, los agapantos que rodean todo el palacio y la pérgola cubierta por enredaderas. “Gente que no era muy conocida en sus inicios pudieron exponer acá y terminaron siendo referentes en el arte. Todos artistas que conoció desde muy jóvenes. Tuvo siempre una conciencia filantrópica con el arte”, agrega Krusemann. Fue idea de Miguel revertir la frase “abandonad toda esperanza los que entráis aquí “del poema La Divina Comedia, en un anuncio en la entrada del palacio como mensaje de confianza para los artistas y visitantes que cruzan el umbral.
El legado
“Nosotros no somos artistas, nuestra inclinación se limita al disfrute del arte. Es un sacrificio mantener el palacio, pero es un legado que tenemos que continuar. Lo conservamos por el mayor tiempo posible como espacio de nuevos artistas”, sostiene Krusemann. El miércoles último se terminó la exhibición de la Asociación Argentina de Artistas Escultores y en junio comienza la de Artistas Visuales de Vicente López. Siempre son muestras colectivas, o de asociaciones o de grupos de artistas que se organizan para hacer una exposición. La curaduría está cargo de Mónica Levi y tiene capacidad para hasta 120 obras. El palacio fue sede de la grabación de discos y películas, una filmada bajo la dirección de María Luisa Bemberg.
El otro atractivo son los conciertos. “Hay pocos de cámara en la ciudad de Buenos Aires y es el único lugar en zona norte donde se puede escuchar este tipo de interpretación. Se ejecuta con pocos artistas, no más de cinco músicos tocando y la capacidad para presenciarlo es muy limitada. A la gente le encanta la experiencia, el ambiente es muy lindo y los músicos lo valoran porque llega gente que sabe lo que viene a escuchar y respeta el rito y las particularidades que tienen este tipo de conciertos”, dice Krusemann.
El ciclo musical del Palacio Lorenzo Raggio lleva 13 años ininterrumpidos y su programación está cargo de la violinista Haydée Seibert Francia, de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Todos los artistas que participan son argentinos. La única excepción, desde que existe, se hizo este año para que participe una violinista húngara y una pianista polaca. “Queremos fomentar a los artistas locales. Muchos son de la Filarmónica o la Sinfónica, pero todos pertenecen a orquestas argentinas. Lo mismo sucede con las muestras de arte. Los artistas plásticos extranjeros que participan son gente que vive en el país, no nos envían obras desde afuera. Es un espacio para que los artistas nuevos tengan un lugar para darse a conocer”, expone Krusemann.
El matrimonio de contadores es la cuarta generación en conservar el palacio. La genealogía de los Raggio en la barranca de Vicente López alcanza hasta la quinta, de la que forma parte Nicolás, arquitecto y artista que heredó la pasión de su abuelo Miguel por la escultura.
Fuente: La Nación