Si el teletrabajo llegó para quedarse, necesitamos como sociedad organizar no solo sus reglas de juego, sino sus momentos y modalidades de comunicación. No podemos permitir que una pandemia de agotamiento mental azote al mundo una vez que termine el Covid-19.

Sofía Scasserra

Por Sofía Scasserra

Hace un año atrás poco a poco el mundo se encerraba. Una región primero, otra después, el virus avanzaba y las personas comenzábamos un periodo de nuestras vidas donde tuvimos que literalmente traer todas nuestras actividades hacia el interior de los hogares. Vimos gente corriendo en departamentos, practicando instrumentos en balcones, estudiando en plataformas y, como no podía ser de otra forma, trabajando desde el hogar.

El desafío del teletrabajo venía ganando adeptos y ya había muchas empresas, sobre todo las más modernas y tecnológicas, que ofrecían esa posibilidad a sus trabajadores. Pero la pandemia nos arrojó a casi todos a esta modalidad. Lo cierto es que la fusión de la vida laboral en el espacio familiar fue una pesadilla: falta de infraestructura, de espacio, sin conexión buena a internet, con interrupciones casi constantes sobre todo para las familias con niños pequeños, fueron la realidad de millones de trabajadores alrededor del mundo.

Se comenzaron a debatir leyes de teletrabajo en todo el mundo, y algunas siguen en debate. Pero, ¿cuánto de esto va a quedar post pandemia? Lo cierto es que el ahorro de costos sideral por parte de las empresas y la comodidad para muchos trabajadores hacen que el modelo de teletrabajo se imponga por sobre el tradicional. Una encuesta de la Fundación Foro Sur indica que el 84% de las mujeres encuestadas prefieren teletrabajar en modalidad total o mixta por sobre la presencialidad total. Y 8 de cada 10 empresas continuarán con la modalidad según confirman estudios. Todo parece indicar que se afianza un modelo de trabajo que requiere de cuidados para que no se pierdan derechos. En la Argentina la reciente ley de teletrabajo intenta dar un marco normativo que otorgue a los trabajadores infraestructura y derechos a fin de que la modalidad no devenga en situaciones de abuso que lleven a los trabajadores a poner recursos propios en pos de lograr espacios de trabajo aptos. Pero, ¿y la salud mental? La pandemia invisible de síndrome de agotamiento crónico que estamos sufriendo a nivel global no se soluciona ni con infraestructura ni con mejor conexión. En Argentina el derecho a desconexión digital incorporado en la ley intenta dar una respuesta a esta realidad, comenzando a organizar las comunicaciones y separando y respetando los momentos del día para que exista descanso real. Pero en otros países del mundo ni se debate esta realidad que afecta a millones de trabajadores globalmente. Mensajes, llamados, videollamadas, teleconferencias, reuniones virtuales, mails y una catarata de hiperconectividad que no cesa.

Si el teletrabajo llegó para quedarse, necesitamos como sociedad organizar no solo sus reglas de juego, sino sus momentos y modalidades de comunicación. No podemos permitir que una pandemia de agotamiento mental azote al mundo una vez que termine el Covid-19. Sobre todo porque es silenciosa y no existe vacuna para eso. Pelear por la soberanía del tiempo libre se debe volver la nueva lucha global de los trabajadores.

*Por Sofía Scasserra, economista, docente e investigadora del Instituto del Mundo del Trabajo «Julio Godio», de la Universidad de Tres de Febrero (Untref).

Fuente: Télam